Cuento: De El a Ella

De El a Ella
Por Juan Fernández




En el Alto Manhattan, cerca de Broadway y la Calle 181, todos los chicos del vecindario creían que Julián era un poco extraño. A sus 12 años, ya Julián tenía ciertos ademanes poco comunes en jóvenes de su edad. Todos decían que nació para ser homosexual, que quizás, por eso fue que su madre se divorció de su papá, “por maricón”. Muchas veces hasta los niños pueden ser tan crueles. 

Julián aprendió rápido que su preferencia sexual era común; que como él, otros también eran extraños y que no eran tan raro ser homosexual, especialmente en Nueva York.

Sus padres habían llegado de Puerto Rico en 1980, dos años antes de su nacimiento, buscando una mejor forma de vida y para que sus hijos nacieran como verdaderos estadounidenses. Ya para 1994 Julián sabía que eran pobres y, como desconocía cuál era la condición de vida en la tierra de sus padres, no podía comparar; pero las cosas no podían ser peores: ellos apenas tenían para comer.

A finales del milenio ya Julián entendía su forma de vida y la aceptaba como tal: "su" vida. Con la ayuda de varios amigos se hizo su primera operación de transformación para convertirse en la persona que él nació para ser… Julia.

La vida cambió por completo para Julia, ella tenía mejores amigos que Julián; además pudo franquear puertas que nunca se hubieran abierto para él. Como ya no tenía miembro que le estorbara, sus amigos se convirtieron en amantes y sus enemigos en admiradores; todos creían que era la hermana de Julián y así lo dejó pasar.

Corría lentamente el inicio del nuevo siglo y la vida no podía ser mejor para Julia. Se había mudado a un sector en el Bronx y sus nuevos amigos no conocían su pasado. Su vecina era todo un amor; había llegado recientemente de la República Dominicana con sus dos hijas. Petra siempre la trató con mucho respeto, aun cuando supo que ella nació hombre. Después de un millón de preguntas, eran las mejores amigas.

Cuando Javier llegó a su vida, Julia no podía creer que existía tanta felicidad.

- Perdóneme jovencita, - dijo muy galante –  ¿Me puede decir cómo tomo el tren número 4? Hace sólo unos meses que llegué de Panamá y realmente no me acostumbro a esto de los trenes y autobuses.
- Claro, es un placer. Si quiere le puedo mostrar exactamente, puesto que me dirijo hacia ese mismo lugar.
- Gracias, si me permite…

Javier la tomó del brazo y le ayudó a cruzar la calle. Ella sonrió y pensó “ya los hombres no se comportan así, está unos años fuera de tiempo o unas miles de millas fuera de lugar”.

Julia era una mujer muy hermosa; como Julián era un poco rústico, pero después de unas pequeñas operaciones estéticas, esos pómulos ásperos se habían convertido en unas mejillas muy llamativas y su pelo, que corto era simplemente un estorbo, ahora de largo era la envidia de todas en el salón de Inés.

Javier era muy atlético. Llegó a los Estados Unidos como jugador de béisbol en buscando de fama y fortuna cuando tenía sólo 23 años y, unos meses después, una lesión en la rodilla izquierda terminó con sus sueños de ser el nuevo ídolo panameño. La gloria se convirtió en infierno cuando el equipo para el que iba a jugar le trajo a colación ciertas cláusulas del contrato que firmó y terminó en las calles de Nueva York son sólo mil dólares en los bolsillos.

Tomaron el tren juntos.  El iba a encontrarse con una amiga que había conocido en el Internet, ella a su trabajo como bar tender en el Village. Hablaron por horas. Era sábado y los Yankees iban a jugar temprano. La parada del estadio, la 161, era un mar de personas y, como era costumbre los días de juego, el tren se demoró. Para ellos las horas fueron minutos. Tenían mucho en común.

-  Mi familia llegó aquí en los 80s buscando mejoría. – Dijo Julia y pensó: “¡Qué bien me cae este tipo! Quizá debo decirle la verdad desde el principio, para evitar dolores de cabeza”.
-  Bueno, ya te conté lo del béisbol. Ahora tengo un trabajo de mesero y apenas puedo costear la vida aquí, creo que me regreso a Panamá.
-  ¿Has pensado en compartir gastos con un amigo para que puedas reducir un poco los expenses? – “Se lo tengo que decir, es una bella persona y no quiero hacerme ilusiones si resulta ser como las otras bestias que me han causado tanto dolor”- pensó.
-  Sí, pero aquí es muy difícil. ¿Cómo sabes cuando una persona vale la pena? ¿A quién le preguntas?
-  Te entiendo…
-  ¿Y tú, con quién vives? Si te puedo preguntar, claro.

El tren empezó a moverse, pero para ella no existía nada ni nadie; sus pensamientos pasaban de Javier a su condición y que no quería perder la oportunidad de tener un amigo como él. Pero ella ya había tratado de ocultar su pasado con uno o dos amantes y realmente no valía la pena.

- Javier, tengo algo que decirte… - Los sudores le corrían por las sienes- es que...
- Julia, perdona que te interrumpa, pero si es sobre el hecho de que naciste hombre, ya lo sé, no tienes que explicármelo.

Ella, él, Julia o Julián se querían morir; no sabía si alegrarse o llorar, pero se le empaparon sus ojos.
- ¿Qué? ¿Cómo lo sabes? – pudo decir en voz baja aún aturdida por la sorpresa.
- Bueno, yo tengo dos hermanos homosexuales y hasta por un tiempo creí que yo también lo era, pero luego descubrí que era bi-sexual. No tienes que apenarte, de por sí habla muy bien de tu persona que antes de que yo te dijera una palabra de interés tú estabas dispuesta a tomar en consideración mis sentimientos. Perdón, ya estamos en la calle 42 y Grand Central, esta es mi parada, - Javier sacó rápidamente una tarjeta de presentación y se la extendió – No dejes de llamarme esta noche, creo que no te arrepentirás.

Y como llegó, se esfumó. Galán, alto y esbelto, piel color café con leche, ni moreno ni blanco, de pelo corto y voz suave.

El día corrió como melaza, las horas parecían tortugas y los minutos jugaban a las escondidas con los segundos.  El reloj parecía que se detenía por horas, minutos y segundos. Después de 8 largas horas, Julia iba como en las nubes camino a su casa para llamar a su nuevo amigo.

- Mujer, ¿y qué te pasa?, - le dijo Petra cuando la vio salir del elevador – Tú como que vienes con una música de serenata en la cabeza.
- ¡Ay Doña Petra, si usted supiera, existe el amor! Conocí al hombre que me va a hacer feliz.
- ¿Pero le dijiste desde el principio, como te he aconsejado? No quiero tener que entrar a tu apartamento a quitarte otro estúpido como Charlie de encima.
- ¡Claro que sí! Pero él ya se había dado cuenta… es un sueño… la dejo, tengo que hacer una llamada.

Entró a su apartamento. El 23-G, era el lujo del edificio. Con mucho esfuerzo, pero Julia vivía como la gente, por lo menos eso decía Petra.
- Lo siento, pero no estoy disponible… deja tu mensaje después del tono – respondió una voz dulce, música para el oído de Julia.
- Hola Javier, soy Julia, llámame al 718-999-8881, estaré esperando tu llamada.

“¡Maldición, qué estúpida soy!  ¡Claro que no está en su casa!  Anda con su nueva amiga que conoció en el Internet… ¿Celos?...No, no… yo no soy celosa”.  Mientras se quitaba la ropa y tarareaba una salsa, se acercó al radio Bosse, colocó uno de sus CDs preferidos de Marc Anthony y, al desnudo, bailaba con una mano en el vientre y la otra en alto, sobre su cabeza.

Velas, aceites y música suave, todo para ella. 
Me lo merezco -  pensó en voz alta. 
En eso, sonó el teléfono, corrió sobre el piso mojado y, después de maniobrar el resbale para no caerse, pudo tomar el aparato. Respiró profundo y dijo;

-  Hello, this is Julia how can I help you? – espero unos segundos de silencio y repitió – ¿Hola?!
-  Saludos, es Javier.

Las rodillas se le debilitaron y se sentó en el piso de madera pulida que estaba entre la cocina y el baño.

- Hola, ¿Qué tal?
- En estos momentos no puedo hablar contigo con mucho detalle, sólo quería dejarte saber que recibí tu mensaje, pero estoy con la amiga que te mencioné, se llama Tara, te devuelvo la llamada en unos días. Ciao.

E igual como cuando salió del tren…puff! Colgó el teléfono. Y allí, sentada, sentado, con frío y casi llorando, no por celos, pero por no poder decirle aunque sea unas palabras…dejó caer el teléfono

¿En unos días? Pensó en voz alta, sin querer gastar una onza de energía en ese pensamiento.

Unos días se convirtieron en un infierno, ella nunca se había sentido así.  Sólo pensaba en su sonrisa, en sus dientes blancos y su nariz que, aunque un poco grande, era muy delicada; sus manos, que lucían tan limpias y fuertes.

El tercer día llegó como un trueno. El teléfono sonó a las 6:13 minutos. Julia no había dormido desde el sábado. Lo dejó sonar pensando quién podía estar molestando tan temprano en la mañana, pero su cara se iluminó cuando oyó la voz de su ángel.

-  Julia, soy yo, si estás por fa…
-  ¡Sí!
-  Hola, disculpa que te llame tan temprano, pero no quería que te fueras a trabajar sin que yo te deseara un buen día.
-  Gracias, Javier – “No eres celosa, no eres celosa…” - se repetía a sí misma – ¿Cómo te fue con…Tara? ¿Fue como se te pintó en el Internet?
-  Para decirte la verdad, mejor… Es una maniática sexual y muy rica, me llevó a un crucero “to nowhere” de esos que no llegan a ningún lado.
-  ¡Qué bien! Parece que lo disfrutaste…
-  ¿Celos? ¿Es eso lo que noto en tu voz?
-  No. ¿Cómo puedo estar celosa? Tú no me perteneces –. Se sintió mentirosa, cómo podía ser tan transparente.
-  Julia, soy muy abierto sexualmente y no tengo muchos límites…
-  No me tienes que explicar nada. Perdona si me perci…
-  ¿Te puedo ver esta noche? – la interrumpió Javier, como mandándole a callar.
-  Esta noche tengo otros compromisos.
-  Cancélalos… ¡ah! y deja saber en el trabajo que no vas a mañana.
- ¿Perdón? – Fue lo único que se le ocurrió decir para poder ganar un poco de tiempo y recobrar un poco la cordura.  “Esto no es normal, ¿pero qué puedo hacer?” – pensó.
-  ¿Sí o no?
-  Eres muy agresivo. No te reconozco.
-  Julia, hay oportunidades que sólo tocan una vez a la puerta… ¿Sí o No?

Julia no sabía qué hacer, nunca se había encontrado tan fuera de control. Quizá su condición había sido hasta cierto punto una bendición, pues al tener tantas preocupaciones en su mente por los tabúes de las personas que la rodeaban, no podía actuar sin pensar mucho las cosas.

- No sé… estoy un poco confundida.
- Te recojo a las 10:00pm. ¿Dónde?
- Mount Hope y Grand Concourse
- Perfecto. – Y colgó… igual que siempre.

Las horas no iban a jugar el mismo juego con ella esta vez. Llamó al dueño del bar donde trabajaba y le explicó que tenía un contratiempo y que ya había arreglado con una de sus compañeras para que le cubriera un par de días en lo ella retornaba.  Era martes y el negocio se tornaba más lento los días entre semana.

Por si acaso, se afeitó el bello pélvico, las axilas, se lav”o el pelo y llamó a Doña Petra para contarle mientras se pintaba las uñas de los pies.

-  No inventes mujer, - Le aconsejó Petra mientras preparaba el café
-  No sé Doña, pero tengo buena impresión, este muchacho no es un sinvergüenza, - ella sabía que mentía, pero para qué darle un dolor de cabeza innecesario a su vecina.
- ¿Y pa’ dónde te va a llevar? Mira que los asesinos en serie andan aquí como a cien por peso.
-  Yo la voy a llamar cuando llegue para que este tranquila. Ayúdeme con la ropa, por favor.
-  ¿Qué te vas a poner? ¿Vestido o Pantalón?
-  ¿Qué usted cree?
-  Vestido, tienes piernas de modelo. –  Julia trabajaba arduamente en mantener su cuerpo en óptimas condiciones.
-  Sáqueme el que usted quiera.

Inés le arregló el pelo como si fuera para una boda.  Julia sabía que hoy iba a ser la mejor noche de su vida, por fin un hombre de verdad que entendía su condición…y que habló de sus hermanos con mucho cariño. Esta noche tenía que ser perfecta.

A las 10 en punto sonó el teléfono.

- Estoy en la esquina en un caro verde oscuro.
- Ya.  Voy en camino.
Javier estaba muy elegante; en sus manos llevaba un clavel. Julia estaba despampanante, parecían actores de cine. El estaba vestido de color gris con una camisa de seda que se le pegaba al cuerpo como si fuera una segunda piel. Ella llevaba un traje negro con abiertos en los lados y un escote en la espalda que llegaba casi hasta el inicio de sus nalgas.

Bailaron toda la noche, cenaron en el Sea Port y luego circularon la isla de Manhattan disfrutando las primeras horas de la mañana. Eran casi las cuatro cuando llegaron a su apartamento. Ella, él, Julia o Julián, estaban listos.

Javier fue muy tierno y delicado; Julia fue un poco más salvaje. Hicieron el amor hasta tarde en la mañana; ambos eran incansables.  Después de un rápido desayuno que ordenaron en el restaurante de la esquina y unos minutos de descanso, continuaron.

Al atardecer estaban exhaustos, pero ya ambos habían saciado sus deseos y Javier le pidió a Julia que, si no le era molestia regresar en taxi hasta su casa, pues el carro era prestado y ya no estaba disponible.

-  ¿No me puedes llevar?
-  Tengo un compromiso en unos minutos que no puedo cancelar. Te llamo en la noche… ya el taxi está esperándote, excúsame el inconveniente, pero…
-  No te preocupes… ciao. – Julia salió sin despedirse. Se sintió usada, pero satisfecha.

Cuando llegó a su casa se bañó lentamente y disfrutó su cuerpo, recordó cada caricia de Javier y cerró sus ojos bajo el agua cálida.

Durmió tranquila y serena.  El mundo era bello.  Había olvidado completamente el incidente del taxi.  Llamó varias veces, pero no dejó mensajes; quería darle su espacio.

Después de varios días sin poder comunicarse, llamó una vez más.

- Hello! – Respondió una voz joven.
-  Sí, estoy tratando de comunicarme con Javier, ¿se encuentra?
-  ¿Quién habla? Yo soy Margarita, soy su hermana menor.
-  Perdón, ¿Llamé en un mal momento?
-  No, no es nada… ¿Cuál es su nombre joven?
-  Me llamo Julia.

Hubo un largo silencio, Julia llegó a pensar que le habían colgado el teléfono, costumbre de familia, pero podía oír lloros y lamentos, parecían de mucho dolor.

-  ¿Margarita?
-  Julia, usted debe venir inmediatamente
-  No entiendo…
-  ¿Cuando vio usted a Javier?
-  Hace unos días, salimos y estuve en su apartamento, ¿Qué pasa? – ya Julia se estaba preocupando, algo estaba fuera de lugar y sonaba delicado.
-  Julia, por favor venga al apartamento de inmediato quiero que hablemos.

Julia se vistió rápidamente y llamó a Doña Petra, le contó lo que había pasado.
-  Mi hija, váyase con el ángel de la guarda, algo no está bien. Vaya y corra, pero llame a este amigo mío para que la lleve y la espere.
-  Gracias, Doña Petra.

En unos 20 minutos Julia estaba tocando la puerta del apartamento de Javier… habían policías por todos lados y tiras de plástico indicando que habían áreas restringidas, una detective de la policía le acompañó hasta la puerta, ya la estaban esperando.

-  ¿Tengo que llamar a un abogado? – preguntó temerosa.
-  No creo que sea necesario, siéntese.
-  ¿Qué pasa? Realmente no sé nada y estoy un poco asustada.

La detective le hizo preguntas rutinarias sobre cómo se conocieron, horas de llegadas y salidas, lugar de residencia, el porqué del cambio de nombre, su nombre de nacimiento, y más…
-  Por favor dígame qué pasa – pidió casi como una demanda. – necesito saber qué pasa.
-  Mire joven, Javier se quitó la vida hace unos días, pero…
-  ¡¿Qué?! – gritó sin creerlo, y con el grito vio salir de un cuarto a una joven muy atractiva junto a una señora mayor. Ambas lloraban desconsoladamente.
-  Sargento, búsquele agua a la joven, tome su tiempo…
-  ¿Margarita? – dijo mientras avanzó unos pasos hacia las mujeres.
-  ¿Julia?
-  Sí, ¿Qué está pasando? Estoy confundida…lo siento – y lloraban las tres sin control.
-  Te dije que vinieras porque Javier dejó esto para ti.  Era un sobre que decía, ¡Gracias! 

Con manos temblorosas, rompió el sobre. En una tarjeta impresa en una computadora había un símbolo de tristeza hecho con dos puntos y un paréntesis y decía unas palabras

:( 
LO SIENTO. NO LO SABIA

Leyó la nota más de diez veces, la rotó y busco algo más, pero no había más nada, no entendía nada.

-  Encontramos dos notas una dirigida a usted y otra a una joven llamada Tara – le informó Margarita, sin preguntarle que decía la nota ni dar más explicación.
-  No entiendo…
-  Javier se quitó la vida el mismo día que usted estuvo con él.  Hablamos por teléfono y estaba feliz.  Encontramos la casa hecha un desastre.  El destruyó todo antes de ahorcarse. Con las notas encontramos los resultados de un examen del SIDA, esa noche tenía una cita con el doctor para recoger sus resultados…

Sin escuchar más Julia se desmayó. Cuando recuperó el sentido, estaba en su casa, Doña Petra lloraba en su cabecera, estaba todavía confundida.

-  ¿Petra?
-  Mi hija, no hable, sólo descanse. Margarita, la hermana de Javier, me contó todo cuando fui a recogerte al hospital. Lo siento. – Patria no podía para de llorar.
-  Petra, no llore que todo va a estar bien.
-  Pero… no lloro porque…
-  Petra, hágame usted un favor, busque unas tijeras y córteme el pelo – había en su voz una firmeza que nunca había expresado. Petra secó sus lágrimas, sacudió su cabeza como para aclarar su vista y se paró.

Lo que sucedió en las próximas horas Petra lo vivió como si fuera una novela, y llorando hizo todo lo que Julia le pedía: le cortó el pelo, las uñas y le removió el esmalte.  La bañó de pies a cabeza, mientras Julia lloraba.

Petra no estaba segura si ese llanto era de amor o de dolor, pero en casos como estos no hay diferencias.

-  Julia, quiere…
-  Doña Petra, no me llame Julia, - su voz bajó de tono - que quiero morir como llegué al mundo, llámeme Julián Gabriel Jonás. – y Doña Petra escuchó por primera vez la verdadera voz de Julia.
-  Julia-an.. ¿Cómo puedo ayudar?
-  Ya Doña Petra, usted ha hecho lo que tenía que hacer… ha sido un ángel para mí. – le contestó con el pecho henchido y una mirada que podía congelar al verano mismo.
-  Si necesitas algo, llámame.  Te quiero mucho.
-  Gracias Doña Petra. – Le dijo mientras cerraba la puerta.

Julia, Julián, se sentó en su sofá preferido, de puro leather importado. Con la frente en alto, miro alrededor.  Con orgullo, fijó su mirada en la pared del pasillo frente al baño y observó las fotos de su niñez.  A todos les decía que era su hermano.  Respiró profundamente, cruzó las piernas como un hombre. Se levantó lentamente y caminó despacio entre sus muebles y pertenencias.  Suavemente tocó todo mientras cerraba los ojos lentamente… y lloró…

Tres meses después, Julián se quitó la vida lanzándose del piso 23 del edificio de residencia. En su mano, la foto de un niño de doce años con las manos cruzadas en las rodillas y, en la otra, una nota ya desgastada por lágrimas y estrujes que decía ¡Gracias! Y un clavel.