Entre Planetas
Por Juan Fernández
Cada mente es un universo; en algunos casos el universo tiene más dimensiones que en otros, los planetas que rodeaban el sol virtual de la cabeza de Niní de vez en cuando tenían coaliciones catastróficas, pero no hoy, después de ingerir la medicina que los americanos le habían recetado; hoy sus planetas estaban alineados.
Aquel baño oscuro, tan oscuro que uno mismo no podía ver su nariz, era muy estrecho para ella y aquellos desconocidos, el olor putrefacto de orines rancios y mierda aposada llenaba el ambiente como si fuera un sólido.
Pensó en sentarse, pero sólo de pensar lo que podría haber en aquel piso pegajoso y mojado, prefirió quedarse de pie. Le preocupaba que sus chancletas chinas, que apenas ayer compró en El Mundo, se les fueran a dañar, no eran iguales que las “guay-mamas” que usaba en Bonao cuando solía vender sus cajuiles.
El pensar en el lugar donde estaba le dio escalofríos; decidió que era mejor no decir nada, pero los nervios jugaban con sus cuerdas vocales, las tocaban como si fueran un arpa y le producían gemidos y pequeños gritos que mantenían a los demás alejados y silentes.
“Mejor así” pensó, ya en otras ocasiones había estado encerrada en lugares oscuros y solitarios. Por años, cuando era niña, su madre la encerraba en el cuartito que su papá construyó en el patio para ocasiones especiales. Para su madre había ocasiones especiales todos los días.
Niní aprendió a no temerle a la oscuridad ni al silencio; sus propias voces internas eran más que suficiente para mantenerla al borde de la locura. Pero hoy era distinto, hoy su cuartito hedía y otros invadían el silencio.
Al extender su mano hacia arriba, pudo sentir la solidez de un techo construido como de concreto, igual que las paredes, pensó que el señor alto que encerraron con ella tenía que estar más incómodo que ella y eso la tranquilizó un poco.
“Gracias a Dios que hoy traigo el pelo recogido con el paño que me regaló la vecina”, se dijo a sí misma, de no ser así se hubiese sentido más preocupada, su pelo era su orgullo, fue lo único que sacó de su madre, por lo menos eso era lo que siempre decía su madre antes de morir.
“Quisiera decir algo sobre esta situación, pero no puedo” pensó casi en voz alta Pelele, pero los tiempos del Jefe hace más de cuarenta años que habían pasado, “y aquí en Los Estados el Jefe no tenía muchas fuerzas que digamos” reflexionó Reynoso. Los tiempos en que su primo lo protegiera de todo ya casi se le habían olvidado, pero si en vez del 2007 fuera el 1957 las cosas fueran distintas, pero hoy la justicia es débil, gracias a Dios.
“La loca esa ya me tiene desesperado, que alguien le tape la boca” pensó sin decir nada, su preocupación era sencilla: salir a como diera lugar de esta cárcel, vivo; salir del banco vivo.
En los años cuarenta su primo lo llevó a ver unos cuartitos que había construido para torturar a los que se metían con él, y este baño le parecía muy similar, excepto por las gotas de agua que le caían a los presos en la cabeza para torturarlos, “gracias a Dios que los tiempos han cambiando”, se dijo a sí mismo, “ojalá que el diablo no le esté haciendo lo mismo al primo.”
Buscó una esquina para sentirse más protegido, por lo menos en una esquina su espalda estaba resguardada de los otros dos; la loca no era su preocupación, el gordito y la vara humana no parecían de confiar para Pelele. La esquina era un lugar ideal.
Ya con el hombro derecho en la esquina de atrás del cuarto y su pierna izquierda bien recogida para no toparle a la asquerosidad que llamaba toilet, extendió su brazo izquierdo para tomar medida del espacio y le sorprendió que no pudo extenderlo completamente, sin pensarlo elevó su brazo derecho y tampoco pudo extenderlo completamente.
“Esta mierda de baño no mide más de tres pies de ancho por seis de alto y me sorprendería si mide cinco de profundidad” pensó en voz alta, no podía ver nada, pero pensó en el señor alto que entraron con él allí, tenía que estar más incómodo que él, y eso lo tranquilizó un poco.
- ¿Señora, podría tener la gentileza de tranquilizarse un poco? - dijo Pedro a la señora de la esquina. – Usted es la única mujer aquí dentro y puede estar segura de que nada le va a pasar.
Pedro sabía que era una promesa sin base, el espacio era muy chico y los dos tipos que estaban encerrados con ellos no eran muy de confiar. El viejo alto estaba muy nervioso, no decía nada, pero no dejaba de moverse y el otro desde que entró se arrinconó como si fuera algún ladrón tratando de esconderse.
- Ya que nadie ha dicho una palabra, yo voy a tomarla, espero que no se ofendan por esto, - dijo hablando hacia la pared para que no pudieran percibir el olor a alcohol que podía tener en el aliento; aúnque de noche se daba unos tragos, ya no tomaba como en los viejos tiempos. Aquí, en La Gran Manzana, lo trancan a uno rápidamente.
Pedro Ramírez, era un hombre serio y trabajador, su peso, de unos 160 kilos, lo iba a matar algún día, pero no tenía planes de morir en un baño lleno de mierda y acompañado por tres desconocidos. Tenía que salir de este lugar lo más pronto posible, antes de que se sintiera más claustrofóbico.
- La situación es sencilla, aúnque no puedo verlos bien ahora mismo, ya los había observado en salón principal del negocio, - Pedro, que estudió estadísticas en la UASD, sabía que sus probabilidades de poder escapar eran pocas, pero tenía que decir algo antes de que los demás fueran a perder el control y él terminara agredido. Los tres habían tomado esquinas distintas, y él no cabía en la restante, por lo que se encontraba en el medio del baño, prensado entre la pared y el pequeño lavamanos de porcelana.
- Debemos mantener el control, - se dirigía a los demás, pero eran mensajes para sí mismo - ya sabemos que el espacio es muy pequeño y que el lugar hiede a podrido, las paredes y el techo parecen estar construidos de un material firme, quizás concreto y que no tiene ventanas. Lo primero que quiero pedir es que alguien, quizás usted, señora, o usted el señor alto, que son los que están más cerca de la puerta, enciendan la luz, por el amor de Dios.
Pedro sabía la posición de cada uno de sus acompañantes, el señor que tiraron primero en el baño, al que le quitaron la chata de Brugal, estaba en una de las esquinas posteriores de cuarto, pues él fue el segundo y nadie podía pasar después de él. La señora y el hombre alto se esquinaron desde que entraron.
Al tratar de moverse para ver hacia la dirección de la puerta, se espantó. Manoteando el aire como para quitarse de encima algún insecto de la cara, golpeó con el codo al señor alto y con la mano a la señora, que empezó a gritar desesperadamente, el otro de la esquina se movió hacia el frente y lo empujaba.
- ¡Esperen, esperen, perdón, perdón , no fue mi intención, señora, espere, calma! - Pedro dijo en una voz casi de mujer, el susto le había acelerado el corazón y sentía como si las rodillas le iban a fallar - es la cadenita de la luz que me ha dado en la cara. Voy a prenderla, cierren los ojos para que no les haga daño.
Todos estaban cabizbajos, viendo hacia el piso, excepto por Niní, que estaba de espaldas en su esquina, llorando desesperadamente. Elevaron sus cabezas despacio y, por primera vez, se vieron sus rostros detalladamente.
- Mi nombre es Francisco Terranoso, - dijo para romper el hielo, pues cuando el gordito encendió la luz se produjo un silencio espantoso. Todos veían lo pequeño que era el baño y lo asqueroso del lugar.
- Señor, - dijo dirigiéndose al alcohólico de la esquina - ¡descárguelo por favor!
El espacio era más pequeño que lo que había descrito el señor de la esquina, estaban casi codo con codo y la decoración de pequeñas puntitas que tenía el techo lo estaban desesperando. Por la edad, sus seis pies y ocho pulgadas se habían convertido en unos seis tres, y aún así las puntillas le hincaban la cabeza.
- Señora, por favor cálmese, ya puede darse la vuelta, y quite sus manos de la cara para que pueda ver.
Por la espalda Francisco podía apreciar que la señora tenía excelentes piernas, no hermosas, pero fuertes, como si hubiese caminado mucho en sus años. No era joven, el paño rojo y blanco que llevaba en la cabeza ya no le cubría muy bien la hermosa cabellera de hilos plateados.
Despacio Niní se dio la vuelta, pero inmediatamente se volvió a su esquina, como si al ver el rostro de aquellos hombres fuese como ver el del mismo demonio. El primero que vio parecía un demente, respiraba por la boca y hacia días que no se afeitaba, ni se peinaba, tenía demasiados pelos en el pecho y en los brazos. “Aféitese, por Dios”, pensó. Pero el segundo, el parlanchín, era como un barril humano, tenía que pesar más de trescientas libras, “le doy dos años antes de que lo mate el corazón”, también pensó. Pero el tercero parecía un cadáver andante, esquelético y con los pómulos salientes; se le veía un hombre cansado, pero sus ojos, ya como azulosos por la edad, tenían un calor humano que a ella le gustó.
- ¡No, no, no, SAQUENME DE AQUIIIIIIII! - gritó desesperada. Pensó en los personajes del circo que había visto en el Madison; el hombre lobo, la ballena humana y la muerte andante….no, mejor le llamamos la muerte en bicicleta y lo montamos en un triciclo enorme. Empezó a reírse sola.
- ¡No es para tanto, cualquiera diría que ha visto payasos de un circo! – dijo Pedro, sintiéndose un poco ofendido. Pero su comentario causó más risa a la loca.
- Déjela que está loca, se llama Niní, la cajuilera, excepto que nadie sabe porque la llaman así. – fue la primera vez que habló Pelele. Para Pedro fue como si se tomara un trago puro de alcohol barato cuando fue casi noqueado por el aliento de aquel señor.
- ¿Y usted cómo se llama, Johnny Walker? – dijo Pedro tratando de contener la risa. “Ni yo en mis tiempo de ser La Gran Mierda del barrio” pensó para sí mismo.
- No, Don Estúpido, me llamo Gustavo Reynoso, pero todos, bueno, sólo mis amigos, me llaman Pelele. – las últimas palabras las dijo despacio, haciendo hincapié en amigos.
Otro silencio, algunas sonrisas y ya el olfato y la vista se iban acostumbrando al escenario del momento. Es increíble como se adapta el ser humanos a las situaciones que se le presentan; es casi un método de supervivencia, la adaptación de las especies como diría Darwin.
- Bueno, ¿qué vamos a hacer? – dijo Pedro dirigiéndose a Francisco – La realidad es que no parece que podemos escapar tan fácilmente, este cuarto fue creado como para una bodega o un closet; definitivamente no para un baño. Y si yo fuera el gerente, despido al de mantenimiento.
- Mire, Pedro, yo tengo un trabajo de mucha responsabilidad y tengo ochenta y tres años; mis días de superhéroe ya pasaron. Suerte que hoy no me toca trabajar, pues sólo trabajo tres días de la semana. Si hoy hubiese sido jueves, yo no estuviera aquí, estuviera trabajando y esto no me hubiese sucedido.
- ¡Dejen de hablar estupideces! ¡Ese come mierda que nos metió aquí me las va a pagar!- dijo Pelele, sintiendo las fuerzas del Jefe retornar a él, como un llamado de una señal en el cielo. -El me quito mi chata y nadie, nadie, me toca la chata.
- Los cajuiles se ponen en una paila seca en un anafe con poco carbón, a que se sequen despacio. - Niní aún con los ojos cerrados y meciéndose de atrás hacia delante, se dio la vuelta. Aúnque no le gustaba hablar, hablando podía dejar de oír a los payasos.
Los tres payasos se callaron y la veían asombrados. Pelele iba a decir algo, pero Don Estúpido se lo impidió.
- Tengo un hijo autista; ellos hablan cuando quieren encerrarse en su propio mundo, es un mecanismo de defensa.. – Unos minutos después Niní se calmó y empezó a cantar en voz baja una nana de niños.
- Bueno, después de todo no es usted tan estúpido. - dijo Pelele en voz baja también. – La loca no para de moverse, me tiene nervioso.
- Déjela, es un rastro del autismo, es como una autohipnosis. Eso la calmará y se quedará tranquila. - Pedro estaba al borde de las lágrims, recordaba a su hijo en sus primeros años, cuando aún no había aprendido lo que hoy sabe.
- Don Estúpido, digo, perdón, Don Pedro, cálmese que no vamos a molestar a la señora, - le dijo Francisco, topándole en el hombro izquierdo y dirigiendo a Pelele una mirada que lo envió directamente a su esquina. – ¿Verdad que no vamos a molestarla?
Pelele afirmó con la cabeza y pensó…"que vaina, una loca, un psicópata, y un terapísta, diría que estamos en un manicomio, no TRANCADOS en un maldito baño hediondo a letrina llena de mierda de campo pobre."
Ya llevaban más de dos horas encerrados en el lugar, y en las afueras se podían escuchar sirenas y en los altos parlantes las voces pidiendo que se rindieran, que no tenían escapatoria.
Fue cuando escucharon lo peor…
¡Tenemos rehenes y, si no nos dejan salir, los vamos a matar uno a uno!
Los planetas se alinearon otra vez para Niní, en su cabeza podía escuchar al gordo hablando de autismo, eso mismo habían dicho los doctores del hospital, pero ahora no importaba.
“1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8,…para Niní para, no cuentes más…9, 10, 11, 12, 13”
Los números siempre la calmaban y le permitían pensar mejor. Era como si los números fueran personas; ella podía verlos claramente en colores, el rojo del uno y el amarillo del dos.
“Pero ahora el problema es más grande, me quieren matar” pensó Niní sin decir nada, “yo no me quiero morir, quiero volver a Bonao, ¿pa’ que vine pa’ Nueva Yor?”
- Las puertas nunca se cierran Niní, las puertas nunca se cierra – repetía sin cesar mientras continuaba meciéndose con sus ojos cerrados – Las puertas nunca se cierran, Niní, las puertas nunca se cierran, las puertas nunca se cierran, Niní….
- Don Terapista, no me diga que ahora no la vamos a callar. – Dijo Pelele desesperado. Ya la loca llevaba más de cinco minutos repitiendo la misma oración.
Las puertas nunca se cierran…
- No, Johnny Walker, la loca es una genio, la vamos a callar pero para algo más delicado. – Pedro empezó a bajar la voz mientras hablaba y, como arte de magia, la loca empezó a callarse.
- Doña Niní, ahora no vamos a hablar, shhhhh, silencio.
- Shhhhh, silencio, - repitió Niní y se dio la vuelta a su esquina otra vez.
- Oiga, Don Terapista…
- Shhhh…Todos callados. – dijo Pedro mientras se cubría los labios con el dedo índice de su mano derecha – Don Francisco, por favor, quítele el seguro a la puerta y ábrala; esto es un baño, los baños no tienen forma de cerrarse por fuera.
Francisco quitó el seguro de la puerta y, lentamente, dio vuelta al pomo en sentido del reloj, mientras la halaba lentamente para que no se abriera hasta que él lo quisiera. Cuando no giró más, vio a sus compañeros. Pedro aprobó con un movimiento de cabeza y Francisco la empujó levemente con el hombro izquierdo. Para su sorpresa, la puerta cedió.
Pelele intentó pasarle por encima a Pedro, pero trescientas libra ocupan un porcentaje enorme de un baño de un negocio en Nueva York. Pedro le retuvo un poco con la mano derecha, mientras se inclinaba para tratar de ver por el pequeño espacio que dejaba la brecha de la puerta.
Francisco cerró despacio y dejó que el manubrio se deslizara en su mano para volver a cerrarse.
- Hay uno de los muchachos a unos diez pies de la puerta; tiene un arma de mano, parece una 45. – dijo Francisco en voz baja, aúnque sabía que no le podían escuchar.
- 46, 47, 48, 50…48, 40 y 9, 50, 51… - empezó a contar Niní
- No me diga, Don Terapista, autismo. – dijo Pelele cerrando los ojos y moviendo la cabeza en señal negativa.
Los franco tiradores del equipo SWAT que se habían colocado en las ventanas al cruzar la calle del Banco, tenían en la mira al joven que estaba en la parte de atrás. Solo esperaban la señal para eliminarlo, pero aún no sabían si era cierto lo de los rehenes y no podían arriesgar la vida de éstos.
Fue cuando notó que una puertecilla a unos diez pies, 10.3 pies para ser exacto, de su blanco se había abierto unos centímetros.
- Capitán, los rehenes están en el baño, según el plano que nos proveyó el gerente general. - dijo el francotirador, mientras se arreglaba la gorra negra para que no le estorbara cuando empezera a apuntar a su blanco otra vez.
- Confirme, teniente.
- Acaban de abrir la puerta unos centímetros y la volvieron a cerrar. El que la abrió es un hombre alto, hispano, de unos 80 años, delgado, detrás de él pude ver un…un…un “chicho” de un hombre obeso, por lo menos son dos los rehenes.
- Perfecto, teniente…Nadie dispare….Tenemos un situación real…esto no es una práctica…tenemos tres asaltantes, dos en la mira y otro que no podemos localizar. En los videos de seguridad podemos ver dos jóvenes y un señor mayor entrando juntos. Aún no localizamos el señor mayor. Por la descripción de los tecnólogos, tiene unos 75 años, muchos bellos en los brazos y en el pecho. El cabello lo tiene un poco alborotado. Usen esas pistas para localizarlo.
“El plan es perfecto”, pensó Pelele, “los estúpidos jóvenes cargarán con la culpa; los he ubicado en puntos donde los franco tiradores los matarán en segundos, y todo el dinero será mío”
“El gordo me ha resultado más inteligente de lo que pensaba y el flaco se ha dado cuenta también y ahora le sigue los pasos.”
“La loca no es tan loca”
Los detalles de este plan los había concebido desde su llegada a Nueva York, aquí la seguridad es mierda, cualquiera se roba un banco.
La puerta volvió a abrirse una vez más. Esta vez el franco tirador pudo observar que el viejo flaco sacó la cabeza un poco más y el gordo hizo una señal con cuatro dedos, que parecían salchichas.
- Capitán, son cuatro rehenes! - Dijo el teniente con una voz excitada.
- Imposible, asegúrese teniente! – El capitán tomó el teléfono celular, llamó a un negociador y empezó a caminar dando vueltas.
- Capitán! – Se oyó la estática de su radio – Capitán!
- Dígame!
- 10-04. Cuatro rehenes!
- Todos aléjense de las ventanas, excepto por el teniente Diloné!…teniente, mantenga los dos jóvenes en mira, dispare tan pronto yo le indique – El capitán tenía dos teléfonos en sus oídos.
- No se preocupe, alcalde, la situación está bajo control!
El negociador estaba a sólo dos esquinas, esperando la llamada. Había escuchado todos los detalles por el radio, el capitán Smith y él habían sido compañeros en la academia.
El capitán sólo dijo una frase cuando habló por el celular…”Es uno de los rehenes”
El resto de los eventos sucedieron como escenas de una película de Hollywood. Para los rehenes todo fue muy rápido.
- Pedro, el plan trabajó, están pidiendo que liberen uno de los rehenes, - dijo Francisco a Pedro – saquemos a Niní primero.
Pelele pensó en decir algo, pero analizó su plan, estaba trabajando a la perfección. Los jóvenes habían pedido billetes de 50. En los dos bolsillos internos del pantalón que había diseñado para este robo cabían dos paquetes de billetes, diez mil en cada paquete, cuarenta mil en menos de tres horas. Nada mal para un viejo retirado. El tiempo de oscuridad del baño fue perfecto para poder guardar el botín que habían dejado los jóvenes en la esquina izquierda del baño, como él lo planificó.
- Saca al gordo y después al viejo borrachón, saca al gordo primero – dijo el joven asaltante al otro.
- La policía acaba de negociar para liberar a uno de ustedes, dejen salir al borracho de atrás. – El joven aún portaba el arma que Francisco le había visto. Ante sus ojos se veía más grande que a diez pies de distancia.
- ¡Dejen salir a la mujer primero, por favor! – rogó Pedro. Pero ya Pelele estaba saliendo hacia la sala principal.
- ¡Ayuda, por favor, ayuda! – gritaba Pelele mientras corría hacia el capitán de la policía. – ¡Ayuda!
- ¡Venga, viejo sinvergüenza, ya lo estábamos esperando!
- ¿Qué? ¿Cómo? – dijo Pelele, “¿Qué habrá pasado? Mi plan era perfecto” pensó en silencio mientras un policía le bajaba la cabeza para que no chocara con el borde de la puerta del carro.
- Diloné, reporte. – El capitán operaba con un autómata, todo estaba bajo control.
Los rehenes están en el baño…
Antes de que terminara, el capitán dio la orden…”Dispare”
Dos balas, dos muertos
El capitán sabía que la vida de los tres verdaderos rehenes estaba en peligro. Debía actuar rápido y lo hizo. En su reporte explicaría todo. Como aprendió en la academia: la autoridad nunca hace negociaciones con delincuentes.
- ¡No abra la puerta, Don Francisco, esos fueron disparos! – dijo Pedro, con su voz afeminada otra vez.
- ¡Tengo que ver si mataron a Pelele…ese pobre hombre era un necio pero no merecía morir! – dijo Francisco, mientras abría la puerta.
- ¡Aléjate de la ventana, Niní, aléjate de la ventana, cuando suenan los truenos, aléjate de la ventana, Niní, aléjate de la ventana, aléjate de la ventana, Niní cuando suenan los truenos…!
Pedro tomó de los hombros a Niní y le ayudó a salir. El policía que estaba inspeccionando los cadáveres les indicaba que podían salir por la puerta de la izquierda. Las cámaras y los policías parecían manadas. La ventana central, que ahora tenía dos pequeños agujeros, estaba repleta de reporteros, todos con micrófonos y grabadoras.
En el carro del capitán se veía el rostro sonriente de Pelele que con sus labios tornados en un pequeño círculo le decía “Shhhhhh, silencio, Niní, silencio.”
“Todo exactamente como parte de mi plan: no evidencia, no delito”.
(( Unos minutos antes ))
- Don Terapista, escúcheme, están negociando liberar a uno de los rehenes, ese voy a ser yo…
- Pero…
- ¡Sólo escuche! Aquí tengo cuarenta mil dólares. - les dijo mientras se sacaba el dinero de los bolsillos. – Les he causado mucho pesar y realmente no quería hacerle daño a nadie, me voy a entregar y el banco reportará esos dólares como perdidos al seguro.
- ¡Pelele!
- Francisco, usted es un hombre mayor, sé que unos dólares no le caerían mal, y usted, Don Terapista, use unos dólares para un gimnasio, no va a durar mucho más y no es mala persona, su hijo lo necesita.
El viejo Pelele bajó la cabeza y pensó, “si mi primo estuviera vivo, nada de esto me hubiese pasado.”
El capitán dio la orden de que dejaran ir a los rehenes, no eran sospechosos. Y a paso lento, sin mucha prisa, se alejaron del lugar los tres nuevos amigos.
- Entremos a Caliope, - dijo Niní – quiero comparar un libro Coquito o un Nacho para leer.
- Como usted diga, Doña Niní, puede comprarse los libros que quiera.
Una carcajada llenó el espacio y César el dueño del lugar pensó… “Tres Locos Esta Vez”
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