Por Juan Fernández
El ajedrez fue inventado a principio del milenio anterior en la India como una herramienta para educar en reflexión estratégica y la aplicación táctica de los ideales de un líder. Literalmente fue el regalo de un matemático a un rey. Hoy, aunque es sólo un juego, sigue siendo un instrumento vital para el desarrollo saludable del pensamiento crítico y la implementación táctica de las reglas de vida.
En la política, el ajedrez y su entendimiento pueden convertirnos en mejores estrategas, o, por lo menos, en elementos responsables por lo que nos corresponde hacer dentro de cada situación o proceso. Para Capablanca, un gran maestro cubano, quizás uno de los cinco mejores del mundo, el ajedrez era medido por el mejor movimiento en cada turno al tablero; en otras palabras, el rediseño de la táctica y la estrategia en cada jugada. En la política, también es así, cada campaña requiere de su propia estrategia, y aunque el candidato sea el mismo, las tácticas deben cambiar, pues en el tablero de la vida, los cuadros no siempre están en el mismo lugar y las piezas no siempre son las mismas.
Hablemos de las piezas, y aunque este no es un taller de cómo jugar ajedrez, si es una valoración simbólica de las responsabilidades de cada elemento en nuestra realidad o proyecto por vivir, y como tal entender las piezas nos permitirá mejor control del juego.
La Reina: la pieza más agresiva del tablero, tiene libertad de movimiento, su alcance es mortal, puede moverse como todas las otras piezas, menos como el caballo. Su agresividad es su debilidad, mientras más se expone más se arriesga, puede dar un jaque mate en dos jugadas, (si, un juego de ajedrez puede terminarse en 2 movimientos), pero cada paso de ella evita el desarrollo de otras piezas vitales, necesarias estratégicamente para el juego medio; la batalla de los intercambios.
Todos conocemos reinas de la vida real, no hablo de personas con porte imperial, sino de elementos agresivos y excelentes en el campo de batalla, pero que tenemos que contener al principio del desarrollo del plan, personas capaces de todo, pero con grandes debilidades si son expuestos y que hacen tanto que merman el desarrollo de otros, políticos muy pulidos, pero que deben ser medidos en sus pasos. La reina, casi siempre, debe huir ante un ataque frontal, su estrategia no está en la confrontación, sino en el doble ataque, en la protección a distancia, en el descubrimiento de movimientos.
Las Torres: lineales y medidas, con movimientos muy predecibles, firmes, y cuando unes dos en la misma línea se convierten en una fuerza incontenible, trabajan a la perfección en equipo y son instrumentales al final del medio tiempo, causan estragos en los campos abiertos. Son piezas reservadas para cuando otras piezas ya no están, cuando iniciamos el final. Un error con las torres nos gana o nos pierde la batalla.
De estas conocemos muchos en la política, personas firmes en su pensar, defensoras de causas, ideales, pero muchas veces rígidos en su comportamiento. Cualquiera diría que en la táctica todos debemos aspirar para convertirnos en torres, es la tercera pieza de más valor en el juego, y aunque sus movimiento son predecibles y, hasta cierto punto “mundanos”, casi nunca podemos confrontarlas abiertamente. Goza de menos visibilidad que la reina, pero controlan y sirven en sus responsabilidades de una forma brutal. Con dos torres al final del juego yo enfrento una reina.
Los Alfiles: sus movimientos diagonales y ataques a distancia son devastadores para los jugadores principiantes, desde una esquina del tablero un alfil controla la esquina opuesta, la distancia más larga del campo de batalla, en mi estrategia son los primero que saco al campo de pelea. Son como los políticos jóvenes y preparados, aquellos que juegan con los escenarios y pueden enfrentar a muchos peones, limpian al principio, sus energías son mejores empleadas para atacar y abrir campo para las estrategias a largo plazo. No son carne de cañón, pero son los primeros en salir en defensa y ataque, son muchas veces el objetivo de un ataque planificado del opositor, pero en la estrategia redirigen los ataques fuera del alcance de mi reina y mis torres, y hasta protegen peones defensores vitales para que mi rey sobreviva. Son los franco-tiradores del ajedrez, y en la política los reservo para enfrentar las energéticas tácticas iniciales de las campañas.
Los Caballos: de estos tipos podríamos escribir libros, sus movimientos son cortos y evasivos, es la única pieza que puede saltar sobre otras. Cada vez que se mueve cambia de color y son débiles en el borde del tablero, son mortales en el centro y su dirección de movimiento es casi impredecibles. Yo conozco una serie de “caballos” de la política, y muchísimos, caballos geniales de la vida; individuos marcados por la controversia, caminan en una línea gris de la política, otros cuestionan sus motivos y su posición en el proceso, pero vitales para la estrategia inicial del proyecto, son los políticos que yo expondría primero cuando necesito información del opositor, son aquellos que se pueden defender en cualquier terreno, cambian de táctica cuando deben y no necesitan protección alguna. Aunque sus ataques son cortos, su rango de ataque circular mantiene torres y reinas aguantadas con facilidad. Mis caballos, en mis proyectos profesionales, son los técnicos que envío cuando nadie sabe qué hacer. No pretendo tenerlos hasta el final del juego, pero son críticos en la limpieza básica del intercambio. Mis caballos son mi arma secreta, son mis espías, mis elementos que puedo enviar a confrontar al enemigo en eventos públicos con la tranquilidad que no perderán la cabeza y me costaran mi proyecto.
Los Peones: los grandes maestros del ajedrez son grandes porque entienden el juego de peones. Es la única pieza del ajedrez con la capacidad de cambiar, un peón es una reina en potencia. En el PLD a estos le llamamos “los compañerit@s de la base”; es el futuro estratégico de la organización, aunque algunos caballos y alfiles no lo entiendan, los reyes sí. Es la mata de donde realmente vamos a producir los futuros presidentes del país.
Es cuando somos grandes peones que podremos ser grandes reyes. Yo no muevo más de dos en el principio del juego, quizás tres, reservo esta fuerza en potencia para el final del juego. El ganador es aquel que sabe defender sus peones, la base, y vence por su capacidad “en potencia”. Muchos hemos visto peones convertirse en caballos, en alfiles, algunos en reinas…aquí en Nueva York, vimos un peón vivir su infancia en nuestras calles, venir en los veranos a trabajar y llevarse cuantos libros podía cargar y con el tiempo convertirse en rey. Los dominicanos del exterior produjimos un presidente y vamos a producir muchos más.
Todos quisiéramos ser rey, pero no es así, en la política actual son pocos los reyes y muchos los peones. A todos nos corresponde jugar el papel que nuestro partido necesita para mantenernos en el poder y asegurar el bienestar del país. Si lo hacemos siendo peones y triunfamos, entonces seremos merecedores de la admiración y respeto de nuestros compañeros, el país nos necesita a todos y en esta capacidad seremos instrumentales para ayudar a nuestros líderes a servir mejor a nuestra patria.
Debemos entender nuestra posición en el tablero de la vida; los partidos políticos son una micro versión de nuestra sociedad, y nuestra función dentro del partido es nuestra forma de colaborar con nuestros objetivos. En el exterior somos muchos peones que soñamos con algún día dejar el frente de batalla para disfrutar de los resultados de las batallas bien libradas. Queremos ver torres políticas firmes, que nos visiten reyes y reinas, y que se comprometan con nosotros…y cumplan. Queremos que nos eduquen como los potenciales reyes del futuro. Hemos dejado la protección de nuestro reino para convertirnos en entes de cambio desde fuera del castillo. Somos maestros de nuestros propios destinos, somos líderes, somos peones, caballos, alfiles, torres, reinas y algunos, si queremos seres reyes, pero no sin entender primero el ajedrez de la vida.