Historias, Historietas y Costumbres
Por Juan Fernández
Cuando mi hija Desire estaba pequeña, disfrutaba mucho las historietas que le contaba sobre el Descubrimiento de América (con detalles reales, como el que ya América tenía habitantes antes de ser descubierta), los complementos fisiológicos de nuestros Tainos, la división de nuestra isla, los Caribes, Caonabo, Guarocuya, Higüemota, la llegada de los españoles. Le encantaba escuchar los detalles de donde le llegan sus bellos ojos negros, su pelo de Anacaona y su tez morena.
He dicho lo mismo cientos de veces con amigos afro-americanos; les explico que ellos no fueron los primeros esclavos, que antes de su llegada existieron los “Naborias” y que los españoles exterminaron una raza completa en menos de 50 años. Con los jóvenes, incorporo estos detalles en mis clases regulares de cómputos. De alguna forma busco la excusa: si alguien habla de bañarse, le pregunto si sabe de donde heredamos los dominicanos nuestra limpieza y les cuento que nuestros aborígenes se bañaban para limpiar sus cuerpos y sus espíritus.
Pongo a mis estudiantes a cuestionar sus orígenes; les enseño a usar el navegador del Internet a través de búsquedas del Descubrimiento. En los campamentos cibernéticos que organizo en los veranos les pido a los jóvenes que busquen la historia de la independencia de su país. Además, mientras aprenden cómputos, trato de que conozcan de otros eventos relevantes, como por ejemplo la liberación de los esclavos, organizada por Harriet Tubman.
Nuestra historia es una de las más hermosas del nuevo mundo; llena de héroes, heroínas, poetas, magnánimos políticos y una gama interminable de grandes pensadores, además de ganadores de medallas olímpicas, peloteros de grandes ligas, doctores e intelectuales en cada disciplina existente de las artes y las ciencias.
Estas historias no forman parte de las vidas de la segunda ni tercera generación de los que nacimos en el exterior. Simplemente nunca las hemos escuchado; no directamente de aquellos que vivieron el momento. Algunos de estos detalles se pierden con el tiempo; el paso del San Zenón, la era de Trujillo, la muerte de las hermanas Mirabal, el derrocamiento de Juan Bosch, la guerra del 65, los doce años de Balaguer, el desastre del ciclón David… Yo sé que leídas no son lo mismo; tengo que fabricar las imágenes de escritos controlados y noticias manipuladas. Yo quiero escucharlas de la boca de aquellos que estuvieron allá, que me digan…”No fue así, déjame contarte, yo lo viví.”
La primera generación toma estas historias por sentado. A veces se les olvida que la tradición de un pueblo se retiene a través de historias e historietas; éstas son la base de la transmisión de la cultura. Nosotros, los de segunda generación, los que ya tenemos hijos aqui, nos hemos convertido en un puente débil entre dos generaciones que tienen poco en común. Somos hijos sin raíces y padres confundidos. Nuestros abuelos se nos retiran antes de decirnos lo suficiente y nuestros hijos, que ya están viajando a universidades lejanas, no regresan. Nosotros, los del medio, nos quedamos en el aire. Hay un enlace social que se está debilitando y necesitamos historia, historietas y cultura.
Necesitamos una estructura cultural comunitaria que nos permita tener acceso a talleres, exposiciones, teatro, charlas, exhibiciones y ferias. Eventos diseñados para los descendientes de los pioneros de nuestra diáspora. Una “Casa de la Cultura” que nos ofrezca todo lo que necesitamos para ser mejores dominicanos y dominicanas.
Eventos en Inglés y Español, paralelos entre lo que sucedía aquí y allá: cómo Estados Unidos se hunde en la depresión de los 30s, mientras nos dejan a la merced de un dictador; cómo el profesor Juan Bosch plantaba la semilla del gobierno del futuro, mientras Malcolm X ofrecía su sangre por la libertad de su gente. Quizás sea un reto, pero, ¿desde cuándo un reto detiene a un dominicano de pura sepa?
Si te animas envíame un correo, te prometo que haremos lo necesario. Piensa, cuestiona y aprende tu cultura.
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