Los pasos dados pesan, aunque apreciemos la grama verde entre los dedos, de la misma forma que cargan los discursos nuestros ánimos, dejan, los pasos, marcas en los pies que las huellas mismas desconocen.
Son como los péndulos que nunca rotan y el tiempo no se detiene, pesan los pasos en los pies despojados de esperanzas, que van dejando marcas en la arena de nuestros días más recónditos. Algunos arrastrados, otros que parecen dormidos, todos propios, leyendas de asuntos del olvido.
Las grietas en los talones no revelan la carga que llevamos cuesta arriba, ni las mejillas muestran las lágrimas salpicadas de castigos, el dolor deja vestigios en las nubes del cielo de nuestras vivencias, pero ya nadie sabe leer las almas, las grietas se han convertido en abecedario de lenguas perdidas.
Las oraciones conjugadas en nuestras caras, trazadas con frases escritas por cinceles calientes de miradas que califican y pretéritos que nadie olvida, casi pluscuamperfectos. Inútiles para las huellas en los senderos de nuestros recuerdos.
Las cicatrices en las espaldas relatan las historias del látigo que jamás perdona, pero, ¿cómo se miden los azotes emocionales dados por los puños de quienes empoderamos para ayudarnos a llevar la carga? Los espinazos espirituales de nuestra gente son mapas más complejos que los de Vespucio, con más carreteras, construidas en sangre, que las cimentadas por los romanos en piedra.
Podríamos escribir enciclopedias y no raspamos la superficie de lo vivido en estas tierras. Los estados son unidos en los lomos de las minorías. El látigo no descansa y al verdugo americano cada día le crecen músculos diseñados para el castigo. Su esteroide escondido en las urnas electorales, nosotros creyendo que tenemos voces en el teatro de los perdidos. No llegamos a pantomimas.
Los pies no dejan huellas en las rocas y las que dejan en la arena desaparecen con una ola, ¿qué sabe el mar de los pies que arrastraron el alma en sus costas? Los prejuicios dejan marcas profundas, y esas nunca se borran.
Somos mazamorra en los pies podridos de supuestos gigantes, como baterías perdidas en el hielo de algún témpano, dormidos, pero a punto de despertar. Me pregunto, ¿qué contaminación ambiental derretirá las capas que no nos dejan prosperar?
Soy esclavo de mi cultura, por desconocerla, soy víctima de mis castigos autoinducidos, por ser ignorante...pero eso no será por toda la vida; cada paso que doy, cada libro que flota sigilosamente de derecha a izquierda en mis manos, cada palabra que tengo que buscar en el mataburros, ¡mata más al burro!, cada historia que se construye en mi memoria, como piezas de un rompecabezas que nadie quiere que vea, hace que mis pasos sean más firmes, y un día, algún día, mi ameba abrirá los ojos y mis huellas, hoy ligeras, crearan cuencas en la llama de mi entorno y mis pies me llevarán más lejos.
Los pasos dados pesan, pero no importa, soporto, yo quiero...
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