Juan Fernández | Diciembre 5, 2016
Entre sábanas
quemadas de ceda y pétalos de carmín, olvidados en la imaginación de los sueños
juveniles de una reina alegre caribeña hundida en el abismo, disimulada en el crepúsculo
negro de un te quiero, esperando, cabizbaja, a cada momento, con ansias y anhelo,
apeteciendo cada noche, entre disgustos y castigos, la promesa de felicidad, que
le decían sus progenitores, ineludiblemente, como palabra de cielo, sin dudas, llegaría.
Vegetando perpetuos
minutos brutos de eterna pesadilla, como si fuera un ensayo grosero de una
comedia divina, impeliendo pasiones transformas en mentales fantasías, de
sustituir la humillación, por una delicada, sutil, caricia, los impulsos y alaridos,
por conversaciones amenas, las demandas en las cortes y arrestos, por sencillos
poemas, y poder escuchar una canción romántica en silencio, en vez del silbido
contantes en los oídos por los golpes.
Imaginándose
un caballero elegante que le abra la puerta, viviendo los acosos, injusticias y
castigos de un proxeneta. Tratando de cerrar la vida en un poema sin muchas
letras, entre tatuajes de propietarios y maquillajes que disimulen. La realidad
no toma tregua.
Esperando
escuchar un día una serenata cantada al oído, entre insultos y ladridos, entre
escoria y mendigos del olvido. Soñando tomarse un café sentada en el borde del mutismo,
por voluntad propia, riendo entre miradas, no por castigo. Recibiendo un beso ardiente
con sabor a orgasmos, con los ojos cerrados, y no besos podridos, cedido por
bocas cementadas en letrinas.
La espera
de la promesa de un amor a la antigua que no llega, y de repente en su cuarto
sin luz, se abre la puerta…