Juan Fernández | Diciembre 9, 2016
Cada nota métrica de la música de tus carnosos labios, me aniquila, como la obertura de una opereta de suspiros. Me conservas, casi inerte, el corazón, que rara vez palpita en tu presencia, como las estrofas del aturdimiento de cada uno de tus respiros de sonata. Así, como un solfeo, me levita y me lleva al orden de tus pechos.
Soy esclavo de tus pupilas divagantes, perdidas entre las plumas de un espasmo, naboría del tempo más ardientes de tus pensamientos, flotando en el trémulo de cada uno de tus orgasmos, como bemoles del piano de nuestras vidas, en las teclas de la melodía de tus notas fragmentadas sostenidas entre las cadencias del arpa de tus senos y la armonía que concentras en tus piernas.
Mantienes mi juicio en embotamiento, y me robas con tu canto la conciencia, soy el acorde que se pierde en tu guitarra, y la llama que se enciende entre tus cuerdas. Has oído mis lamentos en a cappella, y mis risas más recónditas en barítono, en unísono, eres música que se duerme en mi estupor y me despojas con el arco de tu vientre cada gota de clave de mi arpegio.
Dotada Remanente de Milagros, Facultada de Sol, Laurel de mis conquistas, Si, mi alma y mi espíritu eres en crescendo, la música interminable del universo de instrumentos que no existen. Eres luz y el brillo de mis días….tu amor en concierto de sentimiento.