Juan Fernández | Diciembre 16, 2016
Lisbeth se despertó temprano, llena de vida, como siempre, quería llegar a tiempo a la rueda de prensa que iba a sostener el alcalde electo del municipio de Cutupú, Don Aldo, la mañana del 16 de diciembre. Como estudiante de comunicación Lisbeth había conseguido un pase especial de prensa, estaba asignada a la 5ta fila, en la silla de la esquina a la derecha del pulpito.
Cuando Don Aldo entró al gran salón todos se pusieron de pies, duraron más de 10 minutos aplaudieron, algunas señoras lloraban de alegría, en el rostro de otros se veía la euforia de las metas cumplidas, el orgullo, el honor de haber logrado llevar a este pichón de emperador al poder.
El discurso de apertura del lisonjero no pudo ser más grotesco, apenas podía hablar entre los aplausos, obviamente pagados, algunos hasta gritaban “amén” y “aleluya” al final de cada una de sus promesas vacías, este acto parecía más una obra de teatro que una rueda de prensa. Cuando llegaron a la parte de las preguntas fue otro acto de la misma obra coreografiada. Hasta que el conductor cometió su único error;
- Si, la joven de Pueblo Viejo con la blusa de rayas. - dijo el conductor, arrepintiéndose, casi de inmediato.
- Gracias caballero, a Don Aldo también, por todo el tiempo que nos ha dedicado esta mañana, ¿Si su nuevo departamento de policía se dedica, como usted propone, a investigar a cada extranjero en nuestros campos, quien va a protegernos de los crímenes que se cometen, especialmente los cometidos por agentes de la policía, e abarca su investigación el estatus legal de todas las extranjeras que trabajan en sus casinos y prostíbulos?
La sala quedó en completo silencio, Don Aldo, que eres un hombre obeso y muy blanco, cambio a color rojo encendido. Se fue a parar para responderle, pero uno de los secuaces le recomendó que no, que se tomará su tiempo.
- ¿Cuál es su nombre mi amor? - preguntó Don Aldo aún molesto. Su mirada era fulminante, la prensa había creado un túnel invisible entre la joven y el nuevo alcalde electo.
- MI nombre, Don Aldo, no es “Mi amor”, es, más que nada, irrelevante, que le baste saber que soy de los Coste de Pueblo Viejo, del mismo campo de Pablo Coste, el hombre a quien usted le mandó a partir la cara. Responda mi pregunta, ¿es sólo a los haitianos, a los negros, que van a deportar, o van a deportar a las venezolanas ilegales que trabajan en sus negocios? - retó la joven.
Don Aldo se puso más furioso, su esposa era extrajera también, una modelo venezolana de una belleza espectacular, él sintió que la joven fresca se refería a su esposa cuando hablaba de prostitutas, como su esposa había hecho algunos desnudos en su carrera, todos pensaban que no era una mujer pulcra.
- ¿Esto es una rueda de presa o un juicio? - interrumpió el conductor. - ¡Cuidado, tiene un arma!
Una vieja lanzó un grito como de ultra tumba y apuntó en dirección a la joven. Lisbeth recibió un fuerte golpe en la cabeza, de su mano cayó el celular que acababa de sacar del bolsillo trasero de su pantalón, la sangre corría de su cabeza y la multitud corría frenética.
A Don Aldo lo sacaron del lugar corriendo, protegido por varios agentes de su cuerpo se seguridad. En el pavimento quedó lánguido el cuerpo de la joven, la pierna izquierda le temblaba involuntariamente, el golpe en la cabeza que le propició un guardia con la culata de su carabina le partió el cráneo.
Lisbeth Coste duró varios días en coma, cuando despertó a su izquierda estaba su primo Pablo, quien había regresado de Baní, a su lado Justina, él estaba llorando, cabizbajo, su cara aún negra del golpe en la cara que había recibido unos días atrás.
- Prima, ¿cómo se siente? - le preguntó Pablo agarrando su mano, con el mismo respeto que trataba a todos, Lisbeth tenía 21 años, Pablo 48, pero para él todo ser humano merecía la misma consideración.
A la derecha de la cama estaba la nana de ambos, Annette, que había viajado desde Nueva York cuando oyó la noticia. Su cara negra estaba marcada por la angustia, parecía de cuero pulido, su mirada tierna se había endurecido, y el dolor tenía un nombre, Don Aldo. Al pie de la cama Lisbeth pudo ver a una de sus primitas llorando, Gabriela, en su mano llevaba un libro de Poesías que le regaló la nana, “Pensamientos desde El Exterior”.
- Nana Annette, primo Pablo, Justi, ¿Qué me pasó? Lo último que recuerdo es que saqué el celular para llamarte y un silbido agudo en los oídos. - dijo Lisbeth cerrando los ojos. – Escuché el ruido de las personas corriendo, ¿qué día es hoy?
- Prima, han pasado tres días desde la rueda de prensa. – Respondió Justina, aún con la cabeza baja. – Esto no se quedará así, si no detenemos a este patán, nos matará a todos.
- Paciencia, Justina, paciencia. Lisbeth, ahora lo primordial es tu recuperación, Maritza se encargará de tu cuidado, esta lucha aún no ha comenzado. Una amiga mía, la doctora Paula Marilyn, viajará de la Florida a tratar el cuidado de tu cráneo. Necesitamos que pasados estos días retornes a la universidad, no podemos permitir que pases un semestre fuera.
Para Pablo la educación era primordial, el futuro de Pueblo Viejo descansaba en las manos de aquellos que habían sacado el tiempo para prepararse. La esperanza de un cambio permanente llega con la inversión en la capacitación de las siguientes generaciones. Pablo tenía un plan, pero no para una confrontación sin sentido, sino para capitalizar en las debilidades de un hombre sin escrúpulos. Lisbeth había tocado una llaga, sus preguntas capciosas habían expuesto una falla en el rufián, Pablo quería aprovecharlas…pero no hoy.
- Prima, usted enfóquese en curarse, nosotros haremos nuestra parte. Justina, vámonos, tenemos mucho que hablar. – dijo Pablo, dejando el salón, le dio un beso en la frente a su prima, y un abrazo caluroso a su nana. Tomó el libro de poesías de las manos de la pequeña Gabriela y dijo;
- A ellos, los del exterior, los necesitamos también. – Pablo salió a paso firme y secó sus lágrimas, respiró profundo, afuera lo esperaba su madre y algunos de sus primos. – Mamá, busque a tía Annie, y tráigame a mi nana, esto no lo vamos a lograr solos. Mantenga la calma…estamos en navidad, sonrían, aunque tengan que fingir las sonrisas, que no nos vean decaer.