Juan Fernández | Diciembre 21, 2016
Un impulso mal medido hacia un vacío de pánicos y horrores, desde un precipicio angosto, el abismo más alto y riesgoso, igual que nadar en las aguas turbias y profundas de un espanto, divagar en el silencio de un lecho de desechos calados, sin medidas y sin fondo, como un sol que no brilla, abandonando totalmente el delirio súbito de vivir y hacer nuestra propia marca.
Nos pasamos la vida planeando cada paso, como si fuéramos dueños de algo, esperamos controlar el todo y simplemente no somos más que un puñado de elementos químicos que no sirven para nada. Bolsas de piel repletas de estiércol y huesos, movidas por un músculo involuntario, repleto de ventrículos y miedos, parecemos un arcoíris de emociones; una sangre roja que nos une, soñamos, una materia gris que apenas usamos, una carga de melanina azabache que cualquier incoherente usa para juzgarnos. Caminamos con cadenas en las manos.
Circulamos melancólicos debajo de una lluvia de conmociones, arrastrando nuestras botas en cada charco, metiendo nuestros pies en el fango creado por otros y por nosotros, sin saber, nos envenenamos con nuestra propia toxina y después queremos juzgar nuestra muerte de insospechada. Cavamos nuestras propias fosas, en búsqueda de metas ilusas, que no existen. Nos convertimos en nuestros propios verdugos, o peor, escogemos los postores menos oportunos para que nos pasen sentencias.
Somos peritos en construir nuestras propias muertes espontáneas, jugamos el papel que otros escriben para el teatro de la obra de nuestras propias caídas, martirizamos a todos los que tocamos y crucificamos a cada ente vinculado directamente a nuestro propio sosiego, arrastramos sus cadáveres por décadas, y nos sofocan sus respiros. Nos vamos convirtiendo en máquinas reproductoras de canciones de quebrantos y quejas. Nos sentamos cada día a escuchar el disco rayado de la vida monótona de nuestros camaradas escogidos.
El reto es simple, vive una vida con metas y objetivos, o resígnate a morir en vida, impeliendo una muerte que con el tiempo llamaras imprevista, toda una farsa, tu muerte será premeditada, simplemente tu entierro será un poco más tarde. Tus aliados, igual de extintos, te mantendrán en vida, conectado a un artefacto artificial, consumiendo licor, música y sexo sin sentido. Creerás que tienes derechos, igual que los demás vivos, cuando no vales ni la masa cúbica que ocupan tus células en el planeta.
Quizás mi escrito te parezca exagerado e insólito, no estoy seguro que no lo sea, para mi ese juicio lo pasas tú, pero yo estoy tratando de entender si estoy vivo. Al final, tú eres el dueño de lo que tú crees que es vida…tenga yo la razón o no. Sueña, piensa, planifica, ejecuta y vive, que la otra opción es hacer a todos creer que tu muerte fue lenta, oportuna e inesperada.
¡Mentira!
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