Cuento - Sedición

Juan Fernández | Diciembre 13, 2016

El martes 13 de diciembre empezó como todos los martes 13, lleno de bendiciones y, como una señal divina, en la capital todo estaba tranquilo. Muchos empezaron las celebraciones de navidad debajo de la hermosa Torre Eiffel, frente la plaza de la bandera, otros empezaron en una sala de hospital, producto de un lunes que ellos calificaron de “inolvidable”. Estúpidos, el alcohol no perdona pasatiempos.

Para Pablo la época era más sencilla, sus preocupaciones eran de otro orden. Mientras los demás enfocaban sus energías en celebrar, él pensaba en todas las vicisitudes y crujías de su campo, Pueblo Viejo. En el hecho de que habían escogido un alcalde nuevo, un empresario, una persona sin ningún historial político, el dueño de unos edificios y un casino en La Vega, Don Aldo Trucios.

Pablo llegó a la estación de La Metro a las 10:00 am, el próximo autobús salía a las 11:00 am hacía Santiago, de allí se iba en voladora hasta su campo. Siempre que viajaba a La Vega lo hacía por Santiago para ver a su amiga Sonia, quien trabajaba a unos pasos de la estación de llegada. En La Metro tenía la oportunidad de ponerse al día con los correos electrónicos del trabajo y en la voladora con todos los detalles del día a día de su pueblo.

A las 2:00pm, Pablo estaba entrando a la casa de sus padres, al lado de la capilla, frente a frente a la casa de su prima Justina. Le dio un beso en la frente a su mamá, y le entregó los coconotes que le pidió, a su padre le llevó una MamaJuana de Azua que le había encargado.

- Mi hijo, - dijo la madre, - usted cada día está más delgado, tenga cuidado que esa mujer no le esté cocinando su comida bien, usted sabe que esas mujeres profesionales no les gusta la cocina.

- Mamá, Pamela es de la capital, pero su papá es cibaeño, de Nagua, y su mamá, que en paz descanse, es de la frontera, familias de mucha honra, - respondió Pablo, – tenemos una señora que nos cocina, yo como bien mamá, pero usted sabe que tengo que cuidar la diabetes.

- Bueno, si tú lo dice, - respondió la madre dándole la vuelta para verlo y emitiendo su descontento con una mueca en la boca, - mire, sus primos quieren verlo, están todos en la casa de mi ahijada Justina.

- Está bien, creo que sé de qué se trata.  – Pablo dejando su mochila sobre el sillón de la sala, se dirigió hacia la casa de su prima.

Al entrar a la sala, Pablo se detuvo por un segundo, todos sus primos, de los 18 a los 40 años estaban sentados en la sala.

- Pablo, entra, te estábamos esperando – dijo la prima sin saludarlo.

- Sa…lu…dos, - dijo Pablo, pensando “¿En que lio me he metido?”

- Pablo, estamos preocupados, de nosotros tu eres el que sabe de política a nivel de gobierno, cómo te criaste en el Partido de la Liberación Dominicana, sabemos que tienes una base educativa en la materia, - dijo Justina, era, obviamente, la vocera del grupo. – Necesitamos tu ayuda. En unos días Don Aldo inicia su “reinado”, como dice el mismo, y creemos que los de Pueblo Viejo vamos a ser víctimas de excesos. 

- Pero, ¿ustedes porque creen eso? Don Aldo no tiene antecedentes que podamos evaluar. – Dijo Pablo como para enfriar un poco las cosas, en las caras de sus primos se podía ver una mezcla entre temor, ignorancia, preocupación y rabia. 

- Oh, pero, ¿tú tienes que esperar que te azoten para saber que lo pueden hacer? El tipo sonó el látigo dos o tres veces en campaña, – dijo Justina, – además, es el hecho de que es lo suficientemente loco para hacerlo.

- ¿Y qué tienen ustedes en mente? – dijo Pablo, enfatizando cada palabra, – parece que ustedes ya tienen un plan.

- Lo nuestro es sencillo, el 20 de enero Don Aldo toma posesión, y el 21, el día de la Altagracia, nosotros despertamos la conciencia de la gente. – Justina estaba de pies, los demás acertaban con la cabeza. – Y tú serás nuestro vocero. Necesitamos un discurso de esos que mueven la gente. Queremos que renuncie antes que inicie sus atropellos, o, por lo menos, que sepa que no vamos a aguantar maltratos, prometió deportar todos los haitianos, el problema no es él, el problema son los secuaces, los policías, los guardias, los de la frontera. ¿Tú te imaginas lo que van a pasar los haitianos respetuosos, trabajadores, honestos que viven en nuestro pueblo?

Pablo pensó en Jean Claude, su amigo de infancia, en su bella esposa, en su nana, que se había ido a Nueva York, pero que viajaba regularmente.

- Si Don Aldo es un hombre de palabra, como dice el mismo, entonces va a cumplir con sus promesas de campaña, - dijo la prima levantando el puño, - y no podemos permitirlo. ¿es que vamos a consentir que nos arrastre a los años de las cavernas de la democracia?

- Primos, no podemos llegar al punto de la sedición, tenemos que tratar de actuar dentro del marco de la ley, tenemos que iniciar un proceso de adaptación y aprendizaje, ya Don Aldo es una realidad de nuestro pueblo, y vamos… - dijo Pablo, cuando como una tormenta entraron un grupo de policías y guardias por la puerta delantera y la del patio.

- Que no se mueva nadie, coño, que ya sabemos en lo que ustedes están, - dijo un policía mientras le daba un bastonazo a Pablo en las costillas, - tu vienes de caquito caliente de la capital a armar líos aquí y no lo voy a permitir. El nuevo jefe nos dio instrucciones claras, no vamos a tolerar esta mierda aquí. ¡No ha empezado su mandato y ya tu vienes a cagar la vaina!

Pablo quedó tirado en el piso, los primos estaban asombrados, mientras estaba en el suelo, uno de los guardias le dio una patada en la cara.

- Ese es un regalito de Don Aldo, - le susurró el guardia mientras le ayuda a levantarse. La sangre le corría de la nariz partida. – Eso es sin hacer nada, ya tu sabe lo que te espera si pasa algo.

Pablo levantó la mirada, la cabeza le daba vueltas, al mirar hacia atrás, mientras los policías lo arrastraban para sacarlo de la casa, vio que su prima Justina, tenía un cuchillo en la mano derecha, dio un paso y Pablo la detuvo con la mirada y un gesto leve de negación con la cabeza. Ella escondió el arma, y dio dos pasos atrás.

Cuando Justina se acercó a la ventana del carro de la policía donde lo llevaban detenido, Pablo le dijo una frase que enfrió sus venas;

- Reza por mí el día de la Altagracia, prepara una misa a las 10:00am. Cuando la autoridad no es justa, la sedición es la única respuesta lógica.

Justina se quedó frisada en la mitad de la vieja carretera, las lágrimas no dejaban de correr por su cara. La madre de Pablo la agarró por un brazo y le dijo;

- Mire, cállese, seque sus lágrimas y déjese de pendejadas, lléveme a la jefatura a buscar a mi muchacho. No se me vuelva un etcétera que en esta familia las mujeres tenemos los ovarios bien puestos.

Justina tragó en seco, en ese preciso momento entendió, perfectamente, porque Pablo era el líder de su generación, secó sus lágrimas y respiró profundo, apretó los puños y junto a su madrina, salió a buscar a su primo. 

Pensó;

- Este es sólo el principio…