Juan Fernández | Diciembre 20, 2016
La noche del 20 de diciembre, al salir del trabajo, Josefina Almánzar sabía que empezaba la navidad. Como abogada esperaba este día con ansias, entre los largos días en el estrado y las noches en la universidad, el año era eterno, pero con la salida de sus estudiantes en la noche del 20, se cerraba “la matanza de las neuronas” y empezaba la “gozancia”.
Su primera parada era el colmado de Don Andrés, a comprar un par de “juguitos verdes”, “vestidas de novia”, para tomárselas con una de sus alumnas predilectas, Margot, en el campito precioso de Pueblo Viejo, en La Vega, y celebrar la vida. Margot había perdió a su esposo trágicamente unos años atrás, y tomarse esa cerveza fría se había convertido en casi un ritual navideño para las inseparables amigas.
Normalmente subía por el Santo Cerro, pero esa ruta estaba cerrada por un accidente, por lo que tomó el cruce de Cutupú. Pasando el Callejón de los Rodríguez, a unos metros del cruce de La Vereda, Josefina se encontró frente a frente con la muerte; tirada en la mitad de la carretera estaba desangrándose una mujer delgada, parecía malnutrida, como salida de un cuento de horror, en su cara, aunque era negra, se podía ver el moretón de un fuerte golpe, en su brazo la sangre le corría sin control.
- Mujer, ¿Qué te pasa? Habla… – Preguntó Josefina a la temerosa víctima, casi dictándole que tenía que responder.
- Ayúdeme mi señora, él me quiere matar. – Respondió, sin esperar que Josefina terminara su pregunta. – Se volvió loco, se volvió loco.
Josefina se levantó y puso de pies a la señora, en la rodilla derecha se le podía ver casi el hueso, y de su abdomen salía otro chorro de sangre. Normalmente no se metía en este tipo de cosas, pero era navidad y no iba a permitir que pasara una desgracia frente a ella.
- Doña, usted no debe meterse en esto, - dijo un hombre que salió de los matorrales, la ira le salía por la boca, los ojos y casi por los oídos.
- Posiblemente no, pero hoy, usted no va a hacer nada. – Respondió la abogada. – Yo no sé lo que está pasando, ni me importa, pero hoy empecé mi navidad y ustedes dos no me la van a arruinar.
- Señora, entrégueme a la mujer y siga su camino, no se meta - dijo el hombre, mientras agarraba el machete firmemente con la mano derecha.
- Escúcheme bien, si da un paso más lo mato, como a un perro, y averiguamos luego. – Josefina sacó de su costado un revolver calibre 38 edición especial, cromado, “su amigo inseparable”.
El hombre, creyéndose Superman, dio un paso más, y sin temblarle el pulso, Josefina le disparó en el hombro derecho, el disparo rasgo la piel, arrancándole un pedazo, pero no le penetró el cuerpo, los años de práctica con el arma habían servido de algo;
- El próximo te lo pego en la cabeza, idiota, tú crees que vivimos en los tiempos de Lilí, – su brazo, extendido, no le temblaba ni un milímetro – no he venido a este campo a que uno de ustedes…
Lo que pasó a continuación dejó a Josefina sin respiro, el hombre, quien había caído al suelo y soltado el machete, estaba llorando del dolor, y como si fuera la escena de una novela, la mujer se le tiró encima.
- No lo mate mi señora, que él no es malo, es por el alcohol, usted sabe… – La mujer apenas podía con su propia vida y estaba defendiendo la de un malnacido como este.
Josefina pensó en darle un tiro a los dos y salir de ellos, ayudar al planeta eliminando dos inútiles, pero la bala valía más que los dos juntos, y al final su ruta era a tomarse una cerveza con su amiga, y no la de un cuartel defendiendo algo que no valía el tiempo, ni la pena. Se montó en su vehículo y se marchó. El timbre de su celular la sacó del trance.
- Mi bultis, ¿dime en que estas? – Era su amiga Aracelis desde España.
- Nada mi amor, acabo de ver una escena “de amor” de los tiempos de las cavernas, que casi me arruina la navidad, pero nada otra escena más de la ignorancia de los míos. – Dijo Josefina mientras se arregla el pelo. – Voy camino a Pueblo Viejo a ver a la bultis menor, a Margot.
- Muy bien, dale un beso de mi parte, no olvides que te adoro, llámame cuando estés de regreso. – dijo Aracelis con un acento del viejo continente.
Josefina condujo en silencio el resto del camino, pensó en lo mucho que necesitan nuestros campos de todo tipo de educación; cívica, moral, respeto por la vida, valor propio… la lista era interminable. Pasando el puente de rio Verde, respiro profundo, no quería llevar a su amiga ningún estrés.
Cuando pasó la clínica de Maritza Coste redujo la velocidad, a unos metros tenía que hacer una izquierda, en la gallera, para llegar donde su amiga, al fondo esperaba ver la vieja palma seca que estaba en el frente de la casa;
- Bultis, ¿y la palmera? – preguntó Josefina.
- Saludos mi Bultis, con ella me voy a hacer una casita para usarla de centro de reuniones para los de este campo. – dijo Margot arreglándose la blusa.
- Pero amiga, estas sudada como una bestia, - dijo Josefina viéndola casi de lado.
- Tumbar la maldita mata fue más difícil de lo que yo pensaba. Pasé la mañana en la fiscalía buscando el permiso, y una idiota de los nuevos administradores de Don Aldo me la puso en China. – respondió Margot.
- ¿Y qué pasó? – preguntó Josefina.
- ¿Tú no ves la mata tumbada? – dijo Margot, y ambas reventaron a carcajadas.
Las amigas se sentaron tranquilas a tomarse la cerveza que Josefina había traído, en el fondo se escuchaba el sonido de las hachas sacando las tablas de la vieja palmera. Hablaron por horas de las necesidades de educación de las mujeres de esos predios, del abuso intrafamiliar, de los crímenes de pasión, de las mujeres que pierden la vida por amor.
En los ojos de Margot, Josefina podía ver una nueva chispa de vida.
- Tu sabes que cuando quieras en mi bufete tenemos espacio para ti, - dijo Josefina despidiéndose de su amiga.
- Gracias mi Bultis, usted sabe que se le quiere, pero mi trabajo está aquí en mi campo, hoy más que nunca entiendo eso, Miguel así lo hubiese querido. – dijo Margot, mientras le daba un abrazo a su profesora.
Amabas sonrieron, y prometieron verse antes de que terminara el año.
- ¡Feliz Navidad! – dijeron casi en acorde.
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