El la mitad del camino de la carretera Duarte, que une a La Vega con Moca, en el kilómetro 7, exactamente entre las entradas de Las Ruinas de La Vega Vieja y el camino de las tierras de Don Telmo, Don Juan Polanco había sembrado una mata de limoncillo, que, después de crecida, se dio cuenta era macho. Tan hermoso y frondoso era el árbol, que decidió dejarlo crecer y hoy es uno de los arboles más copiosos en todo el campo de Pueblo Viejo.
En la base del tronco, a unos cuatro pies de las raíces, se encuentra una placa de metal que apenas puede verse, es negra y dorada, de un material fruncido, como de cobre o bronce, en la esquina se puede leer aún una fecha escrita rudimentariamente con un clavo en pequeñas perforaciones; Mayo 30, 1961. Con los años la planta la ha asimilado, cubriéndola con fuertes capas de corteza, dejando ver solo las últimas pulgadas del mensaje.
Los que pasamos de cuarenta sabemos lo que dice, llegamos a verla completa, y los que pasan de ochenta saben porque la clavaron. Tío Chuchú, quien vivió cada día de la Era de Trujillo esclavo de sus pensamientos, escribiendo poemas provocadores que sólo él podía leer, escuchando radio clandestinamente de Cuba y leyendo poemarios que evocaban libertad y revolución, una vez me contó que los jóvenes del campo, aquellos que habían sufrido los años del tirano, acordaron clavar esa placa el día que se liberaran de su yugo.
El miércoles 31 de mayo a las 5:00 am, con autorización de Don Juan, quien les dejaba reunirse en la enramada de su patio a discutir sobre el futuro de la nación, mientras tomaban café y jengibre, cortaron un rectángulo del viejo limoncillo y aseguraron con tornillos galvanizados la pesada placa de metal. Duraron más de un año con ella escondida, esperando el momento, y el 30 de mayo del 1961 les llegó la noticia de que Trujillo había sido asesinado.
Los hermanos Coste; Serafín, José, Memen, Chuchú, Papa Mio, Antonio, Agustin, Edita (mi abuela), Marola y algunos de los Polancos, que vivían después del Medranche, también dos de los Malares, del Aljibe, y hasta Nina Caridad, Tia Milagros, Tía María y Mami Tete, las esposas de los hermanos, se dieron cita para hacer el trabajo lo más rápido posible, estimaban que les tomaría tres minutos y medio en hacer todo, y asegurarse que la próxima generación supieran el porque de la placa.
Las mujeres se reunieron frente a la capilla para orar por "la gran perdida" de la nación, faltaban cinco minutos para las 5:00 am. Antes de entrar se persignaron, y le llevaron café y pan, a los dos guardias del cuartel, para mantenerlos dentro de la casucha, los Malares y los Polancos, que venían caminado despacio, pero hablando un poco más alto de lo normal, para llamar la atención, servirían de distractor, mientras que Chuchú, José y Tio Fifín (Serafin), clavaban la placa, los demás, estaban escondidos en las galerías de las casas para crear una comosión, en caso de que fuera necesario.
A las 5:03 am, sólo faltaba un tornillo, fue cuando el Sargento Alar levantó la mirada y desde la persiana del cuartel, rebuscó en la oscuridad en dirección al limoncillo de Don Juan, cerrando un poco los ojos para mejorar la mirada, se inclinó un poco hacia el frente mientras le echaba manos al fusil, fue cuando salió corriendo de Las Ruinas el vigilante, Jean Claude, un joven dominico-haitiano, que había nacido en el campo, de padres que llegaron a trabajar en los cafetales de La Vega, gritaba a toda garganta, con sus gigantescas manos en la cabeza; "Matao al Jefe, Matao al Jefe, Ay Dio Mio, Matao a Trujillo"...mientras corría hacia el cuartel. Alar miró al raso Pérez y con la cabeza le indicó que atendiera al haitiano. Las esposas recogieron las tazas, aparentando estar asustadas, se taparon sus cabezas con los paños de luto y se dirigieron a la capilla.
Alar retornó a ver lo que estaba pasando en el frente de Don Juan, pero ya sólo se veía una que otra luciérnaga escapándose de la claridad que lentamente iniciaba día. Caridad se viró a ver a Jean Claude, y este con una leve sonrisa, casi tan imperceptible como la de la Mona Lisa, le aseguró que todo estaba bien, que el plan había trabajado. Debajo del velo Caridad sonrió también.
En unas horas, cada dominicano o dominicana, que sabía leer, de los campos de Cutupú, Rio Verde, Colorao, La Vereda, El Sumbio, que hacían el viacrucis al Santo Cerro para rendir respeto a la muerte del Benefactor de la Patria, se detuvo a leer la placa de metal en el árbol de Don Juan.
"Por cada gota de sangre derramada, por cada lágrima de una madre, por cada joven que guarde cicatrices de la infamia, despertará una voz de la conciencia y recordaremos que nunca, jamás, volveremos a permitir que un hombre se eleve por encima de su pueblo."
-- Mayo 30, 1961
De aquellos jóvenes de la Era de Trujillo, mis tíos, mis abuelos, sólo queda uno, Tío Chuchú, en sus ojos puedo leer un millón de vivencias, de historias contadas, y muchas más sin contar. Hoy, más que nunca, cuando muchos cuestionan nuestra identidad nacional, es vital que recordemos que ser quienes somos ha costado sangre, lágrimas y dolor, que cada uno de nosotros lleva la marca sagrada de Duarte, Sánchez y Mella, que no debemos pisotear a los demás, pero que nunca, jamás, permitiremos que nadie, ni individuo, ni gobierno extranjero, ni fuerza universal, nos subyugue a ser menos de lo que nos ganamos luchando; nuestra nación, nuestra independencia y nuestra libertad de decidir lo que es mejor para nosotros.
¡Celebra Hoy Ser Dominicano!
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