Cuestionar
Por Juan Fernández
Con el pasar del tiempo todo se complica; es casi como si intencionalmente tratáramos de hacerlo. Tomamos tiempo para elaborar métodos de complicación continua, rutinas interminables de actos innecesarios que sólo sirven para perpetuar nuestra irracional forma de deleitarnos en actos sin sentido con fines irrelevantes.
Somos producto de esta rutina. Despacio, nos convertimos en autómatas sin pensamientos propios, programados por otros para movernos, accionar y hasta para sentir. Hemos llegado al punto de no cuestionar nada; sólo queremos disfrutar de las ilusiones falsas que nos dibujamos en la parte posterior del velo que nosotros mismos nos ponemos en la cara para no ver la realidad. Gastamos la vida como si fuera un recurso renovable, como si fuéramos eternos; dioses de nuestros propios universos y, al final, morimos llenos de problemas y vacíos.
Esta forma inútil de vivir es evidente en mi comunidad, la diáspora dominicana de la ciudad de Nueva York (aunque en mis últimos viajes he aprendido que en RD es lo mismo). Tenemos más de medio millón de mentes confundidas, desenfocadas en un afán continuo por alcanzar la meta que se trazaron antes de llegar: regresar. En el proceso lo pierden todo, pero lo primero que pierden es la capacidad de preguntar.
Las sociedades capitalistas (descriptivo que uso con el fin único de apoyar el tema, no con fines políticos), necesarias por ser el motor que nos empuja a ceder nuestras necesidades básicas, tienen una meta elemental: convertirnos en parte de la maquinaria diseñada para producir y consumir; en el proceso nos auto persuadimos de que al consumir estamos desarrollándonos y llegamos a creer que somos parte de algo cuando lo que somos es simplemente parte de la línea de producción de oferta y demanda. (Gracias, Marx, por la base).
Soñamos los sueños de los demás; aceptamos el “Sueño Americano” sin entenderlo y nos convertimos en títeres de ideales prestados. Tratamos de luchar por algo, sin pensar ni preguntar y, al final, perdemos nuestra identidad, nuestra rica cultura, nuestra herencia y terminamos frustrados, enfermos, estresados y humillados. Regalamos nuestros ideales para conseguir alimentar los deseos limitados de una vida sin propósito.
El proceso de intoxicación social y destrucción mental inicia el día que mandamos a callar a un joven. Sentimos que nos cargan de preguntas inservibles, pero éstas son importantísimas para su desarrollo y para la formación de un individuo pensante. Sin embargo, nuestra idiosincrasia nos prepara para que aplastemos al preguntón y mejor si lo hacemos desde que son pequeñitos…así cuando lleguen a adultos serán fieles productores, androides devotos a los que tiran del látigo o firman el cheque. (Tú escoge tu forma de esclavitud).
Al detener una pregunta, especialmente la generada por la mente fresca de un joven, ponemos en evidencia nuestra mediocridad y nuestra corta capacidad y nos vanagloriamos del poder que tenemos cuando echamos a un lado a esos “estorbos”. Lo hacemos en nuestras escuelas, en las iglesias (sin importar de cual religión), en la casa, especialmente cuando estamos con amigos. Y luego nos preguntamos porqué nuestros hijos no hablan con nosotros.
“No preguntes tanto” es una expresión rutinaria que escucho día tras día en los pasillos y aulas de las escuelas donde laboro en nuestra comunidad. Nuestros profesores están llamados a incentivar el cuestionamiento, a crear métodos efectivos que despierten la curiosidad y el deseo de generar preguntas, buscar nuevas respuestas, pero esto puede crear un problema, y les aseguro que dichos métodos rápidamente serían eliminados. Un estudiante que cuestiona no es como los demás y en esta sociedad, que hemos tomado como cuna de nuestras nuevas generaciones, el ser diferente es una maldición.
La base del crecimiento está en el estímulo del cuestionamiento. Como comunidad, debemos crear vías que nos permitan preguntar más y recibir las respuestas necesarias, sin que se nos violen nuestros derechos... o cuidado, ¿si preguntamos mucho podemos ser deportados?
Nuestros políticos, tanto locales como de República Dominicana, deben servir como modelos para nuestros jóvenes, deben crear plataformas que le permitan cuestionarlos, aprender de ellos. ¡Vengan, visiten nuestras escuelas! Sin cámaras ni reporteros, fuera del tiempo de campaña, después de ser nombrados. Denle a nuestros niños el ejemplo de que sus líderes son individuos pensantes e intelectuales capaces de responder preguntas sin necesidad de filtros y sin que sean preprogramadas.
Debemos aprender a formular buenas preguntas, a expresar nuestras inquietudes y asegurarnos de que entendemos. Debemos cuestionar todo y a todos, a nuestros jefes, a nuestros amigos, a nuestros administradores públicos, a nuestros políticos, a nuestros hermanos, a nuestros padres y, lo más importante de todo: debemos cuestionarnos a nosotros mismos.
¿He preguntado lo suficiente hoy?
¿He podido responder las preguntas que me han hecho?
¿Estoy listo para responder las preguntas que me pueden hacer?
Somos producto de nuestra ignorancia. Escucha, Piensa y Pregunta.
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