Daniel, El Loco
Por Juan Fernández
En las noches de lluvia de los otoños e inviernos de Nueva York son eternas, la temperatura, ni fría ni caliente, nos mantenía encerrados por seis meses. Las noches empiezan temprano para los dominicanos en el Alto Manhattan. Era costumbre de los jóvenes del vecindario reunirse en el club social “Tamboril”, en la calle 159 y la avenida Ámsterdam en Washington Heights. Los tópicos de conversación eran tan variados como las personalidades de sus pintorescos personajes. Algunos silentes otros… bueno no tan silentes.
La noche del jueves no fue una excepción; el tópico del momento era la hermosa Doctora Rafaela Fabián y su esposo Daniel El Loco. Algunos estábamos indignados por su elección, no podíamos explicarnos como la mujer más atractiva del barrio se había casado con un desequilibrado.
Pero más tarde, todos los comentarios sobre Don Daniel Fabián cesaron y fue la última vez que cuestioné la decisión de Rafaelita de casarse con él. Doña Ambrosía, Mamá Rosia, como le decíamos los que crecimos visitando el club, nos “puso en nuestro sitio” y nos relató en detalle lo sucedido.
- ¡Mira, mira, bajen la voz que Mamá Rosia viene entrando! – dijo el encargado del club, mientras nos hacía señas con sus manos para que nos calláramos.
- ¿Y qué hace aquí, Mamá Rosia? Mire que subir a este tercer piso no es fácil. - Dijo mientras todos pensábamos que ella nunca viene al club, al menos que no sea para darle un “boche” a alguien.
- Bueno, los que no estén bien, más les vale que se vayan. – dijo uno de los jóvenes que gastaban sus noches allí contando cuentos e historietas para matar el aburrimiento y jugando dominó.
Doña Ambrosía se desplazaba entre las mesas de ping-pong y los viejos que jugaban en la mesa de la esquina; saludaba con un simple movimiento de cabeza que era casi imposible de percibir. Se dirigía a la mesa del café; el suspenso congelaba la atmósfera, casi nos podíamos abrigar con la tensión entre los jóvenes que la conocíamos.
- Me dijo mi ahijado que algunos de ustedes estaba hablando de mi niña Rafaela y yo quiero que me lo cuenten a mí. – Sus suaves palabras penetraron la cortina de nuestro silencio como un cuchillo caliente en mantequilla.
- Mamá Rosia, no decíamos nada malo, – me atreví a decir con la misma reverencia que lo haría a mi propia madre o a un sacerdote y la voz casi temblándome.
- ¿Y qué decías “tú” de ella? – me preguntó sin voltear la cabeza.
- Realmente nada, sólo nos preguntábamos como Rafaelita terminó casándose con un…desequilibrado; yo no creo que decíamos nada malo. – dije mientras bajaba la cabeza.
- No, malo no, pero son comentarios de ignorantes, y me sorprende más de ti, Julio César, porque tú eres contemporáneo de mi niña y estudiado, además. - Levanté la vista por un segundo como para pedirle perdón, pero no dije una palabra; como abogado me creía un buen defensor, especialmente de mí mismo, pero nadie podía discutir contra la firmeza de la voz de Mamá Rosia.
- Yo les voy a contar una pequeña historia, para que dejen de ser tan chismosos y para que el nombre de mi niña no vuelva a ser usado por ustedes. - Mamá Rosia se detuvo frente a mi silla y, sin decir una palabra me indicó que me parara. – Doña Rafaela Fabián es una mujer pulcra y sin falta; además muy feliz, con una paz interna que ustedes nunca van a entender, pero hoy van por lo menos aprender a respetar.
Su voz era calmada y, como el club no es muy grande, antes de acabar su prefacio, ya todos los presentes habían dejado lo que estaban haciendo para escuchar a Mamá Rosia. Algunos de nosotros estábamos sentados inclinados hacia el frente, prestando atención como si fuéramos niños.
- El Doctor Daniel Eduardo Fabián Bueno y mi niña Rafaela se conocieron diez años atrás – el murmullo y nuestras miradas cuestionaban su comentario y se podía escuchar entre dientes nuestra pregunta ¿Doctor? – Sí, ustedes escucharon bien, Doctor Fabián, uno de los mejores cirujanos dominicanos del país, bueno, hasta el día del incidente.
- ¿Daniel el loco es Doctor?, pero eso no es posible. – dijo uno que era visitador a médico y conocía mucho de los requisitos que tenían que cumplir los galenos para recibir su título.
- Sí, pero Danielito no nació demente, como ustedes creen y, como ustedes saben muy poco de ellos dos, no los puedo culpar. – Mamá Rosia frotó sus manos despacio, quizás para sacarse el último poco de frio que le quedaba en el cuerpo.
Más que saber el pasado del loco Daniel, yo estaba esperando saber porqué Rafaela estaba tan enamorada de él. Todavía puedo recordar mi primer beso, fue con Rafaela, debajo de la mata en el parque de la calle 157 y Broadway, al lado de la estación del tren “1”, cuando ella regresó de estudiar; yo estaba esperanzado de tener una oportunidad con ella.
- Cuando Rafaela se fue a estudiar a Boston, tenía complicaciones en los riñones y estaba en tratamiento para compensar por la pérdida de uno de sus riñones, ustedes recuerdan la operación, - algunos afirmamos con la cabeza, mientras los demás nos veían – ella estaba muy enferma y su padre, que ustedes saben es un hombre de primera y honesto, la envió a tratarse con un amigo suyo que había llegado de La Vega que es un excelente doctor.
Mamá Rosia tomó un trago de su café lentamente y continuó:
- Después de corto tiempo, quizá un año, no más de dos, a la niña le dejó de funcionar el otro riñón. Fue en esos días, en la clínica Fabián-Mendoza, que conoció a Danielito. Sí, ese loco era uno de los cirujanos de la clínica y como, es lógico, dos jóvenes inteligentes, capaces, se enamoraron. – Se tomó otro trago y observó alrededor; nos miraba como con pena y movía su cabeza de un lado a otro. Respiró profundo y dijo – Yo espero que algunos de ustedes puedan vivir alguna vez sentimientos como los de esos muchachos.
Yo me mordía los labios, ignoraba todo lo que tenía que ver con ellos. De mi generación yo era el que más conocía a Rafaela. Me sentía como un niño ingenuo; con las manos en mi barbilla y los codos en las rodillas, escuché atentamente.
- Cuando un trasplante de riñón era la única forma de salvarle la vida a mi muchachita, fue ese “loco” que ustedes menosprecian quien donó el riñón para dar una oportunidad de vida a su amada. – Ambrosia levantó su pecho, como llena de orgullo.
La voz se le notaba pesada y fría, tenía como un nudo en su garganta. Nos miramos entre nosotros, no podíamos creer lo que escuchábamos. No cuestionábamos la veracidad de la información, sabíamos que todo era verdad, pero ya para mí el loco Daniel no se veía tan loco.
- El papá de Daniel, se opuso a la decisión, pero al final aceptó cuando le explicó que necesitaba que la muchacha viviera para hacerla su esposa. La operación fue realizada por un doctor amigo y supervisada por su mismo padre, que también era cirujano. - Doña Ambrosia dejó de hablar por unos segundos para poder retener las lágrimas que pugnaban por brotar de sus ojos; nosotros nos sentíamos hechizados por la historia.
- Fue en la operación que nace esta historia. Escúchenme bien, porque es la primera y última vez que lo cuento y ustedes no lo repetirán jamás, mucho menos a Rafaelita. – La taza de café ya estaba fría; se la quité de las manos y se la llené de nuevo sin que apenas se diera cuenta.
- En el proceso de extracción del riñón, como resultado de un movimiento muscular involuntario, una de las agujas se le habían clavado en la columna vertebral, le deterioró una serie de nervios que le causaron daños permanentes. Y allí, temblando incontrolablemente ante la mirada impotente de su padre, que sabía que algo estaba fuera de control, el joven Daniel perdió la cordura.
- ¡Increíble, Mamá Rosia, eso es amor! pero…
- ¿Por qué se casó Rafaela con él? – me interrumpió - No por pena, ni por deber. En una carta que le escribió el mismo Daniel antes del incidente, le pidió que, si algo no salía bien, se olvidara de él y fuera feliz.
- ¿Y la carta, Mamá Rosia, usted sabe qué más decía? - le pregunté, más por curiosidad que por duda.
- Sí, ella me la dio a leer cuando, el día de la boda, yo le pregunté porqué ella se estaba casando. Después de decirme que lo amaba, ella, mi muchachita, mi ahijada a quien yo misma traje a este mundo, lloró en mis brazos como si fuera una niñita de cinco años. – Ya las lágrimas no le importaban a Mamá Rosia ni a varios de nosotros, que llorábamos también, unos por dolor, otros por vergüenza.
La carta decía:
Martes, Diciembre 16, 1994
Amada mía;
Si estás leyendo esta carta, entonces yo soy feliz, pues la operación ha sido un éxito y tú vives, pero una parte de mí está triste, pues algo no salió bien y yo no estoy a tu lado. Si estuviera contigo, estaría llenando tu rostro de besos, como los mereces.
He instruido a papá que te entregue esta carta sólo si algo pasa en la operación. Como sabes, toda operación tiene un riesgo y quiero que tengas algunas cosas muy en claro. Primero, que te amo, que te amaré toda mi vida, que has sido una luz en mi vida y que sólo viviré para ti.
Que fui yo que le pedí a papá que no te informara que yo fui el donante para tu operación, que me siento muy honrado de haber colaborado contigo, y estoy seguro que esté donde esté, nunca me arrepentiré de mi decisión, mi riñón está mejor contigo. Je je.
Necesito que me prometas que terminarás tus estudios, tus sueños de ser doctora en psicología no pueden acabar ahora.
Y, por último, y necesito que me lo prometas, que no te atarás a mí, si aún vivo, y que si he muerto, no me hagas promesa alguna. Continúa tu vida y vive por nosotros.
Te amo.
Daniel
Todos, sin excepción, incluyendo los más jovencitos, estábamos sorprendido. En unos veinte minutos, Mamá Rosia nos había relatado la más increíble de las historias. Terminó contándonos que Rafaela se recuperó de su operación, terminó su carrera y salió a buscar su amor, lo encontró y ha dedicado su vida y su carrera a su atención y aprecio.
Cuando Mamá Rosia salió del club, fui el primero que se paró, caminé despacio hacia la salida, ya la hora de cierre se había cumplido. Cerré la puerta, como guardando un tesoro, miré alrededor, respiré profundo, sentí un poco de vergüenza. Desde esa noche nunca más volví a ver al Daniel “el loco” y empecé a ver a Don Daniel Eduardo Fabián “el hombre”.
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