Por Juan Fernández
Queremos cambios, vivimos profesando nuestras intensiones de crearlos, pedimos a Dios, a los santos y a la Virgen por todo, desde una menta hasta los números de la lotería. Queremos cambios en nuestras vidas, en nuestros vecindarios, en nuestros países, en la gente, pero no queremos el sacrificio que toma el conseguirlo; vivimos en la era de la gratificación instantánea, el disfrute de la meta sin correr la carrera, las cirugías estéticas y las tarjetas de crédito; queremos todo y lo queremos ahora.
Queremos cambios, vivimos profesando nuestras intensiones de crearlos, pedimos a Dios, a los santos y a la Virgen por todo, desde una menta hasta los números de la lotería. Queremos cambios en nuestras vidas, en nuestros vecindarios, en nuestros países, en la gente, pero no queremos el sacrificio que toma el conseguirlo; vivimos en la era de la gratificación instantánea, el disfrute de la meta sin correr la carrera, las cirugías estéticas y las tarjetas de crédito; queremos todo y lo queremos ahora.
Las nuevas y jóvenes sociedades soñamos con el logro instantáneo, el disfrute del espectáculo sin el sacrificio de las prácticas. Aceptamos sin problema que un pelotero reciba millones, lo celebramos; compensamos las hazañas físicas, el salto alto y la violencia, pero criticamos sin un doctor o un profesor reclama un aumento salarial.
A veces me pregunto si debemos concentrar nuestros esfuerzos en criar a nuestros hijos para los deportes y el espectáculo, o si los sacrificamos a los salarios limitados de un ingeniero, arquitecto o un galeno. ¿Un centro deportivo o una escuela?
Retomemos el punto de la gratificación instantánea, nuestro afán por lo fácil, eterna necesidad generada por un análisis limitado, por la sola evaluación de la meta. Vemos y hasta maldecimos a aquellos que logran sus metas por su sacrificio. Somos voceros persistentes de la filosofía de Robin Hood: robar a los ricos para dar a los pobres.
Muchas veces, juzgamos a aquellos que logran conseguir una estabilidad económica y hasta llegamos a cuestionar el origen de sus logros: “ese llegó de Nueva York, ¿quién sabe cómo consiguió esos chelitos?”…sin saber si fue un esclavo de dos trabajos y vivió como un pordiosero en cuartos rentados o durmiendo en muebles; o si ella en Nueva York limpiaba apartamentos y vendía pantis en salones de belleza y todos los domingos gastaba diez dólares en los parlés y las tripletas para seguir alimentando el sueño de regresar.
Es fácil querer imitar; es más, debemos tratar de imitar aquellos que han alcanzado a descollar en un área; pero, para tener el mismo éxito, debemos imitarlos desde sus inicios, analizar los sacrificios de los primeros pasos...el origen de su fuerza, su afán, su tenacidad. Si leemos la historia de los grandes magnates del mundo de los negocios, descubriremos personas afanadas e incansables, capaces de continuar cuando otros desvanecen. Encontraremos personas capaces y dispuestas a llegar donde los demás no se atreven.
Me pregunto: ¿Cómo se conjugan la gratificación instantánea y el deseo de superación en una sola persona? ¿Será que nos hemos convertido en seres tan superficiales e ignorantes que desconocemos los principios básicos del desarrollo humano?
Nuestra comunidad necesita cambios, tanto aquí como en República Dominicana, todos enfrentamos grandes retos. Allá, el país cuenta con una estructura de gobierno dirigida por un presidente capaz; pero aquí, en la diáspora, las cosas son distintas; aquí no contamos con mucho, aquí nosotros somos huérfanos.
Nuestras necesidades son muchas, pero no podemos pretender que estos cambios nos llegarán de forma repentina; necesitaremos cambiar nuestra hambre de gratificación instantánea y concentrarnos en los pasos que debemos tomar para poder cambiar. No somos pequeños infantes incapaces de entender nuestras insuficiencias. Nos falta educación, experiencia y recursos para poder convertirnos en una comunidad fuerte y próspera.
El camino hacia el progreso es largo, pero los pasos, si son firmes, nos llevarán a donde necesitamos estar.
Cuestiona, toma el primer paso y permítele al tiempo hacer su magia; nada instantáneo es duradero.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario