Por Juan Fernández
He pintado miles de sangrientos corazones
en rocas del mar de incontables inquietudes,
con los matices resplandecientes de tonos
disipados extraídos de mis venas,
pintados con pinceles de piel y palabras.
He buscado en el éter figuras perdidas
en las nubes copiosas de las tardes
de calurosos y ardientes veranos
acostado en la paja de un bosque de cristal y
resonancias olvidadas en mis recuerdos.
Un millar de vidas limitadas sembradas
en la fertilidad de mis ilimitados abandonos;
algunas creciendo con raíces de metal
en el delicado cielo de mis estremecimientos;
otras marchitas y profundamente marcadas
por las más talantes de las tristes despedidas.
Todas partes de mí,
semillas que germinan en el polvo de mi existencia.
En las mañanas de los días más soleados
de mis tiempos quebrantados más oscuros,
cuando las estrellas se convierten en sal
desplegada en un paño negro de autobiografías y memorias,
me aferro de los tentáculos que he creado
entre respiro de melodías desconocidas
de instrumentos aéreos aun no creados
con sonidos fantasmas nunca escuchados.
Amo en colores pasteles que no existen.
cierro los ojos y brotan de mi alma bocetos
que no viven, que sólo esperan que tome el pincel
y empiece a pintar mis corazones en oleos
en el lienzo blanco del universo de mi existencia.
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