Por Juan Fernández
En mis cortos años he tenido que trabajar directa e indirectamente con personas que, por efecto de coyunturas, han pasado de ser seguidores a dirigentes, sin tomarse el tiempo para instruirse en un campo tan difícil como el liderazgo. Esta es una de las realidades del siglo XXI.
El liderazgo es, en su esencia, la capacidad de un individuo de influenciar, motivar y permitirle a los demás contribuir al éxito. En el proceso de ejercer su papel como líder, este no debe dejarse arrastrar por los demás y, en su intento de ser un líder democrático, convertirse en uno mediocre; con esto sólo logra que sus seguidores noten su ausencia de espina dorsal y entiendan que sólo llegó a donde está por cuñas o amarres.
La complacencia, en su extremo, es dañina; coloca al líder en posición de marioneta y esto es un fallo de liderazgo. Siempre podemos complacer algunas personas algunas veces, podemos intentar complacer a todos algunas veces, pero nunca debe ser una meta complacer a todas las personas todas las veces; esto simplemente es fútil.
Hoy en día estamos rodeados de líderes situacionales, y hasta de oportunistas que se creen líderes porque otros, con menos capacidad que ellos, allí los han colocado. El liderazgo se aprende, se cultiva y se aplica. Para ser un líder no sólo se debe estar en una posición de poder; esto no nos hace líderes, sino administradores.
El tiempo de líderes débiles e insensatos, sin capacidad de dirigir y sin razón de ser, ya ha pasado. Hoy necesitamos líderes firmes, comprometidos y dispuestos a entender lo que significa su posición en la historia.
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