La Correa Dorada


Fabián nació distinto a los demás niños de Pueblo Viejo, muchos decían que era una niña en el cuerpo de un varoncito, otros que era un descuido de la madre, ella era culpable por su comportamiento, no lo estaba criando correctamente. Algunos, los más atrevidos, los desconsiderados, habían hasta intentado “curarlo” con despojos y exorcismos.

El joven había crecido admirando la belleza de su madre, y la hermosura de sus compañeros, pero al llegar a la madurez, había entendido que su homosexualidad era rechazada por los habitantes del campo, aún más por sus familiares, excepto por su tía Annie, y su hijo, Juan, quien vivía en Nueva York. Por años pensó que tenía algo malo, como una maldición, pero luego entendió quién era, y le dejó de importar.

Todos los días, a las 4:00 pm, Fabián caminaba por la carretera Duarte, hasta la carretera de Nuestra Señora de las Mercedes, la misma que llega hasta el Santo Cerro, pero tomando el camino de Agua Santa, en vez de subir por el Pie del Cerro. Cuando Fabián cumplió dieciséis años, su primer amor, a quien conoció en esta rutina diaria, le regaló una correa dorada, un cinto que llevaba cada día, a cada momento, por ella había soportado grandes humillaciones, grandes atropellos, en ocasiones había pensado dejar de ponérsela, pero sentía que era como abandonar el recuerdo de la experiencia de su primera vez.

El domingo primero de febrero del 2015, Fabián estaba feliz, se despertó temprano, se vistió con su ropa favorita; los pantalones de jean cortos enrollados en la parte alta de los muslos, la camisa blanca de lino, suelta, pero con un nudo en el ombligo, la bandana de los colores del arcoíris y desde luego la correa dorada. Había llegado al pueblo una caravana de entretenimiento, se instalaron en el parque del club, unos metros antes de llegar al puente de Medranche. Colocaron la rueda de la fortuna, "La Estrella", en el centro de la cancha de baloncesto, era relativamente pequeña, comparándola con las enormes que presentan los americanos en sus películas, pero era la estructura más elevada que jamás haya visto.

La rueda estaba pintada de amarillo y rojo, los carritos de colores diversos, matizados con estrellas, lunas y planetas por todos los lados. Fabián había soñado con ver esto, con subir a las nubes para mirar su Pueblo Viejo desde las alturas. Quería soltarse, abrir los brazos y volar.

La carretera se había llenado de todos los compueblanos, de todos los campos; Rio Verde Arriba y Abajo, Cutupú, El Naranjal, hasta gente de Arenoso caminaban en vía crucis hacia Pueblo Viejo para ver el espectáculo. Fabián caminaba rápido para no quedarse esperando en una fila por horas, quería ser de los primeros en montarse en La Estrella.

Cuando llegó al club su bienvenida fue un grito horrendo.

- Por Dios salven a mi hijo. – gritó una joven madre.

En la silla más alta se encontraba un niño de unos 6 años colgando de un brazo, arriba se hallaba el padre, desesperado, casi a punto de caerse, el maquinista había detenido la rueda para prevenir un desastre. Todos veían hacia el cuerpecito cansado del niño.

- Noooooo, se cae…. –gritó el padre.

Julián empujó dos idiotas que estaban grabando todo en sus celulares, agarrándose de ellos aceleró su carrera, el niño soltó su último dedo de la varilla, ya el joven homosexual iba casi volando, la camisa blanca se le había salido y la bandana de su cabeza se le había caído al cuello, cada músculo de su delgado cuerpo se había convertido en parte de una maquinaria sincronizada, sus ojos fijos en el objetivo. Cuando faltaban pocos pies para que el pequeño cuerpo explotara en el piso de cemento, Fabián saltó y ambos cuerpos se encontraron en mitad del aire, envolvió el pequeño en sus brazos, y se deslizó unos diez metros en su espalda, mientras retenía a su protegido contra su pecho.

El silencio parecía un humo que despacio desaparecía, cuando Fabián se paró el niño saltó de sus brazos y salió corriendo hace su madre, sólo se escuchaban los gritos de ella mientras abrazaba a su hijo. La gente le abrió el paso al joven titán, se podía ver la carne viva de su fuerte espalda, en la frente llevaba una herida, el brazo izquierdo lo llevaba caído, luego supo que se había roto la clavícula y en una rodilla se le podía ver el hueso.

Cuando se levantó de recoger su camisa, parado frente a él estaba el padre del niño, un joven haitiano de ojos vivos, el hijo del vigilante de las Ruinas;

- Déjeme ayudarle joven, usted es un ángel del cielo para mí y mi familia, usted ha salvado mi hijo. – dijo el padre mientras se quitaba el sombrero.

Todos empezaron a aplaudir, tímidamente, pues aún no podían creer lo que vieron. Algunos aseguran que cuando Fabián saltó pudieron ver un ángel del cielo que lo ayudó a volar. Algunas lloraban, muchos de los hombres le saludaban mientras pasaba, todos admirados del coraje de este joven. Ningunos veían extraño el color en sus párpados, ni el rímel en sus pestañas, ni siquiera se dieron cuenta de los tacones que llevaba, sólo veían caminar, orgullosos, al héroe del cinturón dorado.

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