Por Juan Fernández
Caminando por las arterias pavimentadas del laberinto de cemento y metal fruncido de mi urbe inerme, puedo auscultar, sin esfuerzos, los pensamientos más tenues de las proles de Ayiti. Se esconden del frio castigador del norte y la soledad, el vacío, de un millar de frágiles recuerdos de sol, arena y caricias, bajo las lluvias de mayo arrastradas en barlovento, un recuerdo cada día más lejano, cada día más incierto.
Enclavados en las bardas de deseos de las pulverizadas ideologías de las mentes brillantes de los llamados “ausentes”. Emanando de sus testas imágenes divinas de lo que puede ser; sueños de retornos épicos plasmados en sus imaginaciones como si fueran películas del cine glorioso de sus utopías. Despacio pasa el tiempo, como si fuera una brisa, golpeándonos en la espalda, arrastrando nuestros anhelos los vestigios rasgados de infancias en los campos, de las sonrisas que se convirtieron en desconsuelos. Copos de inspiraciones que se queman en descuidos.
Pero los inviernos más protervos e imperdonables, aun aquí, en este país que nos brinda opciones de melancolías y expectativas de escindes vidas, de dolencias crónicas, donde las metas se liquidan décadas después del olvido. Aun aquí, los inviernos se terminan y las primaveras inician, las flores crecen y las lágrimas se disipan.
Caminando por las venas de la línea recta del sendero urgente de la vida. Toma un paso que te lleve al cielo aunque sean de tus propias quimeras. Algún día, cuando todo sea parte de nada y la única memoria sea el suelo de Ayiti, brindaremos por los nuestros en las noches más oscuras y pensaremos en la tierra, en hojas de palmas frotadas por el viento y en el sol pintado en nuestros recuerdos.
Seguiré siendo dominicano sin importar el lugar donde pisen mis pies y quién me preste el oxígeno que consumo, aquí lo pago con intereses. Vivo orgulloso de ser quien soy, de mi herencia, parte de algo más grande que yo; una patria libre, pues no permitiremos que se hunda la isla.
Respiro y con mi respiro me lleno de vida.
Enclavados en las bardas de deseos de las pulverizadas ideologías de las mentes brillantes de los llamados “ausentes”. Emanando de sus testas imágenes divinas de lo que puede ser; sueños de retornos épicos plasmados en sus imaginaciones como si fueran películas del cine glorioso de sus utopías. Despacio pasa el tiempo, como si fuera una brisa, golpeándonos en la espalda, arrastrando nuestros anhelos los vestigios rasgados de infancias en los campos, de las sonrisas que se convirtieron en desconsuelos. Copos de inspiraciones que se queman en descuidos.
Pero los inviernos más protervos e imperdonables, aun aquí, en este país que nos brinda opciones de melancolías y expectativas de escindes vidas, de dolencias crónicas, donde las metas se liquidan décadas después del olvido. Aun aquí, los inviernos se terminan y las primaveras inician, las flores crecen y las lágrimas se disipan.
Caminando por las venas de la línea recta del sendero urgente de la vida. Toma un paso que te lleve al cielo aunque sean de tus propias quimeras. Algún día, cuando todo sea parte de nada y la única memoria sea el suelo de Ayiti, brindaremos por los nuestros en las noches más oscuras y pensaremos en la tierra, en hojas de palmas frotadas por el viento y en el sol pintado en nuestros recuerdos.
Seguiré siendo dominicano sin importar el lugar donde pisen mis pies y quién me preste el oxígeno que consumo, aquí lo pago con intereses. Vivo orgulloso de ser quien soy, de mi herencia, parte de algo más grande que yo; una patria libre, pues no permitiremos que se hunda la isla.
Respiro y con mi respiro me lleno de vida.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario