Cuento - Sólo Por Una Amistad

Por Juan Fernández

El domingo en la mañana, como todos los domingos, Julián se despertó temprano para visitar su familia en Pueblo Viejo. Desde sus dieciséis salía siempre a la misma hora, siempre en la misma “voladora”, desde el parque de Los Chachases hasta el Quinto Patio, en el corazón de La Vega. Allí tomaba la guagua de Moca por dentro, y se quedaba frente a la capilla de Los Costes, su gente.

Al cruzar de la capilla vivía su Tío Chuchú, el papá de Vicente, su primo, casi hermano de infancia, y su prima Justina, la mujer más noble que él conocía. Su mamá, Nina Caridad, una mujer con el temple de una duquesa, era la primera “bendición” que pedía. Luego, la de su Tía Annie, al cruzar la carretera, quien vivía en la casa vieja del difunto Polanco. Estas dos damas eran un ejemplo del temple de Los Costes y Los Coronados, ambas sobrevivientes del cáncer de mamas, ambas firmes y claras, ambas amadas y respetadas por todos.

Al llegar al parque de los Chachases, Julián se sentó en el mismo banco de todos los domingos. Detrás, Doña Rafaela llevaba un discusión muy animada con otra señora sobre si era posible, o no, hacer un tren desde El Nueve, en la capital, hasta la entrada de Santiago. Decía que podía conectar a Moca, La Vega, Bonao, Piedra Blanca, Villa Altagracia y El Nueve, y de ahí tomar el Metro donde uno quisiera. Y que crearía un comercio vivo en las estaciones. Julián lo pensó, y tenía sentido. Leonel Fernández decía que el PLD iba a gobernar hasta el 2044, y él le creía. “¡De aquí al 44 da tiempo!”, dijo en voz baja.

Durante el viaje al Quinto Patio, Julián estaba perdido en pensamiento, la canción de Enrique Iglesias, Bailando, que llevaba el chofer en Radio Santa María, se había convertido en un murmullo inentendible. Sus pensamientos estaban concentrados en llegar al parque, donde esperaría la salida de misa de las 8am de la catedral, para poder ver a la joven más hermosa que jamás haya visto, Sonia Celeste. Cada domingo esperaba verla, y tomar la guagua juntos hasta la entrada de Los Suárez, después del cruce del Santo Cerro.

“Hoy se lo voy a decir”, pensó Julián, mientras un niño haitiano le limpiaba los zapatos, no lo necesitaba, pero era de creencia que a todos hay que darle la oportunidad de ganarse la vida, todos los domingos algún niño le limpiaba los zapatos, aunque fueran tenis. Tenía casi un año haciendo esta rutina, sólo para verla, apreciaba lo delicada que era, su piel morena, casi café con leche, la cicatriz debajo del ojo derecho, sus ojos vivos, alegres, inquisitivos, su pelo castaño ondulado, sus labios carnosos, sus dientes parecían de perlas, su sonrisa embriagante. Pero más que nada disfrutaba su forma de caminar, cada paso parecía parte de alguna danza oriental. Todo un espectáculo.

Las campanas de la iglesia lo retornaron a la realidad y se puso de pie, “por fin”, pensó, sus ojos fijos en la puerta. Primero salieron los niños, corriendo, como siempre, a comprar pastelitos, quipes, palitos de coco, o helado Bón, luego los jóvenes, algunos agarrados de las manos. En cualquier momento saldría su Sonia, vio las damas y los esposos salir, algunos cabizbajos, otros sonreían, por último salieron las abuelas despacio bajaban los escalones de la entrada, seguidos del cura, que los despedía con amor y ternura.

Julián se acercó lentamente al gran portón de la catedral, sus pasos lentos, pero su mirada rápida, buscando entre la gente la cara de su princesa, Sonia era baja de estatura, pero su faz la podía reconocer entre millares de personas. Ella brillaba para él. Pasaron varias horas y Sonia nunca llegó.

Al montarse en la guagua de Moca, mientras caminaba agachado hacia el asiento que siempre ocupaba, el chófer se despedía de un joven alto y fuerte, Felipe. Julián pensó que era un tigre, pero llevaba sus pantalones muy bien puestos, parecía que llevaba un pesar en su alma, y estaba llorando.

- ¿Cómo le amanece? - le dijo el chófer. - Tengo dos malas noticias que darle. ¿Usted conoce a Don Manuel, el que vive al lado de los guardias?

- Claro, es un viejo muy querido por todos allá en mi campo.

- Bueno, un motorista lo chocó y casi le arrancó una pata. - el chófer se acercó y le puso la mano en un hombro. - Y la muchachita de Los Suárez, Sonia, ¡ay Dios!, el mismo motorista la mató esta mañana. El se mató él también. La gente dice que no quedó nada del motor.

A Julián se le paró el corazón, cerró sus ojos y tragó en seco. Bajó su cabeza y el chófer le pasó la mano por la espalda para brindarle un poco de apoyo emocional. El mundo se le había desmoronado, hoy iba a decirle que quería hablar con ella, no de amores, pero para ver si podían ser amigos, él sabía que ella era muy joven y el mayor, pero no la quería para más nada que ser amigos. Quería el bien para la muchacha, y quizás, con el tiempo, cuando ella tuviera la edad, ser su novio, él fue criado para ser un hombre de respeto y le iba a respetar su inocencia.

Al pasar el Pie del Cerro, frente a la Virgen, Julián sintió un pesar en su alma. Todos en la guagua se persignaron y dijeron algún pedido a la virgen entre dientes. El pidió, con la fe en todo el universo, que lo de Sonia fuera mentiras. Le dijo al chófer que lo dejara frente al callejón donde vivía la joven, y caminó lentamente hacia la casa. La multitud no le dejaba pasar, casi todos maldecían a los motoristas, Julián, también. Cuando entró a la galería de la casa, vio en la sala a la madre tirada en el piso, llorando incontrolablemente, y un señor la abrazaba, llorando también.

- ¿Quién es usted?, - le preguntó una joven como de su edad. Tenía que ser la hermana de Sonia, pues era idéntica. - Usted parece de los Costes de Pueblo Viejo, tiene el mismo porte.

- Soy Julián, oí sobre el accidente y quise venir a pagar mis respetos a la familia…

- Tu eres Julián Coste, ven conmigo. - La muchacha lo agarró de la mano y lo condujo a la cocina. Allí, del delantal, sacó una carta.

- Mira, mi hermana llevaba esta carta cuando la chocó el motorista, es para ti.

Julián tomó la carta, las manos le temblaban, su nombre estaba escrito en letra palmer, con curvas en las mayúsculas, en la parte de arriba había tres gotas de sangre. Subió la mirada por un segundo para ver a la hermana, ella lloraba.

- Ella hablaba muy bien de usted. Decía que era mayor que ella, pero yo pensaba que era un viejo. - la hermana miró la carta como diciéndole que debía abrirla

- Yo nunca hablé nada serio con ella, sólo la saludaba y hablábamos tonterías en la guagua. -dijo Julián bajando la cabeza.

- Yo lo se, ella me lo decía todo.

Julián destapó la carta y leyó en voz baja;

Amigo Julián, desconocido;

Después de un año viéndolo esperarme frente a la iglesia, he aprendido a disfrutar la forma que me mira. Primero me daba miedo, pues yo soy muy joven y usted ya se ve un hombre, pero con el tiempo me he dado cuenta de que usted es un hombre de principios, como diría mi mamá.

La veces que hemos conversado en la guagua han sido muy entretenido para mi, con usted me rio, especialmente de los chistes, aunque algunos no son muy buenos. Pero me encanta que trata de hacerme reír, y eso me hace sentir..no se rara.

Mi hermana dice que tenga cuidado, que los hombres son el demonio, que hacen que uno se pierda, pero por eso le escribo. Quisiera que podamos seguir hablando, quizás ser amigo, no pienso tener novio ni mucho menos, hasta que salga del bachiller.

Yo se que usted es de buena familia, muchas de mis mejores amigas del colegio son de Pueblo Viejo, y sabemos que los Costes son buena gente. Espero que mi carta no le parezca atrevida, yo una bicha, privando en ser mujer y usted un hombre con experiencia, quizás no tenga ojos para mi.

Este es mi numero, 829-867-5309, y tengo Whatsapp. Espero que podamos ser amigos.

-- Sonia
Julián tomó la carta, la apretó contra su pecho y cerró sus ojos, las dos lágrimas le corrieron lentamente por el rostro, la hermana lo agarró por un codo, y lo llevó a la habitación donde dormía su hermana, en la pared tenía algunas fotos de él sentado en el parque, con corazones pintados con marcadores. Se sentó en la cama, y pasó la mano a lo largo de donde podría estar su princesa.

Con los años Julián se casó, tuvo hijos, y continuó viajando a su querido Pueblo Viejo. Caminaba los dos últimos kilómetros pensativo, desde aquel lugar, marcado con una cruza blanca, donde murió, repentinamente, el amor inocente.

No hay comentarios.: