Por Juan Fernández
Ayer, mientras participaba en una charla que impartía un viejo amigo, le escuché varias veces repetir algo que me hizo cuestionarme: “Tenemos que prepararnos para crear un cambio”. Yo no podía impedir que mis pensamientos corrieran libres, “prepararnos” decía; yo esperaba de él una motivación a tomar acción…a tomar el primer paso.
Ayer, mientras participaba en una charla que impartía un viejo amigo, le escuché varias veces repetir algo que me hizo cuestionarme: “Tenemos que prepararnos para crear un cambio”. Yo no podía impedir que mis pensamientos corrieran libres, “prepararnos” decía; yo esperaba de él una motivación a tomar acción…a tomar el primer paso.
La Comunidad Dominicana de Nueva York (una comunidad joven y en necesidad de líderes, guías, personas interesadas en un renacimiento, un despertar social) es producto de descuidos políticos, abusos de autoridad, prejuicios étnicos, corrupciones de caseros que sólo están interesados en sus ganancias, ventas de drogas, violencia doméstica, exceso de madres solteras y padres parranderos; además de miles maltratos de todo tipo, especialmente de abusos laborales. A pesar de todo eso, cuando camino por mi comunidad, puedo ver sonrisas de esperanza; las sonrisas de nuestros niños, de los míos, los que no sueñan con regresar. Sus sonrisas me contagian y me hacen cuestionar la realidad en la que vivimos.
Por los últimos cuarenta años hemos vivido aquí, caminando como sonámbulos, trasladándonos por la ciudad como una comunidad nómada, sin orientación, sin brújula, sin metas definidas. En los 50s, cuando mi abuela llegó, los pocos dominicanos que habían estaban integrados al resto de los latinos: boricuas, cubanos,…etc. Ocupábamos el área de la calle 80 y 90, el Upper West Side. Luego, por debilidad de integración social, fuimos desplazados hacia Norte, al área de la calle 135: Hamilton Heights, una comunidad mixta de afro-americanos y anglosajones. A finales de los 70s empezamos a movernos lentamente, otra vez, al Norte; en esta ocasión por necesidad de espacio.
La llegada masiva de los nuestros en los 80s nos trajo una cantidad enorme de recursos sociales; claro, también problemas. Primero, necesitábamos más espacio; luego, necesitaríamos más recursos. Terminamos ocupando el área de Washington Heights; nos concentramos en sobrevivir. A final de los 90s, con la llegada del nuevo siglo, nuestros instintos nómadas pusieron nuestra comunidad en movimiento y nos hemos ido moviendo lentamente hacia cualquier lugar que nos reciba, por lo menos por veinte años más. Parece que este es nuestro ciclo social. Esta vez el Bronx nos ofrece el techo que necesitamos. Desde el 2003 este condado hospeda más dominicanos que Manhattan.
Esta vez el desplazamiento es económico. Algunos piensan que es étnico y no es así. ¡Si puedes pagar te quedas! En este siglo nos mudamos por razones diferentes; lo hacemos porque una vez más no hemos creado la estructura social que nos permita sobrevivir los cambios y las necesidades creadas por otras sociedades. La comunidad creciente anglosajona necesita hospedar sus nuevos retoños cerca del epicentro social de su comunidad, el área de la calle 80. Su crecimiento es típico de las sociedades organizadas y permanentes: crean un centro de recursos, desalojan la diferencia y se expanden; no se mueven, crecen. Este proceso es sistemático, radial y nosotros ocupamos el lugar que ellos necesitan, entonces hacemos lo que una sociedad sin infraestructura puede hacer; irse, desaparecer. En su forma simple este proceso se llama gentrificación (del inglés, gentrification) y no es algo positivo.
En el condado del Bronx, nos integramos a una comunidad latina existente; allí la mezcla social es más grande. Geográficamente el Bronx es menos complicado y más grande; está menos segmentado socialmente que Manhattan, pero no cuenta con los recursos de nuestro viejo vecindario. Qué importa esto si en “Da Heights”, como le llamamos los de segunda generación, no supimos evaluar los recursos y adecuarlos a nuestras necesidades.
Generamos unos cuantos dirigentes, pero hoy éstos se disputan las pocas posiciones políticas que le permite el sistema. Hemos creado un método de tirabuzón centrífugo que lanza a nuestros líderes lejos de la comunidad. Cuando llegan al siguiente escalafón ya no pueden concentrarse sólo en nosotros; sus responsabilidades crecen y se olvidan de su origen. Se van y no se ocupan de ayudarnos a crear nuevos líderes. Necesitamos que antes de que nos dejen formen otros; necesitamos que tomen un “understudy”, un pupilo y nos lo dejen aquí y que en su momento éste haga lo mismo.
Nuestra comunidad en Washington Heights no durará una década más. Para finales de la segunda década del siglo estaremos en más de un 70% viviendo en el Bronx. Me pregunto si esta vez estaremos listos para crear en la nueva guarida un lugar que pueda resistir tres generaciones, por lo menos. Un lugar que inspire a nuestros hijos a regresar después de recibir una educación lejos. El lugar que por fin inspire a nuestros ancianos a quedarse y disfrutar a sus nietos. El lugar donde podamos cultivar adalides y que estos puedan vernos como parte de ellos. El lugar que nos permita a los de segunda y tercera generación llamarlo “mi espacio”, “mi tierra”, “mi gente”.
En algún momento tenemos que parar de planificar y empezar a accionar; evaluar nuestras necesidades, medir nuestros recursos, detectar nuestros valores reales, nuestros líderes, aquellos que nos puedan guiar, clavar la primera estaca esquinera y quedarnos en un lugar, firmes. Hacer de nuestra comunidad un lugar del que nos podamos sentir orgullosos.
¿Y ahora qué hacemos, abrimos los ojos y lloramos por la realidad o nos concentramos juntos en hacer algo?
Respóndeme con tu inquietud, hazme saber que no es sólo mía. Yo quiero hacer algo en el presente, antes de que tengamos que movernos a otro lugar.
Cuestiona todo y toma tú el primer paso.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario