Cuento de Año Nuevo 2016

Cuento de Año Nuevo 2016
Por Juan Fernández

Doña Patria cerró sus ojos por unos minutos, en su mente podía sentir el olor del cafetal de su campo, bajo el frío manto del rocío,  el sonido, casi mudo, de pequeños bichos entrebuscando en las hojas secas del viejo árbol de anacahuitas, el esplendor de sus grandes semillas negras y el millar de insectos bomberitos alimentándose de las caídas. El verde de las palmas y el nuevo sonido de guacamayos traídos de Sudamérica, tan bellos, tan fuertes, tan primitivos. Su campo, Pueblo Viejo, tan especial, guardián celoso de memorias de una infancia perfecta.

Aún después de vieja, Doña Patria podía escuchar la voz de Tía Tinita tratando de forzarla a escribir con su mano derecha, aunque no pudiera. Hoy es ambidestra, puede escribir dos documentos distintos al mismo tiempo. Muchos ni se imaginan las torturas que vivió para poder escribir así, pero hoy no se lamenta, de su infancia no cambiaría nada.

Una vez al año viajaba a La Vega el 31 de diciembre para amanecer con su amiga de infancia, Doña Annie, ella y su esposo eran sus amigos y familiares más cercanos y quería esperar el 2016 junto a ellos. Estaba loca por despedir el 2015, un año de tantos cambios. ¡Miren que ver al PRD y al PLD aliados!, ¡Quién se iba a imaginar eso!

El toque ruidoso e inconsciente de un fatal vendedor de dulces la sacó, de un espanto, del sueño ligero donde se estaba perdiendo, le ofreció canquiñas, coconete, ajogaburro, golfio, torda, dulce de guayabas, piña, coco y de leche solamente. También llevaba agua, jugo de limón, mabi y agua de coco.

Le compró algunos dulces, pues no podía llegar a su campo con las manos vacias, y sabía que su tío Chuchu le encantaban los dulce de leche con coco, y le quería llevar uno para que se comiera un pedazo cuando saliera del hospital. Una pulmonía lo tenia quebrantado y era el último de su generación y se merecía todo el consentimiento del mundo.

Cuando el autobus de Don Pepe estaba lleno, con más cajas que gente, el piche anunció que cabían dos más y que le daba hasta su asiento a una rubia buenamosa que llevaba unos jeans apretado. Le dijo que si quería se la llevaba a la gloria y ella le respondió, con una dicción casi perfecta, que recordara la profesión antigua que practicaba su madre, en la cual era grande, muy grande. Eso acompañado de una miraba que lo sentó calladito.

Doña Patria no había visto tanta gente en su vida, la parada del Nueve, parecía una estación de refugiados de las que se ven en las noticias. Con todo esto, el autobus empezó a salir hacia La Vega sin dificultades, con música, conversaciones y señal gratis de WIFI.

Cuando el autobus pasó por el cruce del Abanico, Doña Patria, Don Pepe y una señora que iba sentada en "la cocina" estaban casi matándose, el chófer era obviamente de la gente de Abinader, la señora Danilista y Doña Patria todos sabían que era Leonelista. Lo interesante de la discusión era que la señora iba discutiendo con Doña Patria y no con el del PRM.

Doña Patria volvió a cerrar sus ojos, las discusiones de la politica, aunque le encantaban, no era donde estaba su mente. Cada kilómetro la acercaba más a su campo, a su gente, a su cafetal, a sus ruinas, a sus palmas, a su Santo Cerro, a sus limpios riachuelos, a sus víveres y al patio de su amiga, a las flores, al agua de lluvia del tanque, al olor de la tierra recién arada.

Ver las montañas peladas después de Bonao le partían en alma, el descuido forrestal era una pena y como solo iba a La Vega una vez al año, los cambios eran radicales para Doña Patria. Los cerritos después de la parada de Jacaranda estaban casi planos, y el verdor copioso de los montes de su infancia, se había convertido en pequeñas aldeas de casuchas mal construidas.

Cuando pasaron la bomba de gasolina Isla que dividía la autopista vieja para tomar la carretera Profesor Juan Bosch, hacia Moca, el corazón de Doña Patria dio un saltito; sentada en la bomba, sobre un caja, estaba una niña de unos ocho años pidiendo, sus ojos brillaban y en su mirada había una inteligencia que para ella era familiar, su piel negra, como la de ella, sus dientes blancos y  su sonrisa enorme, aun en la pobreza extrema, eran de admirar.

Doña Patria le pidió un minuto al chófer y fue a llevarle un pan, queso, uvas, una manzana y un dulce de leche. Mientras se acercaba se percató que la niña estaba perfectamente limpia, y su pelo perfectamente peinado. Doña Patria le pasó la funda de papel donde llevaba los alimentos, le sonrió y se devolvió a tomar el autobus.

La niña se puso de pie, era muy alta para su edad, en su rostro se podía ver la seriedad de un adulto, pero la mirada inocente de una niña.

- Señora, ¿le puedo dar un abrazo? - le preguntó la niña en una voz baja y tímida. Se le acercó y la abrazó fuertemente. - Gracias, que este año el Señor le de todo lo que usted necesite, la salud que le permita seguir adelante y la paz que sólo da Dios.

Doña Patria la abrazó como si fuera la hija que nunca tuvo, y lloró. Había recibido miles de abrazos vacíos de miles de amigos falsos, con palabras insignificantes. La mano cálida de Don Pepe la trajo a la vida real.

- Vamos Doña Patria que vamos a llegar tarde. - Le dijo mientras la conducía por el codo al autobus.

Doña Patria no dijo una palabra más en todo el resto del camino, pensó en todo lo que Dios le ha dado y lo poco que lo aprecia, pensó en como una niña pidiendo limosna le desea la bendición más genuina que había recibido.

El chófer encendió la radio, después de unos minutos, el locutor de Radio Santa María dijo en una voz dulce y serena:
En una horas termina el 2015, un año de muchos cambios, de despedir muchos buenos amigos y amigas, pero lleno de promesas y esperanzas. Les deseamos que el 2016 sea tan cálido como el abrazo sincero de un amigo, la sonrisa inocente de una niña y lleno de amor para todos.

Doña Patria se despidió de todos como si fueran su familia, a la señora de la cocina le dijo que juntas son más que solas y al haitiano que iba sentado junto a ella le dio un beso.

Caminó lentamente hacia el callejón de la entrada de la casa de su amiga y al final vio la bella sonrisa de sus seres queridos, que le decían;

¡Feliz Año Nuevo!

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