La Naturaleza de la Política

Juan Fernández | jbfdez@gmail.com

En la historia humana tenemos datos que registran nuestro comportamiento por casi cinco mil años. Los sumerios y su escritura cuneiforme, trazaron, en pequeños triángulos, datos impresionantes de esa región del Medio Oriente; desde actos de ventas, hasta reglas del comportamiento humano y las consecuencias de la desobediencia de las leyes, en el código de Hammurabi.  

Por siglos hemos entendido que lo opuesto a la guerra es la paz, y eso no es correcto, la guerra es una acción que elimina la paz, la paz es el resultado de las negociaciones, por eso, nuestra propuesta es que la paz o falta de la misma es el resultado de dos acciones opuestas; una, la negativa, la guerra, y la segunda, la positiva, las negociaciones. En otras palabras, lo opuesto a la guerra es la negociación.

La negociación es la esencia básica de la política, la RAE.ES la define, en su definición #11, “Arte o traza con que se conduce un asunto o se emplean los medios para alcanzar un fin determinado”. El fin de la política es, en su forma más elemental, el arte de negociar para crear la paz.

Muchas veces confundimos la política con el estado, o el gobierno, o los partidos, y en realidad la política es la actividad humana relacionada con el proceso de la toma de decisiones para el bienestar colectivo. No tenemos que ser parte del gobierno, ni el estado, ni partido político para ser políticos. Jesús fue un ente político, Gandhi, Mahoma, Madre Teresa y muchos otros entendieron que la estabilidad del pueblo está en la esfera política y accionaron para negociar dentro de este monstruo social.

En los cinco mil años de historia grabada, sólo hemos disfrutado de unos 240 años de paz en la tierra, 240 años sin alguna beligerancia en el mundo. Hoy, mayo 16, 2017, tenemos 67 países involucrados en guerras, más de 761 grupos de milicias/guerrillas/terroristas envueltos en conflictos bélicos, todos por manejos inapropiados de la ciencia de las políticas y/o diferencias religiosas (otra área fértil de la política moderna).

Cuando alguno de mis jóvenes en el programa de mentorías, o algún estudiante en mis clases de cómputos, me dice “…no quiero saber de la política…”, me sonrío, pues a partir de ese enunciado ya empezó su primer planteamiento político y el futuro de mi filosofía de la política social está asegurado. Mientras más nos quejamos de la política, más nos acercamos a ser un político apasionado. 

Yo no quiero saber nada de la política en las manos de personas irresponsables, por eso estoy en un partido político, el PLD, trabajo en un plan de gobierno y metas de mis líderes y soy activo en mi comunidad, pues lo que otros luchan por destruir, es lo que yo quiero preservar…LA PAZ.

¡Despierta!



¡Despierta!

Juan Fernández | jbfdez@gmail.com

Vivimos encerrado en pequeños inservibles cosmos, que construimos en globos minúsculos de cristal, algunos delicadamente armonizados, sin fallos, con flotantes moléculas plásticas de nieve blanca, nos entretiene para no sufrir cuando llegue el verdugo a batirnos bruscamente el diminuto iluso mundo, que concebimos como importante, sin ningún uso, se burla, el impío, de la ironía de nuestra soberbia, de vernos vivir una vida llena de espantos mudos, en una esfera transparente de ilusiones ciegas y fantasías absurdas que pensamos que son planes y no llevan a pesadillas, son estériles pensamientos de imaginaciones alucinantes e irrazonables.

¡Despierta! Que la esfera no aguanta más féculas
inútiles de holgazanes y ridículos pendencieros.

¡Despierta! Que tu semilla no va a germinar
en mundos de plástico, peróxido y cristal.

¡Despierta! Que afuera de la esfera te esperan.


¡Despierta, YA!

Su Pulso en Mi Vida

Juan Fernandez | jbfdez@gmail.com

La vida, sin muchos filtros, me descuartizó, lentamente, mientras armaba el rompecabezas de mi existencia, cortada en moldes raros, fragmentos blancos ausentes de bocetos, respiros sin guías, carentes de oxígeno y perseguidores de moléculas de hidrogeno escondidas.

Se tomó unos días, la vida, veintinueve exactamente, para retorcerme varias veces y exprimió de mí el néctar que había emanado por casi dieciocho mil días. Gotas de dolor escurridas en vetas señeras y pasajes de noches que no olvido. Alientos que fueron entrelazando en tejido fuertes mi familia, entre las paredes que resguardaban la galera.

Tomó el bagazo, la vida, que quedó de mi alma, botó la pulpa, creo que la consideró inútil, y, sin meditarlo mucho, puso las partes restantes en una horma nueva, me dijo; “Reinicia”, y me dejó allí, sentado, frente a su tumba. Su espíritu bailando canciones de planos que no escucho. Sonrisas en el aire que corre entre las fosas de mis ancestros.

Vivimos para reconstruirnos cada día, me dijo, la vida, varias veces, a través de los labios de mi madre, a veces por razones aisladas, otras para no dejarnos arrastrar por el olvido y los millones de fantasías de un mundo que no entiende. Almas que se pierden en la nada, momentos que enclaustramos en las cárcavas de un mundo frío, pero que nunca concebimos.

En su muerte, rápida y sin nada recóndito, he encontrado la vida, y en su corto despido, la fuerza de una guerrera, ella vive conmigo en esta pecera de almas que escudriñan el momento y se olvidan del destino.

Yo soy Juan Fernández, de los Coste de Pueblo Viejo, hijo de la Guerrera Annie Caro, en mi sangre vive su espíritu, y en mi aliento el corazón de mis ancestros. La vida me exprimirá varias veces más, estoy listo. ¡Ven, vida, aquí te espero!


Carambolas

Juan Fernandez  jbfdez@gmail.com

(Dedicado a mi amigo Juan Isidro Martínez, quien me acompañó en unos de los momentos más difíciles de mi vida)

La semana pasada fue una de esas que nos dan material para hablar por toda la vida. Viajé a mi campo de Pueblo Viejo, en La Vega, República Dominicana, a enterrar a mi madre, el cáncer se la llevó justo a tiempo. En su creencia, y en la mía, las cosas no pasan por que sí, todo obedece a un plan divino, a algo más grande que nosotros mismos. Esa lección la aprendí de ella y un tío que le decíamos Papá Memén.

Cuando salí del cementerio sentí que dejé en la fosa la mitad de mi vida, a mi derecha se encontraba mi viejo amigo Juan Isidro, su presencia me mantenía firme, como un pilar de cemento, con ella se iba la mitad de mi historia, y miles de cuentos que nunca se escribirán de los míos. Al día siguiente retorné a mi campo, sólo, y caminé por horas en el cafetal de mi familia, me acompañaba el espíritu de mi madre, sostenía mi mano, como cuando era un niño, y sentado frente a un árbol de carambolas, me encontré con el alma de mis tíos, uno de ellos extendió su mano y me pasó una de las estrelladas frutas, me senté con ellos y lloré. Pensé en como el tiempo juega con nosotros, era la primera carambola que me comía de un árbol que yo mismo sembré.

Cuando llegué, por primera vez, a visitar a mi familia, los Coste, no podía tener más de diez años, fue un año antes del ciclón David, ¡saque usted la cuenta! La siembra de café estaba a todo vigor en “El Cercado”. En las hojas, mojadas por el roció, se podían oler la tierra, junto al cacao y el café, cerré mis ojos y podía escuchar miles de sonidos que desconocía…sonidos muy distintos a los de la gran ciudad que me vio nacer.

Las matas de café no son altas, mi madre tenía que bajarse, y yo, agarrado de su mano, podía caminar debajo de ellas, parecían arboles de una selva, y ella, mi guerrera, parecía una diosa corpulenta. En el suelo, la gama de colores me robaba los sentidos; marrones de todas las matices, verdes y amarillos, un arcoíris terrenal, entre las ramas, se podían ver rayitos de sol que parecían columnas de luz y fuego, esto me alteraba los sentidos. A mi diestra, mi guerrera, vestida de blanco y azul, al otro lado, mi viejo tío Memén, en sus manos llevaba una pala y una bolsa de papel.

Cuando llegamos a un claro, detrás del cafetal, a unos metros de una mata de anacahuita, que estaba llena de insectos rojos y negros, bomberitos, les llamaban los niños de campo, Papá Memén me pasó la pala, me indicó en lugar donde debía cavar, le pregunté qué íbamos a enterrar, me respondió suavemente;

-         - Ahí vamos a enterrar una mata de carambolas. – sus palabras, dulces, aún las puedo escuchar.

-         - ¿Carambolas? ¿Y cuánto dura para crecer y dar frutos? – pregunté, mientras cavaba el hoyo.

-         - Veinticinco a treinta años. – Me miró, se sonrió conmigo, y me dijo – cierre la boca y siga haciendo el hoyo. Si usted no siembra esa carambola hoy, sus nietos no tendrán frutas para comer.

Detrás de él mi mamá estaba parada con una leve sonrisa, sus ojos brillaban, sus brazos entrecruzados, como siempre, su pelo, largo, negro azabache, se movía levemente con la brisa suave de aquel verano en el campo.

Me paré frente al gran árbol de carambolas, han pasado ya cuatro décadas, toqué su tronco, y caminé a su alrededor, en cada vuelta podía ver mis ancestros, algunos ni los conocía, cerré los ojos y le di gracias a Dios y a mi madre por la herencia que me dejó; mi sangre, mis raíces, mi familia.

A unos metros oí murmullos, me acerqué y vi a mi prima Justina sembrando una orquídea con su hija Samantha, pensé acercarme, sólo me sonríe cuando logré escuchar lo que le decía;

-         - Si no la siembras tú, ¿Cómo van a disfrutar tus nietos de su belleza?


Caminé despacio, y detrás de mi podía sentir la mirada de mi madre. Subí mi frente en alto, y las lágrimas me pintaban el camino debajo de la sombra del árbol de carambolas.