Cuento de Navidad: La Neblina

Juan Fernández 2017

La mañana del 24 de diciembre fue la más fría registrada en Pueblo Viejo desde los tiempos de los taínos. La temperatura había bajado tanto en el Santo Cerro, que algunos dejaron de salir de sus casas en las noches. Los campesinos empezaron, por primera vez en sus vidas, a usar abrigos. En las mañanas los tanques del agua tenían un leve capa de hielo en la superficie, en los colmadones dejaban las cervezas afuera para mantenerlas congeladas, aun durante los largos apagones.

El 24 fue un domingo diferente, a las 6:00 a. m. los perros empezaron a ladrar y no se podían escuchar el canto de las aves, ni siquiera el grito, casi prehistórico, de los guacamayos en vuelo, hasta los gatos dejaron de maullar, eventualmente, sus maullos convirtiéndose, también, en gritos, como de dolor. Luego, el silencio, como de ultratumba, era perturbador.

La neblina que bajaba del cerro parecía una cortina blanca de humo sólido, los tres primos veían como todo era arropado por el manto blanco. Los gringos tendrán nieve y blancas navidades, pero en el campo de Pueblo Viejo, este año será recordado, por muchos, como el año de la neblina.

Sofía había apretado tanto la mano izquierda de su primo, que se le había adormecido, del otro lado, del derecho, su novia Patricia dormía enrollada en posición fetal, sus lentes se habían empañando un poco, Tomás temblaba de miedo, nunca había visto nada similar.

- ¿Qué vamos a hacer?, - preguntó Tomás, - la neblina parece tener algo extraño, todos los animales se han callado, o escondido. ¿Será que contiene ácido?

- ‎No tenemos suficiente información para tomar una decisión, - dijo Patricia sin abrir los ojos.

- Creo que debemos esperar, creo que cuando salga el sol evaporará la neblina, - dijo Sofía, más rogando que así fuese, que asegurando el resultado.

A lo lejos se podía escuchar la voz grave del guardián de las ruinas, decía algo en creole, Sofía juraba que era un encanto del vudú, para alejar los malos espíritus. Su voz, despacio, fue convirtiéndose, también, en un  grito espantoso y, eventualmente, también paró. El viejo haitiano era amado por los tres primos, a Patricia se le aguaron los ojos y Tomás le pasó la mano por su corto pelo, para calmarla un poco.

- Él estará bien, es un hombre fuerte y valiente, - aseguró Tomás.

- Tu no tienes suficiente datos para decir eso, lo más probable, estadísticamente, basado en la reacción ecológica, que la neblina lo mató, - dijo Patricia llorando. A sus 12 años había estudiado los efectos extraños de la naturaleza.

En ese mismo instante, terminando de decir esto, Patricia apuntó hacia el callejón de las ruinas, corriendo entre la neblina, se veía el cuerpo ensangrentado del amado haitiano, la piel desprendiéndose de sus fuertes músculos, gritaba, no paraba de gritar. La neblina llegó al borde de la carretera, arropaba el cuartel y la capilla, Sofía observó como se le desprendía la pintura a la pequeña iglesia.

Los primos estaban resguardados en la galería de su tía Caridad, la mamá de Sofía. Patricia estaba abrazada de Tomás y los tres agarrados de las manos, temblaban. De repente el viejo guardián tomó un paso hacía ellos, ya sólo le quedaban huesos, sus grandes ojos colgaban de los nervios.

La neblina entró escurrida a la galería, de repente Tomás sintió el toque frío, helado de la densa cortina blanca, empezó a gritar, oyó cuando el espíritu de la neblina empezó a hablar...

- Mira muchachito e' la mierda, cállese y salgan los tres de esa caja ahora mismo, ¿ustedes no ven que Don Jean Paul tiene horas llamándolos? Vayan ahora mismo a buscar la yuca que nos trajo, - dijo tía Caridad, - y Patricia, quítese la saliva de la cara, cualquiera dice que estaba usted llorando. ¡Vamos, vamos!

Los tres primos se pusieron de pies, fue cuando Tomás vio la neblina tocar los pies de la tía, dio un paso atrás...

- Sofía, sueltame la pierna, sino quieres que te de una patá, - dijo la vieja mientras se alejaba de los tres primos.

Los primos se sacudieron las ropas y se llevaron la carretilla que le había dejado tía Caridad. Se reían a carcajadas.

- Buenos días Jean Paul, ¡Feliz Navidad!, - dijo Patricia al viejo guardián.

- Esperen, no me digan, ¿La neblina otra vez? Noooo, ¿me mataron a mí? - preguntó el haitiano, - ¡ Feliz Navidad! No dejen de ser niños, Dios les bendiga.

Los cuatros se reían sin parar. Sus risas invadieron todo el pueblo con una capa de alegría más densa que la peor de las neblinas.

¡Feliz Navidad!

Mis Inútiles Sentidos (Corregido)


Me sacaré los ojos, como si fuera yo un cuervo, llenaré de arena las cuencas de mis sentidos, pondré mis ojos en bandeja de plata, para que sean consumidos por hormigas, no quiero ver más, son inútiles mis luceros muertos, si no puedo ver el cambio que podemos alcanzar, yo, casi ciego, junto a los míos.

Regalaré mis tímpanos, para que un sordo me convenza que no eran culpables mis sentidos, sino los filtros que me impusieron toda la vida para olvidar el sufrir. De que sirve oír, si no puedo escuchar nuestros propios gritos. Las ondas sonoras de nuestras entrañas carecen de principios, si no pueden ser auscultadas por un alma que las cobije. Se pierden en repercusión en las paredes mudas de las salas del teatro de nuestras insignificantes existencias. Somos Ilusos, oímos sin escuchar, escuchamos sin importarnos, y no procesamos ideologías ni pensamientos. Quizás ya ninguna de las dos existe.

Caemos en un abismo, vociferamos en palabras instauradas, en idiomas inexplorados, lo que sentimos no sirve, mejor que se me caigan los dientes, son decorativos, juntos a mi lengua, si no sirven para expresar nuestros suplicios, mejor que las encías se me conviertan en una pieza, las quijadas no tienen por qué moverse, y las palabras honradas, que debo usar, cada día me castiguen. Somos esclavos de lo que decimos y amos de nuestros silencios, pero si callamos lo que tenemos, por obligación, que decir, entonces es mejor cortarnos la lengua, quizás ni sirva para alimentar los perros abandonados, es un pedazo de carne podrida.

El hálito de una noche fría cae sobre mi cuerpo desnudo, arrancando poros y músculos, carente mi organismo de equilibrio, epidermis sin sentido, de que nos sirve tener piel, si el látigo de verdugo sigue azotando las espaldas de los míos, yo no quiero que me cubra, mejor que le sirva de abrigo a un indigente, si no hago nada con ella, su indiferencia a este mundo vale más que la mía. Quiero ser merecedor de tan preciada ofrenda de vida, mi piel, lucho, para que sea mía, día tras día.

Me siento perdido, con la cabeza hueca, llena de algodón, forrándome el olfato y saliendo de mis oídos, de que me sirve la orientación, si tengo un cerebro descompuesto, putrefacto, rancio, su neuronas moradas y amarillas, si no lo uso para servir a mi gente, para merecerme caminar a su lado, para lograr su respeto y admiración, que me llamen uno de ellos. Mejor que me cocinen los sesos y alimenten los puercos, quizás así tienen sentido.

El alma se me pierde entre los vientos, el corazón no me late, mis intestinos rellenos de lombrices. De que me sirve este saco relleno de huesos y estiércol, si no lo uso para trazarnos caminos. Perderme entre listados cerrados o abiertos, no tiene sentido, los colores de un millar de perdidos se han mezclado en lo mismo, una amalgama de siluetas luchando por un pastel de arcoíris, sus labios asquerosos lamiendo en anticipo, como quien sabe el sabor del almíbar del relleno que sudan, en sangre, los míos.

Yo no quiero vivir en desafío, ¡para qué!, pero no pienso dejar de decir en todo lo que confío. Pon en una balanza tus sentidos y pesa si tienen sentido formando parte de tu universo vacío. Mejor toma una pistola y quítate la vida, si vas a vivirla sin sentido. Fuiste creado para algo, con un fin, entonces honra a tu creador dándole a todo esto, que llamas vida, sentido. 

Yo voy contando mis pasos, marcando mis dias, y se, hace mucho, que no soy nada ni nadie, la lucha por crecer es perpetua, enseñar es el destino, ¿y tú, estás listo para medir tus sentidos?


El Viaje de los Cuellos Caídos



Flotando entre los brazos de un dios de metal, plástico y cristal, poseedor de bóvedas serpentinas, que levitan en rieles de martirios. Las manecillas de un reloj maldito, repleto de injurias, castigando en segundos los respiros de los viajeros de los cuellos caídos. Cada uno cargando su cruz y sus cuerpos, casi molidos, retorcidos, como naborias fieles de un agente invisible de mortalidad.

Yo, noctámbulo por naturaleza, y quizás por gusto, sólo un poco, me siento y puedo ver los mundos pesados que cargan mis compañeros de viaje sobre sus hombros, sus cuellos en reverencia, cargas que nunca se alivian, lágrimas que se evaporan por carencias de objetivos.
Llevo un cacique kalinago, a los que los españoles llamaban caribe, de un lado y un azteca mexicano del otro, sus hermosos imperios dormidos en sus sueños, marcados por sus raíces. El sacudir de las animas del pasado los mantiene descansando sobre mi, no se si despertarlos y enderezar mi columna vertebral para crear un espacio, o simplemente dejarlos pernoctar con sus testas caídas sobre mis hombros. Hoy no me importa, ayer tampoco.

A las tres de la mañana el dios de los transportes pasa lista, me mira a los ojos y me saluda, como todos los días, los viajeros alineados en filas paralelas, hombro con hombro, sus cabezas titubeando en péndulos, colgando de cuellos construidos de hilos de seda, como si fantasmas jugaran a deribarlos y sus últimos reflejos los enderezan para preservar la verguenza.
El azteca casi se me cae, gracias a Dios que Morfeo tiene años que me abandonó, pude agarrarlo, justo a tiempo, antes de que su aguileña nariz besara el negro del piso frio de nuestro carruaje. Me miró en señal de desafio, me preguntó que hacía, le respondí unas palabras en taino levantando mis hombros, se sentó otra vez, confundido, y volvió a entregarse a la tarea de regenerar algunas energías de las perdidas tras, quizás, dieciocho horas de trabajo construyendo pirámides para otros amos, en otros suelos, en otra era.

En la esquina, en el ultimo asiento, rodeado de una nube sólida de olores de ultratumbas; una mezcla rancia de falta de cordura y un poco de espíritus que se pueden disipar con un poco de agua caliente y jabón, se sienta el rey de los cuellos caídos, abraza una bolsa plástica como si fuera un hijo, cuando nuestro navío se sacude, en una de sus sarcásticas carcajadas, el viajero casi toca el suelo, pero es el rey, y muchos harán reverencias antes que él, su espina dorsal lo endereza sin despertarle, mago del equilibrio.
Una jovencita, que parecía una diosa del Congo, o de Nigeria, su piel tan negra como el onix, se sonrió conmigo, sus dientes como perlas, negó con su cabeza lo que había visto y retornó al universo verdoso y fértil de un libro, le afirmé mi aprobación con la mirada y una leve sonrisa. Vi como le crecían alas, y su corona de joyas brillaba.

He llegado a mi destino, el kalinago se despertó, sólo por un segundo, con un ojo divisó que no era la suya, me vio levantarme, en silencio. Un joven rey africano ocupó mi trono, notó el estado de sus nuevos vecinos, primero al azteca, ya convertido en emperador de sus sueños, y despacio al kalinago, soñando que corría por montes de Martinica, me miró, como preguntándome que hacer, le dije un encanto de mis ancestros en el lenguaje de mis dioses, y mientras hablaba, en esta lengua extraña, moví mis manos desde su frente hasta su barbilla, sin tocarlo, y lo dejé dormido. Los tres nuevos amigos, unidos en una galaxia sostenida en espíritus de guerreros, unidos por el compromiso silente de viajeros de la noche.
Camino a mi hogar con la certeza de que mañana encontraré el imperio en buenas manos, protegido por las ilusiones de mis hermanos y las aspiraciones de que algún día será mejor de mis hermanas, quien soy yo para desmentir una verdad tan cierta, camino y con cada paso escondo en mi pecho, en este invierno tan frío, el sufrir de los míos, viajeros nocturnos, soñadores, del tren de los cuellos caídos.

Invisibles


Somos invisibles, divagando en un mundo de siluetas digitales, perdidas entre matices, líneas paralelas unidas en una bola de cristal, violentamente fundidas, entre la oscuridad y un millar de penumbras. Carentes de luz propia, adornados por figuras que no decoran, miradas de porcelana, detrás de sistemas operativos que fiscalizan nuestros alientos, con el que respiramos anhelos y suspiramos disgustos. Pagamos por pensar, pensamientos que no perduran.

Somos invisibles, cuando dormimos y nuestros sueños son vendidos por mercaderes de fantasías, carentes de planes propios, jugando a conseguir más, igual que un animal que persigue una zanahoria amarrada frente a él, con el anzuelo auto inducido de creernos más. Somos directores de un teatro macabro, con actores que no respiran sin que le pateen los pulmones.

Somos invisibles, cuando estamos solos rodeados de almas mudas, como si dejáramos el diafragma de nuestros lentes abiertos, captando solo lo fijos y borrando el movimiento de nuestros firmamentos melancólicos, interfectos y fétidos. Fingiendo, otra vez, sonrisas, creando muecas para llenar el marco de la postal de un desconocido. Nuestros sufrimientos leídos en cuentos cortos de horror y ficción.

Somos invisibles, cuando nuestros corazones laten al ritmo de tambores tocados por otras manos, que, además, castigan, como si no fueran diosas, sus puños llenos de huesos, cortando pómulos, como si ellas fueran de humo. Victimas de errores cometidos en la infancia de un verdugo, tratan, inútilmente, de fulminar su existencia entre castigos, y ríen, nuestras reinas, entre lágrimas, otra vez, para evitar encuentros de células que se odian inminentemente. 

Somos invisibles, cuando nos perdemos en las botellas de espíritus de otros mundos, y nos damos cuenta que el espejo de nuestras vidas no refleja nada, invisibles, nos acercamos y respiramos para ver la humedad de un aliento que ya no existe, y lo limpiamos rápidamente para evitar crear expectativas en nuestros amados, no vayan a empezar a soñar que son visibles y otros los castigue por la infamia.

Somos invisibles, hasta que tomemos la decisión de eliminar el velo que nos ponen, cuando busquemos nuestras propias soluciones y expresemos que no podemos más, cuando dejemos de buscar culpable, en un mundo donde solo somos nosotros los forjadores del todo. 

Somos y seremos eternamente invisibles hasta que abramos un libro y podamos, entre letras, construir nuestros propios destinos. 

Somos invisibles.

Con o Sin Cabeza


Caminando, para muchos, disoluto, pero en control de la verdad, enredado entre sueños de colores, en un firmamento monocromático, donde los arcoíris perdieron sus inicios y en las lagunas ya no nadan piececitos betas de matices morados y amarillos, nacidos en blancos azulejos, donde las esferas tienen esquinas, punzantes y todos tenemos que aprender a negociar por nuestras vidas, en el fango, repleto, hasta el cuello, de lombrices. 

Allí, casi entre tinieblas negras, se despierta al amanecer un soñador más, que tiembla escondido entre dos nubes, sin saber por dónde sale el sol o si se esconde la luna. Arrastrando pensamientos, como si fueran sandalias de un gigante olvidado, un viejo de pelo blanco y ojos fulminantes, soñador también, creador de leyendas, partidos y caprichos, escritor de cuentos del olvido, con pies enormes, difícil es lograr llenarle el calzado. Pensamientos de caminos marginados y vecindarios soñados por él, con calles repletas de vivencias, no de basura. Cadáveres de muertos retorciéndose en las tumbas, leña que se quema en la hoguera de un millar de tormentos, fuego que palpita consumiendo oxígeno sin futuro.

Caminando a ciegas en un universo de entes que se creen tuertos, pero no ven nada, sintiéndose los más pertinentes. Donde todos saben todo y ninguno se equivoca, nunca. Donde los bolos y los coludos tiene las narices igualmente paradas y las ideas se han fugado con su novia, la apatía, corren juntas desnudas en valles de lirios y claveles, que se pudren en sus manos. Burlándose, muchos, del pensamiento crítico que les dio la vida. ¡Ay Viejo Sabio! ¿Porqué te olvidan? Millares de anaqueles guardan las cabezas de estos arlequines, usadas, por los demás, como bolas de boliche, decoradas con las coronas de sus imprevistos triunfos de cenizas, coronas de alhajas y metales fruncidos, usadas viciosamente por todos, como payasos de gamas extrañas, que hoy se mezclan y no dan entre todos para hacer uno que valga nada. Se me escapó, hace tiempo, la sonrisa.

Caminando despacio, contemplando el siguiente paso, talones de gelatina, intrincados, escurridos entre arena, cal y cemento, nunca seguro de cual paso es cierto. Luchando por cerrar las ventanas, ya que las puertas, con bisagras opuestas, hacia dentro, con visión de preservar lo que quizás no vale la pena, hacia afuera, con visión de juntar mansos y cimarrones, muchos luchan por mantenerlas cerradas o abiertas, ¡qué importa! La mayoría, sin saber porque, obedecen las instrucciones escritas, como guiones de una obra de teatro, por otros que saben menos. Sus sesos hoy decoran los pasillos de los calabozos de los muertos.

Caminando en la naturaleza, donde todo, todo, sin excepción, es cíclico, como las varillas de una rueda, de una bicicleta sin timón y sin destino, volviendo siempre al mismo lio. Cabezas huecas que dan vuelta, como conjuradas por exorcistas, para aterrizar en un mismo sedimento de excrementos. Hoy sonriendo por los de un lado, mañana a carcajadas por los del otro, bailando el vals que le tocan los que controlan el violín de la avaricia. Guiados al matadero, como cualquier vacuno. Como les dije; bolos hoy, mañana, quien sabe, quizás coludos, veamos quien amarra el nudo que mejor trabe la gallina de los huevos de oro.

Piensa. ¿Y tú, saliste corriendo también cuando te pidieron la cabeza?

Lugares Celestes


En la radio escuchaba "Sangría", Blake Shelton buscaba transportarme a la versión country de mis raíces norteñas, fue cuando sentí el trueno de un pensamiento, salpicado en mi mente, vestido de un perico ripiao cibaeño, que detonaba en mi cabeza, como una granada en las manos de un ángel repleto de ira. Mezclado entre dos mundos, buscando subterfugios que me permitan vivir en paz y tranquilo.

Los colores rústicos y oxidados de los rieles de un tren me hacían compañía, desde una esquinita del ojo izquierdo los veía burlarse de mí, no podía estar en un lugar más celeste, rodeado de espíritus de todos los cielos, volaban, muchos, casi todos, entre lágrimas y penas, ocultas por una sonrisa llena de brisas cargadas de olores de alegres pétalos de rosas. Labios pintados de cerezas, metrosexuales puliéndose las cejas. Todos en sus propios mundos.

Caminaba entre pensamientos de nitroglicerina envueltos en golosinas, las asonancias de mi ciudad no me impedían escuchar las mentes de algunos, que, como yo, tratan de tocar el éter de la nada y extraer de allí la solución a cuantiosas angustias. Calles repletas de almas olvidadas, arrastrando zapatillas de la 5ta avenida, calizos, chancletas y guaimamas. Clases sociales jugando el ajedrez de la vida, cuando apenas pueden jugar damas. 

Contaba, entre miradas, personas aisladas por audífonos y celulares, cada cual viviendo entre Candy Crush y Solitaria, entre mensajes inútiles en sus redes sociales, que no tienen nada de social, pero atrapan peces dormidos, a diario, en sus redes, riendo a carcajadas, susurrando pendejadas en sus labios podridos, “LOL”, como si fueran papagayos volando entre las ramas de un teclado. Mentes que se desgastan en horas que se esfuman en el aire. Sumergidos en sus llantos y reproches. Nos han reemplazado las cadenas con aparatos de mierda, pero vivimos la misma condena. Esclavos de nuestros orgullos, jugando a la libertad de nuestros reales amos, nuestras incapacidades de auto manejarnos.

Subí la cabeza, me pesaba quintales, al cruzar el vagón, sentada a la derecha de su madre, una niña de quizás ocho años, llevaba un Quijote en sus piernas, la mitad del libro en un muslo, la otra en su brazo izquierdo, su espalda inclinada en reverencia, la boca un poco abierta, en sorpresa. En un afiche de carro se observaba a Cervantes riendo sentado en la luna. Miré a la madre fijamente, su gran afro parecía un árbol de frutos, donde dormían las aves, sus ojos negros, dos lumbreras, pasaba lentamente una hoja de su libro a la izquierda, sintió mi mirada, me sonrió y retornó a algo más importante que yo. ¡Qué bueno! 

La espina dorsal me enderezó la espalda, la cabeza pesada, ahora mucho más ligera, me dirigió a mi destino, los pies se me despegaron del suelo, los párpados, como cortinas de piel, aún tengo la sonrisa que me dejó la escena que me inspiró a escribir este pensamiento. Aun estoy lleno de fuerzas. 

¡La fe en mi gente nunca muere!

Quizás Ángeles, Seguros Demonios

Juan Fernández

(Observación del martes 5 de septiembre, 2017 – Cualquier parecido con la vida real es pura coincidencia) 

Anoche, mientras admiraba el llorar de la luna llena, caminando debajo de los rieles de un tren frío, sus chillidos satánicos, como palabras directas del infierno, portador de interminables vidas ciegas, que mueren en cada estación, sin saberlo, vi cómo se le caían las alas a un ángel que trataba, inútilmente, de volar. En la espalda podía ver sus huesos rotos germinar, detrás de los zapatos negros pulidos que pisaban sin misericordia, con crueldad, hasta sus extremidades trozar.

Su piel morena brillaba, como un azabache, en su ojo izquierdo, lleno de divinidad, ensangrentado, se podía ver la lucha entre dos mundos, separados por cortinas azules de clases en desigualdad, disfrazadas de un entendimiento que no existe, ira sostenida por leyes escritas en papel, en un mundo de muchas lluvias de ironías. La vida le corría por los poros mientras le amarraban con grilletes, igual que cuando sus ancestros se bajan de las naves del viejo continente. Cuatrocientos años de luchas, ni un día de libertad.

Su rostro celestial parecía de arcilla, caliza, así, color cobrizo, oprimido en el cemento, como si estuvieran los verdugos creando moldes en la acera, para marcar el sendero del próximo ángel que enterraremos en el mismo trayecto del que hoy sepultamos, cientos de años sin progreso. Sus pómulos esculpidos, como si fueran de un gladiador romano, dios de un coliseo de golpes, atado con esposas e insultos físicos tan tangibles como las huellas de los palos en su espinazo.

Creo que se nos olvida que somos responsables de los ángeles que matamos, arrancando sus alas, y los demonios que creamos con un bastón en las manos. Ciclo eterno de esclavitud en cadenas perpetuas.

Pasé de allí al hospital, esposado de la camilla un joven, un ángel, luchaba por entender sus pecados, oraba, a toda voz, en palabras obscenas, en el único padre nuestro que conocía, sus lágrimas parecían de cristal, caminé un poco más, al pasar la puerta vi dos niños recién nacidos, una enfermera, que marchaba lentamente, los dividía, en un lado los ángeles, tiernos, puros, del otro lado los demonios de mi sociedad…Pasamos auditorías de culpas a las vidas sin pensar. ¡Por favor, no más!

Gotas Sueltas

Gotas Sueltas
Juan Fernández  © 2017

Dosificamos, apretando con torniquetes antiguos, nuestros silencios; las palabras mudas que no decimos. Gotas de un río de aguas incomprensibles, que se enmarañan con discursos en las bocas de los perdidos. Nos atrapan, sus palabras vacías, como bejucos de hiedra en una pared de ladrillos.

Esperamos respuestas de colores que nos llenen los arcoíris grises de nuestros cielos clausurados, llenos de pesadillas. Tempestades que no se calman, huracanes en el cáliz de amarguras de nuestras propias inequidades, circulando en torbellinos de desasosiegos. Nos reímos, cuando las lágrimas nos sofocan y el murmullo de nuestras propias conciencias nos castiga.

Somos parte de un mundo de parásitos conducidos por lombrices. Nos arrastramos en fila india detrás de las migajas que se caen de las barrigas orondas de los monstruos de un sistema de penas y martirios. Somos báculos desarmados de verdades, en un cosmos de mentiras. Bailamos al ritmo de la música de los degenerados, y nos venden sonrisas enrollados en cigarros de mariguana.

Tenemos necesidades que van más allá de las hambrunas, momentos que cuelgan en un vacío que no se llena con limosnas, santiamenes de silencio que nos gritan en la cara, oraciones sin respuestas a un dios de madera que colgamos de nuestros cuellos, sin saber si vale nada. Nos olvidamos de nuestras raíces, nuestras culturas, nuestros enojos se convierten en nuestro pensar y despacio nos encierran en jaulas de cemento y creemos poder volar. ¡Ilusos!

Somos esclavos de nuestro pasado y cerramos los ojos a nuestro futuro, quemamos el presente en cadenas de pensamientos inoportunos, nos hacen comer el excremento de nuestros propios intestinos decorados con flores nacidas en nuestras propias utopías. Somos pinceladas en el lienzo de acuarelas del retrato de un joven desaparecido.

Callamos cuando debemos hablar y hablamos cuando todo termina. Nos van a quitar la venda de los ojos cuando no tengamos nada que mirar.  Somos como santos en el altar de un incrédulo, decoración de piel y hueso, admiradores de velas, agua florida e incienso. Castigados por males auto-impuestos.

Somos paz en tiempo de guerra, que empezó en nosotros hace mucho tiempo, nosotros, simplemente no lo sabíamos. Somos el campo de batalla en medio de mil tormentas. Ayúdame a encontrar la luz en tanta tiniebla, antes que la oscuridad sea perpetua.

Pecados Capitales: Gula

Juan Fernández

Saltan al vacío los minutos cubiertos de segundos, convirtiéndose en eternas horas que no duermen. En tus labios formas calabozos húmedos de mis ansias, los sentidos, otra vez, como a un niño, me engañan.

Parecemos bejucos verdes de ardores alocados y el sabor de tu cuerpo me bautiza cada día. Tus senos servidos como la mejor de las pitanzas.

El azúcar de tu cuello se cristaliza en mis papilas, la lengua no me alcanza para catarte las clavículas. Se te derriten, suavemente, las venas en mi boca y recojo una a una las gotas dulces que transpiras y se deslizan en cascadas vivas por el vientre.

Me ahogo en el calor paulatino de tus respiros, tus delicados brazos creando nidos en mi cuello, tus temblorosos dedos recorriéndome las ganas, el ardor de tus uñas, como garfios, en mi espalda. Tus nalgas servidas como postre de enmieles, vainilla, frutas secas y una pisca de sal.

En tu vientre de bailarina crecen verdes hortalizas, de tu ombligo vivaracho nacen los mejores vinos que se desparramas en tu pelvis, como si fueran ríos, donde puedo saciar, sin medidas, mi sed, embriagándome, como de parranda, en tu vagina.

El olor de tus entrañas, mordiéndome, me mesmeriza, en cascadas de sed de tu océano, que no termina. Tus piernas, apretando, cubriendo mis oídos, tus manos aplastando mi cabeza, hundiéndola en el olvido, nuestras miradas juguetean, como si fuéramos cocodrilos. Tus piernas en mi espalda desplegados el caviar, relleno de muchas nueces, almendras y otras semillas.

No me canso de desayunarte las caricias, tomo tus pantorrillas como jugos de frutas en un almuerzo de una cálida tarde de verano, se me escapan las ambiciones de comerte la boca en la cena, hambre de mis entrañas, bocadillos de mi avidez por tu aroma.

Yo no quiero despensas en otros almacenes, quiero verte cada día servida en mi mesa, al desnudo, como el suculento manjar de mis locos atrevimientos.

Soy tu polen mariposa…succióname, de gula, la vida.

Pecados Capitales: Lujuria

Juan Fernández

Enmarañado en tus pechos, mi gloria,
emborrachándome, ojos cerrados,
en el olor sensible de tus axilas,
navegando, lento, con mi lengua
los peldaños de tus piernas
para escalar al altar que guardas
debajo del nardo de tus caderas,
cabizbajo, prendiéndote velas,
soy esclavo del extracto de tus besos
y del néctar del corazón de tu vientre.

Flotando entre la vida y la muerte,
respirando de tu aliento el oxígeno mínimo
en respiros que parecen quejas y lamentos,
colgando del borde de tu lecho,
con la cabeza sudada e invertida,
veo como caminas desnuda, entre sobras,
tus caderas ondulando me hipnotizan,
tus extremidades largas que se pierden
en la oscuridad de un pasillo de recuerdos.

Tu corto pelo danzando en tu frente,
tus ojos como fanales de un gran puerto,
me fulminas con tus miradas de ternura,
me dominas con tus toques de dulzura,
tus pensamientos se convierten en mis días
y tus manoseos pervertidos en mis lunas,
soy naboria de tu concupiscencia.

Perdido, a gusto, mariposa,
en tus mares caprichosos de lujuria.

Olor a Café: El Sabor de los Besos


Muero recorriendo, disoluto, el valle delicado que guardas, celosamente, entre omóplatos, besando las curvas de tu espina escapular. Anatomía que se desperdicia en cada contacto, músculos perdidos que no saben ser tocados.

Tú, enredada, como hiedra, en mis pensamientos, besándome, suavemente, con ternura, el esplenio, mordiéndome, fuertemente, sin ternura, el acromion, escuchando, como escudriñando, mi apófisis espinosa hasta auscultar mis más secretos sentimientos, como si fueran latidos de un tambor de mi tierra, templado entre el sudor y promesas de tus muslos. 

Dedos confundidos en la entelequia de tus toques, excelsos, como aves hipnotizadas en las nubes, tú, piloneandome la existencia, ritmo loco de caderas, yo pilotando mis veleros entre tus sagradas lunas, perdidos entre las olas del mar de tus caricias, besos de cafeto, sabor dócil a recién tostado.

Yo, vivo y extinto, entrelazado entre tus piernas, acariciando con mis labios los hoyuelos de tu sacro, arañando cada una de las células de tus glúteos, nadando en el mar profundo de tus miradas, agarrado, como cayendo de un precipicio, tus oblicuos, me detengo, respiro por instantes, para verte reír, besándote el lumbar, como si muriera de hambre, mientras tomamos una taza de café caliente, esperando que nos alcance la mañana. 

Olor a café, atrapado, otra vez, en tus entrañas.

Olor a Café: Alba de Pensamientos


A través de las tablas de palma de mi casita de campo, construida con mis amigos a lo largo de un verano, puedo sentir el frío de la mañana. Hace unos minutos el alba llenó de besos los primeros rayos de sol, el toque mágico de sus labios fue la obra de teatro de mi amanecer, mejor que en las salas del Lincoln Center o Carnegie Hall, nada que envidiarles, sentado en una mecedora de caoba, nubes de algodón en un cielo azul, fue el trasfondo, montado en el escenario de un universo de estrellas, en mis manos una taza de café, un pan de agua en la otra, tamboras en el corazón. En el techo de zinc corrugado puedo ver gotas de rocío caer sobre las flores del jardín mis alucinaciones.

En la radio suena una canción de protesta de un trovador triste, el volumen solo en uno, quizás en dos, respetando mis tímpanos, como si fueran doncellas, en sus letras legendarias se escuchan palabras que se aplican a mi campo, igual que en su Cuba adorada, me imagino que tomaba café negro y amargo, mientras escribía su dolor, sentado en algún unicornio azul, como lo hago yo, mientras me como una gran manzana, en mi ciudad que no duerme. Respiro profundo y con el aroma se me limpian las vías nasales de los anhelos y se me duerme la vida. Sueños eternos de las historias de mi huerto.

En mi crecen, justo al lado en mi cafetal, miles de granos de experiencias vividas, sembradas junto a las raíces de los dolores de mis padres; con mi progenitor, la energía de las calles concurridas y políticamente pavimentadas de Santiago, y los olores sutiles de los campos de La Vega, herencia de mi madre. En mi sangre germinan árboles frondosos del jardín de mi patria, en conucos y canteros de mi tierra fértil, abonados por el deseo de ver cambios que se puedan cosechar, que puedan crecer como tomates, en las mentes de mis jóvenes. Canales de riego construidos en venas atormentadas y alimentados por arterias del sudor de más de un millón de modernos esclavos, en ellos se nos va la vida, en maletas repletas de regalos de ardides.

El campanear del péndulo de mi existencia crea en mí un estado de alerta perpetua que controlo con el olor del café, las neuronas me agradecen el descanso, las pupilas se me abren y por ella se me aglutina la vida, como una lupa que quema una colmena de avispas a punto de detonar. Las tablas de palma se me convierten en cemento; las persianas en ventanas y el piso de tierra, con olor a puericia, delicadamente comprimido, se transforma en madera y linóleo; el techo de zinc, cantante de miles de noches de pasión, se me convierte en el piso del vecino de arriba; el cielo azul se me torna gris y en la radio del carro de un inconsciente escucho su repulsiva selección de ruidos sin sentido. Me siento en mi silla de metal, trato de mecerme, como en mi mecedora de caoba, pero no funciona.

En la mesita de mi pequeña cocina, detrás de la nevera y la estufa de gas, las cuales todas las mañanas convierto en tinajas, barbacoas y un fogón de cemento, pintado de amarillo, con tres fogones, que arde con la leña cortada del monte detrás de mi cafetal, me siento a contemplar los detalles de mi entorno, el campo se me convierte en ciudad y las palmas en rascacielos. Entre los enormes edificios veo aviones pasar, los ruiseñores cantan, pero aquí solo escucho alarmas de los policías, van muy rápido a matar algún joven que les ofendió porque pensó más de lo que otros le permiten. Las ideas redondas no pueden entrar en cabezas cuadradas de un mundo de geometría, donde todo está puramente alineado y medido con las reglas del dinero.

Una hoja en blanco recoge todas mis inquietudes en el calor de mis deseos y en un sorbo se me convierten todas en tinta y dejo que corran en papel. Aquí, sentado en una butaca cubierta de plástico y patas oxidadas que encontré tirada en la acera, casi podrida, en mi apartamento fantasma, que se me va corriendo detrás de las promesas no cumplidas.

Quiero convertir mi sentir en casabe y aguacate, quizás cubrir el casabe de mambá, en vez de hamburguesas y papas fritas, la soda en mabí, y las pesadillas que vivo cada día en las más bellas utopías, pero tomo otro poco de café y sonrío, pienso en todo lo que tengo que hacer y siento como la espina dorsal me endereza, la silla se me convierte en trono y las fantasías en sueños…aquí sentado en mi cocina, tomándome tranquilamente una taza de café, sabiendo que soy el rey de mis días.

Olor a Café: Tejiendo Sonidos


Creo mucho en la paz del aroma del café, quizás sea el circular de la cafeína por las vetas de oro de las minas de mis momentos de sosiego, quizás es la herencia de siglos de regocijos culturales, quizás es la vehemencia, pero más que nada, y de estoy seguro, es la capacidad que tiene de consentir el registrar en trenzas las palabras de los labios de los míos. Cantar en mis oídos. 

Las ondas sonoras de las cuerdas del instrumento vivo de las voces de mi gente, son la más armoniosa de las odas con las que oscilo las membranas de mis tímpanos, para disfrutar del vibrar del léxico bello del idioma de Cervantes. En sus bocas se crean melodías.

Sueño con sentarme a escuchar una conversación elocuente de dos de mis descendientes en búsqueda de soluciones para crear el universo que creen se merecen. Sin depender de nadie, reales soberanos. Sueño con tomarme un café junto a un desconocido que pueda poner en frases lo que siente, sin demagogia, sin rodeos, despacio verlo cociendo oraciones con hilos fabricados de la nada para emboscar en su mente la búsqueda de su razón y el despertar de sus ilusiones.

Piensa rápido, planifica despacio y acciona, comete errores…corrige…empieza otra vez, todo tejiendo sonidos de tu alma con las agujas de una taza de café.

Olor a Café: Sentado en un Banco


Con las mañanas tórridas de mi urbe tan fría, llegan escenas nuevas al teatro viejo de mi aldea. Actores que cambian sus fisionomías, como si fueran mutantes, actrices, disímiles, privadas de melanina. Con los años, la vida me ha dado la oportunidad de verla pasar, sonríe conmigo, en paz, yo sentado en un banco de un parque casi olvidado, con el codo derecho en la rodilla izquierda, tomándome, en el silencio, una taza de café.

Las historias, como los días, de los míos, se van volando, como gaviotas en altamar, hojas que se secan rápido y se caen, inviernos que se consumen en esferas de cristal, creadas para encerrarnos en jaulas de ignorancia, en las deudas heredada por no creer en sembrar, sólo ambicionamos cosechas, consumimos todo sin parar. Langostas verdes en campos por arar.

En mi banco favorito, el segundo, que tiene una tablita rota, al cruzar de la vieja avenida, donde se sientan conmigo miles de palomas a llorar penas o chistar, buscando entre comida chatarra migajas para engordar, puedo ver, allí, el tiempo pasar, en su espalda lleva un saco de minutos para regalar, todos recolectados de los perdidos en celular y en noches lujuriosas de bar, mientras aquellos viven su vida, la verdadera se les va, se burla de ellos al pasar, yo la miro y me invita en la noche a charlar. 

Un edificio renovado, con los fondos del sudor de todos, enorme, me saluda al pasar, me cuenta que por un dólar lo podía comprar un acólito que pensaba sólo en regresar, hoy su dueño lo renta por unidades, como si fueran pedazos de cielo, a entes de otro lugar. Aquel sacristán sigue rentando para pernoctar, sus sueños enviados en contenedores de cajas de cartón, repletas de soledad, despachando remesas a la tierra donde lo van a sembrar, en su lápida el escribirán, “Murió el día que viajó a Ultramar, años después, aquí, enterramos el cuerpo”.

El café me correr entre los colmillos, me siento vampiro de un cafetal, mis papilas jugando con cada gota, las franquean de un lado al otro, antes de dejarlas pasar. Con la esquina del ojo derecho veo una joven pareja caminar, sus manos entrelazadas, como ramas de un viñedo que produce uvas del colores del arcoíris, sus sonrisas tiernas, ejemplo para imitar. El joven de la derecha, garboso, me ve, y con los ojos me pregunta si lo voy a juzgar, le sonrío, el de la izquierda, alto, moreno, arrogante, se sonríe conmigo, yo les saludo al pasar. Recuerdo que hace unos días caminaban, por la misma acera, seis jóvenes dominicanos que hoy ya no están. Reemplazados por el color de sus bolsillos, no por el de su epidermis. Gentrificados como ratas en un palomar.

Ya se me acaba la infusión, así no puedo contar, mis ojos cámaras observadoras, mis dedos, humildes impresoras de nuestra realidad. Ven, dialoguemos, hoy, mañana nos surten en otro lugar. Somos exquisiteces en una paletera de chistes que no sabemos contar. Piensa y tómate un café conmigo, no dejemos de hablar.

Olor a Café: Sabor a Uicú


Saliendo, a primera hora, antes de que el día me alcance y me pida cuentas, antes del primer respiro, café caliente en mis manos, olores que no respiro, olores que puedo tocar con la piel y escuchar con mi lengua, silentemente cerrando la puerta, tomo mis primeros pasos, lentos, arrastrando pasados, y el digo al mundo buenos días.

Al pisar la calle me encuentro con la ironía de un verano ardiente, como el mismo infierno, en mi ciudad reluciente que no duerme, repleta de personas frías. Los saludos caen de mi boca, como si fueran rocío, imperceptibles para casi todos, rutina de ruidos tenues para muchos, pero en la humedad de mi cortesía confío, con el tiempo los baño a todos, como si fueran jardines. Las flores no escogen las lluvias que le cobijan.

Desde la ventanilla de un autobús observo la vida, como se le va, lentamente, a muchos, parece un puñado de golondrinas que no encuentran su nido. Se les destila la vida, como caña en un alambique, almacenado en redomas, hervida sin compasión, ambicionada por muchos. Castigo de generaciones que se pierden gota a gota, destilando su futuro, acumulando en tinajas la desdicha de su torpeza.

En algunos casos, a los más entretenidos, la vida se les va como un sombrero volando con el viento, flotando en pequeñas olas de huracanes autoinducidos, sin rumbo, creando camorras, como una chiflada de un celular, fumándose el futuro en una hookah, sentada en una acera, viendo en el humo su gloria.

Cuando salgo del autobús, tomo el último sorbo de café, ya los pies no me pesan, el sol está a punto de salirse de los brazos de Morfeo, y respiro mi ciudad, y derramo mi alma para libar como lo hacían mis ancestros taínos con el uicú, producto de la yuca.

Se me tupen las pupilas con el polen de la infamia de los míos, pero lo control con un solo pestañar de mi visión y misión, entiendo que sus vidas no serán iguales, sus planetas se alinearon con los míos, y en nuestras lunas transportamos el remedio a nuestras aflicciones fermentadas en castigos. 

Con el vaso de café en mis manos, ahora vacío, le pido al barista mejicano del carrito de la esquina que me replete el cáliz de cartón reciclado del néctar de los querubines, que llevo un millar de efugios en mis manos y necesito el calor del café para burlarme de las sátiras de mi ciudad de papel. 

Yo hoy no duermo…es lo que me repito cada día, hasta el día que sienta el calor de la sonrisa de tigre de la esquina. ¡Gracias, señor café!


Olor a Café: Recuerdos y Realidades


Hoy me despertó el olor del café de mi puericia, recordando las madrugadas cuando mi abuela colaba café en granos al pie de mi camastro, separado del colador por una vieja cortina, en el último cuarto de nuestra humilde casita, en las afueras de Santiago. Olores matutinos que corrían por el aire, como si fueran atletas, mezcla de recuerdos de palabras sabias, en oraciones sencillas, que se arropan contigo hoy, en las sábanas frías segundos antes de despertar, para enfrentar los tejidos de mis procelosos días. 

Los rayitos de sol que penetraban por algunos orificios del techado de zinc, quemaban, en besos amarillentos, mi rostro, en su cálido toque me daban los buenos días. La noche no le robaba un minuto al despertar de mis días y las sábanas no me detenían, el mundo era mi jardín y en él jugaba con mi presente, pasado y futuro. Infancia que solo sabía de sonrisas.

Hoy aseveró mi realidad, como cuando te carbonizan las manos, el sonido de un carro de policía que se llevaba, en su desespero, el silencio amarrado de su parabrisas, despojando notas de una orquesta de murmullos y pesadillas. ¡Sabe Dios a que ángel cristianizarán hoy como demonio! 

Empujo mis pies, arrastrándolos, como sin vida, desde la cama cálida al agua fría, los minutos impulsando discordias, las horas esperando progresos, con ellas se me van los recuerdos, un millar de pensamientos invaden mi clarividencia y me hacen nigromante de mi entorno, evocador de mis ancestros. Salgo a enfrentar el mundo y en un respiro, con una taza de café en mis manos, al salir de la puerta, arreglo el planeta. ¡Puff! Como un mago. Las riñas las convierto en abrazos y las balas en pétalos de flores, todo con una sonrisa.

Yo no sé cómo tu vives, pero yo cambio todo lo que toco, con el clave de mis pensamientos positivos, las rosas de mis sonrisas y el jazmín de mis besos. Hoy el mundo amaneció al revés, yo vivo para asegurar que no deje de girar. Algunos días lo logro, otros me enseñan que no puedo, todos me hacen crecer, pero ninguno me puedo parar.

Yo quiero hacer lo que me toca hacer, cuando me toca hacerlo.

Cuestiónalo todo, pero no dejes de accionar.

Fantasías


Guardo una esfera que robé una noche oscura de un cuento de hadas, repleta de utopías, flotando en el cuarto secreto que llevo escondido en el espectro luminoso de mis entrañas. Protegido por un ave Fénix, amigo de un dragón dorado. Grifo pasea entre ellos para resguardarlos.

Tengo establos repletos de unicornios que alimento a diario con el maná que me sobra, lo mezclo con huevos dorados de las muchas gallinas que tengo en la granja. Huevos que fecunda un Quetzalcóatl que traje de mis viajes a Centroamérica, obsequio de mis amigos mayas, hermanos de aztecas, hijos de olmecas azabaches.

En el patio de mi aliento, detrás de los establos de los pegasos, tengo un lago donde toman agua mis licántropos y mis cerberos. Las sirenas nadan como dueñas del agua y el marjal, que comparten con los centauros de los pueblos aledaños. Todos protegidos por gárgolas que, aun cuando se tornan en piedras, pueden aterrorizar a los más atrevidos humanos.

Ayer, mientras caminaba, Esfinge le narraba a Cupido miles de fábulas nunca contadas, yo escuchaba silente, ellos caminaban agarrados de las manos, en las calles tristes de mis lamentos. El sol nos daba en la cara, pero las sílfides nos protegían con sus alas.

Hoy flota en el mundo de mis pensamientos un universo de estrellas, donde mis ángeles y mis demonios conviven sometidos por el dolor de mis pesares y la armonía de mis sentimientos, mis querubines resguardan la puerta que permite que mi corazón lata sin quejas ni lamentos.

Mañana crearé las auroras con uno de mis respiros, bañadas por arcoíris que nacen en mis pupilas. Yo no soy un soñador de millares de fantasías, soy la luz de mi mundo, dueño de mis pensamientos, señor de mis demonios y esclavo de lo que expreso. Yo soy…yo.




El Baile de las Estrellas

Juan Fernández

Mi madre danzó en su camastro de muerte días antes de sucumbir, su cuerpo adolorido, sus simientes crujiendo por dentro, la existencia le concedió un minuto de paz y ella lo compartió conmigo.

Sus ojos brillaban, como brillan las más esplendentes estrellas, con luz interior, desbordamiento de resplandor y harmonía, con estelas de partículas del horizonte de galaxias lejanas.

En su voz pude escuchar la voz de Dios, hablando por ella, palabras celestiales escondidas en un cúmulo de silencios, millones de montañas de sonrisas cubiertas de firmamentos, miradas pérdidas encontradas en las lunas de mil planetas.

En el roce de sus manos pude sentir el oleaje de mil océanos, mares entre sus uñas, tempestades en el centro de sus palmas, tsunamis en su ternura, profundidades desconocidas en sus respiros.

En sus manos tibias aprecié la vida fluctuar en una cuerda floja, y así, como quien sabe lo que tiene que hacer, cerró sus ojos, y se llevó en un respiro un latido de mi corazón y un pedazo de mi alma.

La extrañaré sabiendo que la veré algún día, más allá de donde bailas las estrellas.

Viaje Sin Regreso

Juan Fernández

Vengo de un éxodo oscuro donde no necesitaba maletas, un camino de espinas repleto de botones morados, pero sin hojas de retroceso, pasos que se pierden en un cosmos de raíces insondables, sellando en cada senda el vergel de mis años.

Vengo de circular por diversos mundos, impeliendo bagajes, frutos de árboles extraños, semillas que crecen sin agua, impuestas en amaneceres de soles que no se ocultan, mortajas de seda decoradas con ataujías, colectividad que se pudre, ramas bellas pero torcidas, todas esenciales, todas, todas mías.

Vengo de un mar de suplicios, arrastrando valijas, corriendo entre la sabia de un océano de martirios. Soy el dolor que se cuela entre las risas más lindas, entrelazando sudarios para indivisos indóciles. Soy la tormenta que apaga las velas de los incrédulos que me persiguen y no se persignan. Soy el lamento de crujir de los dientes de los que se comen sus propios excrementos. Soy el olvido de un piélago de caprichos que fueron vendidos como castillos.

Vengo de un viaje sin reintegro, donde nunca se cumplen los sueños. Vengo a pasar la hoz para cortar las molleras que no estén bien apostadas. Vengo de un desplazamiento de tristezas por caminos de luz pisando con calzados de lluvia en un desierto de penas.

Prepara tu maleta por si te toca hacer un viaje por el camino de tu tristeza.

La Naturaleza de la Política

Juan Fernández | jbfdez@gmail.com

En la historia humana tenemos datos que registran nuestro comportamiento por casi cinco mil años. Los sumerios y su escritura cuneiforme, trazaron, en pequeños triángulos, datos impresionantes de esa región del Medio Oriente; desde actos de ventas, hasta reglas del comportamiento humano y las consecuencias de la desobediencia de las leyes, en el código de Hammurabi.  

Por siglos hemos entendido que lo opuesto a la guerra es la paz, y eso no es correcto, la guerra es una acción que elimina la paz, la paz es el resultado de las negociaciones, por eso, nuestra propuesta es que la paz o falta de la misma es el resultado de dos acciones opuestas; una, la negativa, la guerra, y la segunda, la positiva, las negociaciones. En otras palabras, lo opuesto a la guerra es la negociación.

La negociación es la esencia básica de la política, la RAE.ES la define, en su definición #11, “Arte o traza con que se conduce un asunto o se emplean los medios para alcanzar un fin determinado”. El fin de la política es, en su forma más elemental, el arte de negociar para crear la paz.

Muchas veces confundimos la política con el estado, o el gobierno, o los partidos, y en realidad la política es la actividad humana relacionada con el proceso de la toma de decisiones para el bienestar colectivo. No tenemos que ser parte del gobierno, ni el estado, ni partido político para ser políticos. Jesús fue un ente político, Gandhi, Mahoma, Madre Teresa y muchos otros entendieron que la estabilidad del pueblo está en la esfera política y accionaron para negociar dentro de este monstruo social.

En los cinco mil años de historia grabada, sólo hemos disfrutado de unos 240 años de paz en la tierra, 240 años sin alguna beligerancia en el mundo. Hoy, mayo 16, 2017, tenemos 67 países involucrados en guerras, más de 761 grupos de milicias/guerrillas/terroristas envueltos en conflictos bélicos, todos por manejos inapropiados de la ciencia de las políticas y/o diferencias religiosas (otra área fértil de la política moderna).

Cuando alguno de mis jóvenes en el programa de mentorías, o algún estudiante en mis clases de cómputos, me dice “…no quiero saber de la política…”, me sonrío, pues a partir de ese enunciado ya empezó su primer planteamiento político y el futuro de mi filosofía de la política social está asegurado. Mientras más nos quejamos de la política, más nos acercamos a ser un político apasionado. 

Yo no quiero saber nada de la política en las manos de personas irresponsables, por eso estoy en un partido político, el PLD, trabajo en un plan de gobierno y metas de mis líderes y soy activo en mi comunidad, pues lo que otros luchan por destruir, es lo que yo quiero preservar…LA PAZ.

¡Despierta!



¡Despierta!

Juan Fernández | jbfdez@gmail.com

Vivimos encerrado en pequeños inservibles cosmos, que construimos en globos minúsculos de cristal, algunos delicadamente armonizados, sin fallos, con flotantes moléculas plásticas de nieve blanca, nos entretiene para no sufrir cuando llegue el verdugo a batirnos bruscamente el diminuto iluso mundo, que concebimos como importante, sin ningún uso, se burla, el impío, de la ironía de nuestra soberbia, de vernos vivir una vida llena de espantos mudos, en una esfera transparente de ilusiones ciegas y fantasías absurdas que pensamos que son planes y no llevan a pesadillas, son estériles pensamientos de imaginaciones alucinantes e irrazonables.

¡Despierta! Que la esfera no aguanta más féculas
inútiles de holgazanes y ridículos pendencieros.

¡Despierta! Que tu semilla no va a germinar
en mundos de plástico, peróxido y cristal.

¡Despierta! Que afuera de la esfera te esperan.


¡Despierta, YA!

Su Pulso en Mi Vida

Juan Fernandez | jbfdez@gmail.com

La vida, sin muchos filtros, me descuartizó, lentamente, mientras armaba el rompecabezas de mi existencia, cortada en moldes raros, fragmentos blancos ausentes de bocetos, respiros sin guías, carentes de oxígeno y perseguidores de moléculas de hidrogeno escondidas.

Se tomó unos días, la vida, veintinueve exactamente, para retorcerme varias veces y exprimió de mí el néctar que había emanado por casi dieciocho mil días. Gotas de dolor escurridas en vetas señeras y pasajes de noches que no olvido. Alientos que fueron entrelazando en tejido fuertes mi familia, entre las paredes que resguardaban la galera.

Tomó el bagazo, la vida, que quedó de mi alma, botó la pulpa, creo que la consideró inútil, y, sin meditarlo mucho, puso las partes restantes en una horma nueva, me dijo; “Reinicia”, y me dejó allí, sentado, frente a su tumba. Su espíritu bailando canciones de planos que no escucho. Sonrisas en el aire que corre entre las fosas de mis ancestros.

Vivimos para reconstruirnos cada día, me dijo, la vida, varias veces, a través de los labios de mi madre, a veces por razones aisladas, otras para no dejarnos arrastrar por el olvido y los millones de fantasías de un mundo que no entiende. Almas que se pierden en la nada, momentos que enclaustramos en las cárcavas de un mundo frío, pero que nunca concebimos.

En su muerte, rápida y sin nada recóndito, he encontrado la vida, y en su corto despido, la fuerza de una guerrera, ella vive conmigo en esta pecera de almas que escudriñan el momento y se olvidan del destino.

Yo soy Juan Fernández, de los Coste de Pueblo Viejo, hijo de la Guerrera Annie Caro, en mi sangre vive su espíritu, y en mi aliento el corazón de mis ancestros. La vida me exprimirá varias veces más, estoy listo. ¡Ven, vida, aquí te espero!


Carambolas

Juan Fernandez  jbfdez@gmail.com

(Dedicado a mi amigo Juan Isidro Martínez, quien me acompañó en unos de los momentos más difíciles de mi vida)

La semana pasada fue una de esas que nos dan material para hablar por toda la vida. Viajé a mi campo de Pueblo Viejo, en La Vega, República Dominicana, a enterrar a mi madre, el cáncer se la llevó justo a tiempo. En su creencia, y en la mía, las cosas no pasan por que sí, todo obedece a un plan divino, a algo más grande que nosotros mismos. Esa lección la aprendí de ella y un tío que le decíamos Papá Memén.

Cuando salí del cementerio sentí que dejé en la fosa la mitad de mi vida, a mi derecha se encontraba mi viejo amigo Juan Isidro, su presencia me mantenía firme, como un pilar de cemento, con ella se iba la mitad de mi historia, y miles de cuentos que nunca se escribirán de los míos. Al día siguiente retorné a mi campo, sólo, y caminé por horas en el cafetal de mi familia, me acompañaba el espíritu de mi madre, sostenía mi mano, como cuando era un niño, y sentado frente a un árbol de carambolas, me encontré con el alma de mis tíos, uno de ellos extendió su mano y me pasó una de las estrelladas frutas, me senté con ellos y lloré. Pensé en como el tiempo juega con nosotros, era la primera carambola que me comía de un árbol que yo mismo sembré.

Cuando llegué, por primera vez, a visitar a mi familia, los Coste, no podía tener más de diez años, fue un año antes del ciclón David, ¡saque usted la cuenta! La siembra de café estaba a todo vigor en “El Cercado”. En las hojas, mojadas por el roció, se podían oler la tierra, junto al cacao y el café, cerré mis ojos y podía escuchar miles de sonidos que desconocía…sonidos muy distintos a los de la gran ciudad que me vio nacer.

Las matas de café no son altas, mi madre tenía que bajarse, y yo, agarrado de su mano, podía caminar debajo de ellas, parecían arboles de una selva, y ella, mi guerrera, parecía una diosa corpulenta. En el suelo, la gama de colores me robaba los sentidos; marrones de todas las matices, verdes y amarillos, un arcoíris terrenal, entre las ramas, se podían ver rayitos de sol que parecían columnas de luz y fuego, esto me alteraba los sentidos. A mi diestra, mi guerrera, vestida de blanco y azul, al otro lado, mi viejo tío Memén, en sus manos llevaba una pala y una bolsa de papel.

Cuando llegamos a un claro, detrás del cafetal, a unos metros de una mata de anacahuita, que estaba llena de insectos rojos y negros, bomberitos, les llamaban los niños de campo, Papá Memén me pasó la pala, me indicó en lugar donde debía cavar, le pregunté qué íbamos a enterrar, me respondió suavemente;

-         - Ahí vamos a enterrar una mata de carambolas. – sus palabras, dulces, aún las puedo escuchar.

-         - ¿Carambolas? ¿Y cuánto dura para crecer y dar frutos? – pregunté, mientras cavaba el hoyo.

-         - Veinticinco a treinta años. – Me miró, se sonrió conmigo, y me dijo – cierre la boca y siga haciendo el hoyo. Si usted no siembra esa carambola hoy, sus nietos no tendrán frutas para comer.

Detrás de él mi mamá estaba parada con una leve sonrisa, sus ojos brillaban, sus brazos entrecruzados, como siempre, su pelo, largo, negro azabache, se movía levemente con la brisa suave de aquel verano en el campo.

Me paré frente al gran árbol de carambolas, han pasado ya cuatro décadas, toqué su tronco, y caminé a su alrededor, en cada vuelta podía ver mis ancestros, algunos ni los conocía, cerré los ojos y le di gracias a Dios y a mi madre por la herencia que me dejó; mi sangre, mis raíces, mi familia.

A unos metros oí murmullos, me acerqué y vi a mi prima Justina sembrando una orquídea con su hija Samantha, pensé acercarme, sólo me sonríe cuando logré escuchar lo que le decía;

-         - Si no la siembras tú, ¿Cómo van a disfrutar tus nietos de su belleza?


Caminé despacio, y detrás de mi podía sentir la mirada de mi madre. Subí mi frente en alto, y las lágrimas me pintaban el camino debajo de la sombra del árbol de carambolas.

Perdido en Tu Memoria

Juan Fernandez | jbfdez@gmail.com

Puedo morir en momentos triste,
revivir en las lágrimas reposadas
de cada una de tus bellas memorias.

Quizás puedo ser una célula ciega,
que corre día y noche sin destino,
en el santiamén de un sosiego,
perderme, en la triste eternidad
de un “para siempre” fulminante,
en los latidos secos de un sollozo,
entrelazados en las entrañas
de un apagado y drástico lamento.

Caminaste conmigo, eso me basta,
en los momentos más ciertos,
tu voz, el soplo callado del silencio.
Me sostuviste en tu cálido vientre
cuando mis palpitaciones no existían,
solo ardía en mí el sentimiento,
supe perderme en los respiros
de tu tórrido abdomen, literalmente,
cuando sólo tu alma me cubría.  

Compartimos armadura en las guerras,
protegiéndome antes de tener vida.
Ahora que tu guarnición perdió la batalla,
aunque sólo perdió tu armadura, no tu vida,
no me siento sólo, sino que otra vez,
como aquellos cálidos primeros días,
tu alma y la manta de tu espíritu me cobija.

Ahora, que te concibo viva
en cada instante tranquilo,
y en mis noches más frías
te siento en cada pensamiento,
me acompañas en mis lamentos
y te ríe en mis triunfos.

Tu no mueres madre, mi guerrera,
porque cada paso que yo doy es tuyo,
cada victoria, cada hazaña, tuya,
cada proeza, cada lirio, cada clavel, tuyo,
cada lágrima, cada pensamiento, tuyo.

Yo no soy sin ti, a ti te debo la vida,
vivirás por siempre en alma, mi ser,
tú, forjadora de mis memorias.

Te amo mamí.




Mi Reencuentro Contigo

Le tengo tanto respeto a Dios y la naturaleza de su sabiduría al crearnos. Creo firmemente en el plan divino y en el hecho de que fuimos creados a la semejanza de un Dios.

Creo en un Dios que nos crea en "cuerpo", "alma" y "espíritu"...en mi caso, y comparto esto contigo por quien tu fuiste en la vida de Annie Caro; sólo el cuerpo falleció, ese armazón (como lo definió Fathima ayer) merece respeto, porque por 68 años albergó el espíritu de mi guerrera, y ese NO murió, sino que retornó a donde fue creado.

Anoche caminé por mi ciudad, por las calles que por décadas la vieron trabajar, soy fiel creyente en un mundo espiritual, y la sentí, en cada sonido, en cada brisa, en cada persona que me pasaba.

La sentí en cada indigente que dormía en las calzadas, pensé en sus palabras, "lo mejor para los pobres, siempre".

Tuve la suerte de vivir nueve meses en ese armazón, compartí vida con ella y escuché su voz desde su vientre, hoy, y por el resto de mi vida, le toca a ella escuchar mi voz por dentro, sentir lo que yo siento, compartir mis latidos y saber que por ella YO vivo.

Hoy, y el resto de mis dias, le dedico a ella mis respiros.

Hasta nuestro reencuentro mi guerrera.