Invisibles


Somos invisibles, divagando en un mundo de siluetas digitales, perdidas entre matices, líneas paralelas unidas en una bola de cristal, violentamente fundidas, entre la oscuridad y un millar de penumbras. Carentes de luz propia, adornados por figuras que no decoran, miradas de porcelana, detrás de sistemas operativos que fiscalizan nuestros alientos, con el que respiramos anhelos y suspiramos disgustos. Pagamos por pensar, pensamientos que no perduran.

Somos invisibles, cuando dormimos y nuestros sueños son vendidos por mercaderes de fantasías, carentes de planes propios, jugando a conseguir más, igual que un animal que persigue una zanahoria amarrada frente a él, con el anzuelo auto inducido de creernos más. Somos directores de un teatro macabro, con actores que no respiran sin que le pateen los pulmones.

Somos invisibles, cuando estamos solos rodeados de almas mudas, como si dejáramos el diafragma de nuestros lentes abiertos, captando solo lo fijos y borrando el movimiento de nuestros firmamentos melancólicos, interfectos y fétidos. Fingiendo, otra vez, sonrisas, creando muecas para llenar el marco de la postal de un desconocido. Nuestros sufrimientos leídos en cuentos cortos de horror y ficción.

Somos invisibles, cuando nuestros corazones laten al ritmo de tambores tocados por otras manos, que, además, castigan, como si no fueran diosas, sus puños llenos de huesos, cortando pómulos, como si ellas fueran de humo. Victimas de errores cometidos en la infancia de un verdugo, tratan, inútilmente, de fulminar su existencia entre castigos, y ríen, nuestras reinas, entre lágrimas, otra vez, para evitar encuentros de células que se odian inminentemente. 

Somos invisibles, cuando nos perdemos en las botellas de espíritus de otros mundos, y nos damos cuenta que el espejo de nuestras vidas no refleja nada, invisibles, nos acercamos y respiramos para ver la humedad de un aliento que ya no existe, y lo limpiamos rápidamente para evitar crear expectativas en nuestros amados, no vayan a empezar a soñar que son visibles y otros los castigue por la infamia.

Somos invisibles, hasta que tomemos la decisión de eliminar el velo que nos ponen, cuando busquemos nuestras propias soluciones y expresemos que no podemos más, cuando dejemos de buscar culpable, en un mundo donde solo somos nosotros los forjadores del todo. 

Somos y seremos eternamente invisibles hasta que abramos un libro y podamos, entre letras, construir nuestros propios destinos. 

Somos invisibles.

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