Pecados Capitales: Gula

Juan Fernández

Saltan al vacío los minutos cubiertos de segundos, convirtiéndose en eternas horas que no duermen. En tus labios formas calabozos húmedos de mis ansias, los sentidos, otra vez, como a un niño, me engañan.

Parecemos bejucos verdes de ardores alocados y el sabor de tu cuerpo me bautiza cada día. Tus senos servidos como la mejor de las pitanzas.

El azúcar de tu cuello se cristaliza en mis papilas, la lengua no me alcanza para catarte las clavículas. Se te derriten, suavemente, las venas en mi boca y recojo una a una las gotas dulces que transpiras y se deslizan en cascadas vivas por el vientre.

Me ahogo en el calor paulatino de tus respiros, tus delicados brazos creando nidos en mi cuello, tus temblorosos dedos recorriéndome las ganas, el ardor de tus uñas, como garfios, en mi espalda. Tus nalgas servidas como postre de enmieles, vainilla, frutas secas y una pisca de sal.

En tu vientre de bailarina crecen verdes hortalizas, de tu ombligo vivaracho nacen los mejores vinos que se desparramas en tu pelvis, como si fueran ríos, donde puedo saciar, sin medidas, mi sed, embriagándome, como de parranda, en tu vagina.

El olor de tus entrañas, mordiéndome, me mesmeriza, en cascadas de sed de tu océano, que no termina. Tus piernas, apretando, cubriendo mis oídos, tus manos aplastando mi cabeza, hundiéndola en el olvido, nuestras miradas juguetean, como si fuéramos cocodrilos. Tus piernas en mi espalda desplegados el caviar, relleno de muchas nueces, almendras y otras semillas.

No me canso de desayunarte las caricias, tomo tus pantorrillas como jugos de frutas en un almuerzo de una cálida tarde de verano, se me escapan las ambiciones de comerte la boca en la cena, hambre de mis entrañas, bocadillos de mi avidez por tu aroma.

Yo no quiero despensas en otros almacenes, quiero verte cada día servida en mi mesa, al desnudo, como el suculento manjar de mis locos atrevimientos.

Soy tu polen mariposa…succióname, de gula, la vida.

Pecados Capitales: Lujuria

Juan Fernández

Enmarañado en tus pechos, mi gloria,
emborrachándome, ojos cerrados,
en el olor sensible de tus axilas,
navegando, lento, con mi lengua
los peldaños de tus piernas
para escalar al altar que guardas
debajo del nardo de tus caderas,
cabizbajo, prendiéndote velas,
soy esclavo del extracto de tus besos
y del néctar del corazón de tu vientre.

Flotando entre la vida y la muerte,
respirando de tu aliento el oxígeno mínimo
en respiros que parecen quejas y lamentos,
colgando del borde de tu lecho,
con la cabeza sudada e invertida,
veo como caminas desnuda, entre sobras,
tus caderas ondulando me hipnotizan,
tus extremidades largas que se pierden
en la oscuridad de un pasillo de recuerdos.

Tu corto pelo danzando en tu frente,
tus ojos como fanales de un gran puerto,
me fulminas con tus miradas de ternura,
me dominas con tus toques de dulzura,
tus pensamientos se convierten en mis días
y tus manoseos pervertidos en mis lunas,
soy naboria de tu concupiscencia.

Perdido, a gusto, mariposa,
en tus mares caprichosos de lujuria.

Olor a Café: El Sabor de los Besos


Muero recorriendo, disoluto, el valle delicado que guardas, celosamente, entre omóplatos, besando las curvas de tu espina escapular. Anatomía que se desperdicia en cada contacto, músculos perdidos que no saben ser tocados.

Tú, enredada, como hiedra, en mis pensamientos, besándome, suavemente, con ternura, el esplenio, mordiéndome, fuertemente, sin ternura, el acromion, escuchando, como escudriñando, mi apófisis espinosa hasta auscultar mis más secretos sentimientos, como si fueran latidos de un tambor de mi tierra, templado entre el sudor y promesas de tus muslos. 

Dedos confundidos en la entelequia de tus toques, excelsos, como aves hipnotizadas en las nubes, tú, piloneandome la existencia, ritmo loco de caderas, yo pilotando mis veleros entre tus sagradas lunas, perdidos entre las olas del mar de tus caricias, besos de cafeto, sabor dócil a recién tostado.

Yo, vivo y extinto, entrelazado entre tus piernas, acariciando con mis labios los hoyuelos de tu sacro, arañando cada una de las células de tus glúteos, nadando en el mar profundo de tus miradas, agarrado, como cayendo de un precipicio, tus oblicuos, me detengo, respiro por instantes, para verte reír, besándote el lumbar, como si muriera de hambre, mientras tomamos una taza de café caliente, esperando que nos alcance la mañana. 

Olor a café, atrapado, otra vez, en tus entrañas.

Olor a Café: Alba de Pensamientos


A través de las tablas de palma de mi casita de campo, construida con mis amigos a lo largo de un verano, puedo sentir el frío de la mañana. Hace unos minutos el alba llenó de besos los primeros rayos de sol, el toque mágico de sus labios fue la obra de teatro de mi amanecer, mejor que en las salas del Lincoln Center o Carnegie Hall, nada que envidiarles, sentado en una mecedora de caoba, nubes de algodón en un cielo azul, fue el trasfondo, montado en el escenario de un universo de estrellas, en mis manos una taza de café, un pan de agua en la otra, tamboras en el corazón. En el techo de zinc corrugado puedo ver gotas de rocío caer sobre las flores del jardín mis alucinaciones.

En la radio suena una canción de protesta de un trovador triste, el volumen solo en uno, quizás en dos, respetando mis tímpanos, como si fueran doncellas, en sus letras legendarias se escuchan palabras que se aplican a mi campo, igual que en su Cuba adorada, me imagino que tomaba café negro y amargo, mientras escribía su dolor, sentado en algún unicornio azul, como lo hago yo, mientras me como una gran manzana, en mi ciudad que no duerme. Respiro profundo y con el aroma se me limpian las vías nasales de los anhelos y se me duerme la vida. Sueños eternos de las historias de mi huerto.

En mi crecen, justo al lado en mi cafetal, miles de granos de experiencias vividas, sembradas junto a las raíces de los dolores de mis padres; con mi progenitor, la energía de las calles concurridas y políticamente pavimentadas de Santiago, y los olores sutiles de los campos de La Vega, herencia de mi madre. En mi sangre germinan árboles frondosos del jardín de mi patria, en conucos y canteros de mi tierra fértil, abonados por el deseo de ver cambios que se puedan cosechar, que puedan crecer como tomates, en las mentes de mis jóvenes. Canales de riego construidos en venas atormentadas y alimentados por arterias del sudor de más de un millón de modernos esclavos, en ellos se nos va la vida, en maletas repletas de regalos de ardides.

El campanear del péndulo de mi existencia crea en mí un estado de alerta perpetua que controlo con el olor del café, las neuronas me agradecen el descanso, las pupilas se me abren y por ella se me aglutina la vida, como una lupa que quema una colmena de avispas a punto de detonar. Las tablas de palma se me convierten en cemento; las persianas en ventanas y el piso de tierra, con olor a puericia, delicadamente comprimido, se transforma en madera y linóleo; el techo de zinc, cantante de miles de noches de pasión, se me convierte en el piso del vecino de arriba; el cielo azul se me torna gris y en la radio del carro de un inconsciente escucho su repulsiva selección de ruidos sin sentido. Me siento en mi silla de metal, trato de mecerme, como en mi mecedora de caoba, pero no funciona.

En la mesita de mi pequeña cocina, detrás de la nevera y la estufa de gas, las cuales todas las mañanas convierto en tinajas, barbacoas y un fogón de cemento, pintado de amarillo, con tres fogones, que arde con la leña cortada del monte detrás de mi cafetal, me siento a contemplar los detalles de mi entorno, el campo se me convierte en ciudad y las palmas en rascacielos. Entre los enormes edificios veo aviones pasar, los ruiseñores cantan, pero aquí solo escucho alarmas de los policías, van muy rápido a matar algún joven que les ofendió porque pensó más de lo que otros le permiten. Las ideas redondas no pueden entrar en cabezas cuadradas de un mundo de geometría, donde todo está puramente alineado y medido con las reglas del dinero.

Una hoja en blanco recoge todas mis inquietudes en el calor de mis deseos y en un sorbo se me convierten todas en tinta y dejo que corran en papel. Aquí, sentado en una butaca cubierta de plástico y patas oxidadas que encontré tirada en la acera, casi podrida, en mi apartamento fantasma, que se me va corriendo detrás de las promesas no cumplidas.

Quiero convertir mi sentir en casabe y aguacate, quizás cubrir el casabe de mambá, en vez de hamburguesas y papas fritas, la soda en mabí, y las pesadillas que vivo cada día en las más bellas utopías, pero tomo otro poco de café y sonrío, pienso en todo lo que tengo que hacer y siento como la espina dorsal me endereza, la silla se me convierte en trono y las fantasías en sueños…aquí sentado en mi cocina, tomándome tranquilamente una taza de café, sabiendo que soy el rey de mis días.

Olor a Café: Tejiendo Sonidos


Creo mucho en la paz del aroma del café, quizás sea el circular de la cafeína por las vetas de oro de las minas de mis momentos de sosiego, quizás es la herencia de siglos de regocijos culturales, quizás es la vehemencia, pero más que nada, y de estoy seguro, es la capacidad que tiene de consentir el registrar en trenzas las palabras de los labios de los míos. Cantar en mis oídos. 

Las ondas sonoras de las cuerdas del instrumento vivo de las voces de mi gente, son la más armoniosa de las odas con las que oscilo las membranas de mis tímpanos, para disfrutar del vibrar del léxico bello del idioma de Cervantes. En sus bocas se crean melodías.

Sueño con sentarme a escuchar una conversación elocuente de dos de mis descendientes en búsqueda de soluciones para crear el universo que creen se merecen. Sin depender de nadie, reales soberanos. Sueño con tomarme un café junto a un desconocido que pueda poner en frases lo que siente, sin demagogia, sin rodeos, despacio verlo cociendo oraciones con hilos fabricados de la nada para emboscar en su mente la búsqueda de su razón y el despertar de sus ilusiones.

Piensa rápido, planifica despacio y acciona, comete errores…corrige…empieza otra vez, todo tejiendo sonidos de tu alma con las agujas de una taza de café.

Olor a Café: Sentado en un Banco


Con las mañanas tórridas de mi urbe tan fría, llegan escenas nuevas al teatro viejo de mi aldea. Actores que cambian sus fisionomías, como si fueran mutantes, actrices, disímiles, privadas de melanina. Con los años, la vida me ha dado la oportunidad de verla pasar, sonríe conmigo, en paz, yo sentado en un banco de un parque casi olvidado, con el codo derecho en la rodilla izquierda, tomándome, en el silencio, una taza de café.

Las historias, como los días, de los míos, se van volando, como gaviotas en altamar, hojas que se secan rápido y se caen, inviernos que se consumen en esferas de cristal, creadas para encerrarnos en jaulas de ignorancia, en las deudas heredada por no creer en sembrar, sólo ambicionamos cosechas, consumimos todo sin parar. Langostas verdes en campos por arar.

En mi banco favorito, el segundo, que tiene una tablita rota, al cruzar de la vieja avenida, donde se sientan conmigo miles de palomas a llorar penas o chistar, buscando entre comida chatarra migajas para engordar, puedo ver, allí, el tiempo pasar, en su espalda lleva un saco de minutos para regalar, todos recolectados de los perdidos en celular y en noches lujuriosas de bar, mientras aquellos viven su vida, la verdadera se les va, se burla de ellos al pasar, yo la miro y me invita en la noche a charlar. 

Un edificio renovado, con los fondos del sudor de todos, enorme, me saluda al pasar, me cuenta que por un dólar lo podía comprar un acólito que pensaba sólo en regresar, hoy su dueño lo renta por unidades, como si fueran pedazos de cielo, a entes de otro lugar. Aquel sacristán sigue rentando para pernoctar, sus sueños enviados en contenedores de cajas de cartón, repletas de soledad, despachando remesas a la tierra donde lo van a sembrar, en su lápida el escribirán, “Murió el día que viajó a Ultramar, años después, aquí, enterramos el cuerpo”.

El café me correr entre los colmillos, me siento vampiro de un cafetal, mis papilas jugando con cada gota, las franquean de un lado al otro, antes de dejarlas pasar. Con la esquina del ojo derecho veo una joven pareja caminar, sus manos entrelazadas, como ramas de un viñedo que produce uvas del colores del arcoíris, sus sonrisas tiernas, ejemplo para imitar. El joven de la derecha, garboso, me ve, y con los ojos me pregunta si lo voy a juzgar, le sonrío, el de la izquierda, alto, moreno, arrogante, se sonríe conmigo, yo les saludo al pasar. Recuerdo que hace unos días caminaban, por la misma acera, seis jóvenes dominicanos que hoy ya no están. Reemplazados por el color de sus bolsillos, no por el de su epidermis. Gentrificados como ratas en un palomar.

Ya se me acaba la infusión, así no puedo contar, mis ojos cámaras observadoras, mis dedos, humildes impresoras de nuestra realidad. Ven, dialoguemos, hoy, mañana nos surten en otro lugar. Somos exquisiteces en una paletera de chistes que no sabemos contar. Piensa y tómate un café conmigo, no dejemos de hablar.

Olor a Café: Sabor a Uicú


Saliendo, a primera hora, antes de que el día me alcance y me pida cuentas, antes del primer respiro, café caliente en mis manos, olores que no respiro, olores que puedo tocar con la piel y escuchar con mi lengua, silentemente cerrando la puerta, tomo mis primeros pasos, lentos, arrastrando pasados, y el digo al mundo buenos días.

Al pisar la calle me encuentro con la ironía de un verano ardiente, como el mismo infierno, en mi ciudad reluciente que no duerme, repleta de personas frías. Los saludos caen de mi boca, como si fueran rocío, imperceptibles para casi todos, rutina de ruidos tenues para muchos, pero en la humedad de mi cortesía confío, con el tiempo los baño a todos, como si fueran jardines. Las flores no escogen las lluvias que le cobijan.

Desde la ventanilla de un autobús observo la vida, como se le va, lentamente, a muchos, parece un puñado de golondrinas que no encuentran su nido. Se les destila la vida, como caña en un alambique, almacenado en redomas, hervida sin compasión, ambicionada por muchos. Castigo de generaciones que se pierden gota a gota, destilando su futuro, acumulando en tinajas la desdicha de su torpeza.

En algunos casos, a los más entretenidos, la vida se les va como un sombrero volando con el viento, flotando en pequeñas olas de huracanes autoinducidos, sin rumbo, creando camorras, como una chiflada de un celular, fumándose el futuro en una hookah, sentada en una acera, viendo en el humo su gloria.

Cuando salgo del autobús, tomo el último sorbo de café, ya los pies no me pesan, el sol está a punto de salirse de los brazos de Morfeo, y respiro mi ciudad, y derramo mi alma para libar como lo hacían mis ancestros taínos con el uicú, producto de la yuca.

Se me tupen las pupilas con el polen de la infamia de los míos, pero lo control con un solo pestañar de mi visión y misión, entiendo que sus vidas no serán iguales, sus planetas se alinearon con los míos, y en nuestras lunas transportamos el remedio a nuestras aflicciones fermentadas en castigos. 

Con el vaso de café en mis manos, ahora vacío, le pido al barista mejicano del carrito de la esquina que me replete el cáliz de cartón reciclado del néctar de los querubines, que llevo un millar de efugios en mis manos y necesito el calor del café para burlarme de las sátiras de mi ciudad de papel. 

Yo hoy no duermo…es lo que me repito cada día, hasta el día que sienta el calor de la sonrisa de tigre de la esquina. ¡Gracias, señor café!


Olor a Café: Recuerdos y Realidades


Hoy me despertó el olor del café de mi puericia, recordando las madrugadas cuando mi abuela colaba café en granos al pie de mi camastro, separado del colador por una vieja cortina, en el último cuarto de nuestra humilde casita, en las afueras de Santiago. Olores matutinos que corrían por el aire, como si fueran atletas, mezcla de recuerdos de palabras sabias, en oraciones sencillas, que se arropan contigo hoy, en las sábanas frías segundos antes de despertar, para enfrentar los tejidos de mis procelosos días. 

Los rayitos de sol que penetraban por algunos orificios del techado de zinc, quemaban, en besos amarillentos, mi rostro, en su cálido toque me daban los buenos días. La noche no le robaba un minuto al despertar de mis días y las sábanas no me detenían, el mundo era mi jardín y en él jugaba con mi presente, pasado y futuro. Infancia que solo sabía de sonrisas.

Hoy aseveró mi realidad, como cuando te carbonizan las manos, el sonido de un carro de policía que se llevaba, en su desespero, el silencio amarrado de su parabrisas, despojando notas de una orquesta de murmullos y pesadillas. ¡Sabe Dios a que ángel cristianizarán hoy como demonio! 

Empujo mis pies, arrastrándolos, como sin vida, desde la cama cálida al agua fría, los minutos impulsando discordias, las horas esperando progresos, con ellas se me van los recuerdos, un millar de pensamientos invaden mi clarividencia y me hacen nigromante de mi entorno, evocador de mis ancestros. Salgo a enfrentar el mundo y en un respiro, con una taza de café en mis manos, al salir de la puerta, arreglo el planeta. ¡Puff! Como un mago. Las riñas las convierto en abrazos y las balas en pétalos de flores, todo con una sonrisa.

Yo no sé cómo tu vives, pero yo cambio todo lo que toco, con el clave de mis pensamientos positivos, las rosas de mis sonrisas y el jazmín de mis besos. Hoy el mundo amaneció al revés, yo vivo para asegurar que no deje de girar. Algunos días lo logro, otros me enseñan que no puedo, todos me hacen crecer, pero ninguno me puedo parar.

Yo quiero hacer lo que me toca hacer, cuando me toca hacerlo.

Cuestiónalo todo, pero no dejes de accionar.

Fantasías


Guardo una esfera que robé una noche oscura de un cuento de hadas, repleta de utopías, flotando en el cuarto secreto que llevo escondido en el espectro luminoso de mis entrañas. Protegido por un ave Fénix, amigo de un dragón dorado. Grifo pasea entre ellos para resguardarlos.

Tengo establos repletos de unicornios que alimento a diario con el maná que me sobra, lo mezclo con huevos dorados de las muchas gallinas que tengo en la granja. Huevos que fecunda un Quetzalcóatl que traje de mis viajes a Centroamérica, obsequio de mis amigos mayas, hermanos de aztecas, hijos de olmecas azabaches.

En el patio de mi aliento, detrás de los establos de los pegasos, tengo un lago donde toman agua mis licántropos y mis cerberos. Las sirenas nadan como dueñas del agua y el marjal, que comparten con los centauros de los pueblos aledaños. Todos protegidos por gárgolas que, aun cuando se tornan en piedras, pueden aterrorizar a los más atrevidos humanos.

Ayer, mientras caminaba, Esfinge le narraba a Cupido miles de fábulas nunca contadas, yo escuchaba silente, ellos caminaban agarrados de las manos, en las calles tristes de mis lamentos. El sol nos daba en la cara, pero las sílfides nos protegían con sus alas.

Hoy flota en el mundo de mis pensamientos un universo de estrellas, donde mis ángeles y mis demonios conviven sometidos por el dolor de mis pesares y la armonía de mis sentimientos, mis querubines resguardan la puerta que permite que mi corazón lata sin quejas ni lamentos.

Mañana crearé las auroras con uno de mis respiros, bañadas por arcoíris que nacen en mis pupilas. Yo no soy un soñador de millares de fantasías, soy la luz de mi mundo, dueño de mis pensamientos, señor de mis demonios y esclavo de lo que expreso. Yo soy…yo.