Olor a Café: El Sabor de los Besos


Muero recorriendo, disoluto, el valle delicado que guardas, celosamente, entre omóplatos, besando las curvas de tu espina escapular. Anatomía que se desperdicia en cada contacto, músculos perdidos que no saben ser tocados.

Tú, enredada, como hiedra, en mis pensamientos, besándome, suavemente, con ternura, el esplenio, mordiéndome, fuertemente, sin ternura, el acromion, escuchando, como escudriñando, mi apófisis espinosa hasta auscultar mis más secretos sentimientos, como si fueran latidos de un tambor de mi tierra, templado entre el sudor y promesas de tus muslos. 

Dedos confundidos en la entelequia de tus toques, excelsos, como aves hipnotizadas en las nubes, tú, piloneandome la existencia, ritmo loco de caderas, yo pilotando mis veleros entre tus sagradas lunas, perdidos entre las olas del mar de tus caricias, besos de cafeto, sabor dócil a recién tostado.

Yo, vivo y extinto, entrelazado entre tus piernas, acariciando con mis labios los hoyuelos de tu sacro, arañando cada una de las células de tus glúteos, nadando en el mar profundo de tus miradas, agarrado, como cayendo de un precipicio, tus oblicuos, me detengo, respiro por instantes, para verte reír, besándote el lumbar, como si muriera de hambre, mientras tomamos una taza de café caliente, esperando que nos alcance la mañana. 

Olor a café, atrapado, otra vez, en tus entrañas.

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