Cuento: Compañeros del Destino

Compañeros del Destino
Por Juan Fernández

Las noches son eternas en las calles de Nueva York, especialmente las de invierno. Este año no sería diferente. Este invierno iba a ser uno del que hablarían por décadas. Sería recordado, no sólo por la baja temperatura, sino por la cantidad enorme de indigentes y la inestabilidad global. Estados Unidos había perdido una larga batalla contra metas económicas absurdas y una guerra sin sentido.

El perfil del nuevo presidente ofrecía promesas de mejoría, pero aún no era presidente y su permanencia estaba en juego en un país donde todavía existe el racismo y los prejuicios a escalas nunca vistas. En algunos establecimientos comerciales se apostaba a la fecha del primer intento de asesinato y con una bonificación si era realmente asesinado. ¡Vaya futuro para el primer presidente afro americano en la historia de Los Estados!

En la República Dominicana las cosas estaban peor; despacio el crimen iba convirtiéndose casi en una religión y los criminales eran pastores y ejecutivos del ultra mundo. Para el cosmos externo eran los grandes señores, con grandes empleos, autoridades y terratenientes. Pero, en el mundo del narcotráfico, la prostitución, el tráfico de niños y la esclavitud moderna no eran más que unos forajidos.

En las calles de la gran manzana la vida se vive como en un cuento de hadas; algunos son príncipes en la corte imperial y otros son bufones de cualquier rey que les vende ilusiones y sueños. Julián Ramírez aún no sabía si era príncipe o marioneta; hacía pocos años que había llegado del “patio” y todavía no tenía la destreza necesaria para poder escalar al puesto que le prometieron antes de salir de San Francisco de Macorís.  

En la esquina de la avenida México con 30 de Marzo, en San Carlos, la venta de narcóticos era tan abierta como la venta de helados en la salida de la escuela. En el Colmadón del Ñeco tú pides “una novia con limón verde acompañada” y te llegaba una Presidente con una onza de cocaína debajo de la botella, ¡ah, se me olvidaba! Con un pedazo de limón en la boquilla.

A este mundo llegó Billy Matos, “el gringuito”, hijo de una mujer trabajadora y honrada, una “dominican-york”, de jeans apretados y lentes de contacto azules, pelo postizo y, desde luego, con un jeepetón. Después de catorce años trabajando en una fábrica de correas en Nueva Jersey, soñaba con que su hijo fuera a la universidad y aquí, en su país, ella podía costear sus estudios. El había nacido en Nueva York, pero le correspondía la doble ciudadanía y, según la reforma, podía hasta llegar a ser presidente. ¡Qué burla para los ilusos del exterior!

“Yo soy mejor que él y más inteligente” se decía a sí mismo Julián mientras habría la ventana un poco para que el calor de la calefacción no le hiciera sudar. Su primo Andrés ya tenía su propio punto de drogas en la calle 140 y la avenida Broadway y sólo tenía dos años en la “movida”.  

El miércoles treinta y uno, a las seis y media, Andrés iba a presentarle al “Duro”, al que “mueve los kilos”, a Julián. Finalmente, había llegado su momento y, si las cosas salían bien, recibiría la bendición del Duro y le daban su propio punto.  “De ahí pa’ lla no hay na’ pa’ nadie”

Dolores despertó a Billy temprano; eran las nueve de la mañana. Le había conseguido una entrevista de trabajo a su hijo en el colmadón de la esquina. Sólo tenía que llegar a eso de las seis y treinta y el trabajo era suyo. No era mucho, pero tenía que mantenerlo ocupado para que no se le perdiera con la junta con los tigres de las esquinas. Ella no sabía que lo estaba poniendo en la boca del lobo.

Billy se puso su mejor par de tenis y un pantalón del mismo color para combinar con el polo rojo que le regaló su papá, para la buena suerte. Se ajustó el pantalón a la cintura y se peinó su pelo corto con un poco de grasa para lucir bien. Pensó en ponerse la gorra de los Yankees que se compró en el juego de cierre del estadio viejo en el Bronx, pero sintió que lo hacía ver muy gringuito y la descartó.

Julián estaba excitado, por fin llegaba su oportunidad, se sentó en el borde de la bañera a cortarse las uñas. Hoy iba a ser su gran día y quería lucir lo mejor. A las seis y treinta pasaría de ser un cualquiera a ser un hombre con cuartos.

Sacó el sombrerito que le regaló su novia; aunque sólo costó tres dólares, se veía muy bien y le hacía juego con el jean apretado que, desde luego, llevaría a media nalga. La camisa sin cuello que se compró en el barrio chino y el saco sin mangas negro le daba el toque final. Se colgó el iPhone en la cintura para que el Duro supiera que estaba “In” y se afeitó el bigote, pero se dejó la barba para parecer más “tigre”. Se vio en el espejo e hizo una horrible imitación de Scarface…”Say Hello to my little friend” y se dio una pequeña palmadita en la mejilla imitando un beso.

A las 6:15pm Julián, y Billy, salieron de sus casas a encontrarse con sus destinos. Ambos recibiendo las miradas de rechazos por las comunidades donde ahora residían; ambos llenos de vida. Ambos llegaron a sus citas con tres minutos de anticipación. Billy se quitó los aretes antes de entrar, Julián se enderezó el gorrito y se ajustó el pantalón, pero sin subírselo. Con cada paso se entrelazaban sus vidas. Dos seres tan distintos y el destino los llevaba por un mismo camino.

Para Billy el empleo fue automático, el Ñeco resultó ser un Dominican York que creció en el alto Manhattan y le agradó su forma  firme de expresarse. Billy iba a iniciar su trabajo en ese mismo instante; la noche del treinta y uno era la más fuerte en el colmadón y las órdenes especiales llegarían por montones.

El dueño del puesto, otro Dominican York a quien le decían El Duro, había mandado desde Nueva York a través de Colombia varios kilos de los puros. El Ñeco sólo tenía que enviar a recogerlos al punto de encuentro en Barahona. Ya todo estaba listo para la media noche.

Para Julián también fue fácil. El Duro notó los detalles del comportamiento del joven; su firme apretón de manos, su respeto al hablar, su dentadura blanca y sus uñas recortadas. El resto de sus intentos de impresionar le daban al Duro ganas de vomitar. “Estúpido, no sabe qué es ser dominicano y se deja llevar de la mezcla de esta ciudad sin cultura propia” pensó. Pero sólo sonrió mientras le daba las llaves del apartamento y le pedía que se quedara esta misma noche.

La noche del treinta y uno era de las mejores para la venta de coca. Miles quieren olvidar que otro año ha pasado y miles más consideran que el polvo es como un envío de Dios para disfrutar la vida. “Mientras hayan tontos así, yo estaré en negocio” pensó otra vez el Duro y sonrió otra vez mientras cerraba la puerta y dejaba detrás a Julián y dos jóvenes empacadoras.

A las 11:58pm (10:58pm USA) la puerta del colmadón (del apartamento) casi explotó; la DNCD (FBI) entró con armas en mano. Billy (Julián) corrió para esconderse. Una bala (y otra) llegaron a su destino y la vida del futuro de un pueblo quedó plasmada en las estadísticas de una comunidad que no piensa en las consecuencias de su dejadez y su falta de identidad.

El Duro recibió la noticia con dos llamadas simultáneas. Escuchó callado los dos informes; cerró sus ojos y casi se le podía ver una lágrima en el ojo izquierdo. A sus cuarenta el Duro había comenzado a comprender el porqué de su gente, sus costumbres y sus faltas. Respiró profundo y pensó en su vecina que hacía poco se había llevado a su hijo a San Carlos para darle mejor vida y para que fuera a la universidad. Marcó el celular y dijo:

- Andrés, ¿Tú tienes otro primo? Mándamelo -  y sacudiendo la cabeza sonrió.