La Gerencia del Buen Silencio

Por Juan Fernández





En las primeras horas de las mañana, cuando el silencio es lo que reina en mi ciudad, y se pueden escuchar sonidos increíbles, es cuando disfruto más escribir, quizás no es el silencio de los demás lo que me calma, sino, el simple hecho de que “yo” estoy en silencio.

En el oriente el silencio es apreciado por encima de palabra, el manejo del silencio es estimado por la sociedad como una forma de control y disciplina. En nuestro lado del planeta el silencio es símbolo de rechazo, ofensa y “el que calla otorga”, muchas veces dictamos nuestras propias sentencias por estar callados. Nos tienen que obligar a mantener el silencio, “todo lo que diga puede ser usado en su contra”. Los adultos pasan más tiempo mandando a callar a los niños que permitiéndoles expresarse, pudiendo enseñarles que el silencio también es una forma de expresión.

En la política la gerencia del buen silencio es un arte perdido. Cada día vemos más políticos que simplemente no se saben callar, usan sus lenguas como látigos y tirapiedras, y eventualmente terminan creyendo que todo lo que dicen es bien recibido y simplemente pierden la calidad humana más elemental, saber escuchar.

El silencio, en la política, es una práctica básica de un buen líder. En la ley número 4 de las 48 Leyes del Poder, Robert Greene nos invita al silencio; “…cuanto más se dice, más posibilidades hay de soltar una tontería”. En uno de sus ejemplos dice que uno debe darle 20 vueltas a la lengua dentro de la boca antes de hablar. Amén.

He observado que los políticos más sabios del PLD son los últimos en emitir opiniones, primero escuchan, analizan, y cuando hablan son competentes y se ganan el respeto de los que escuchamos. Al contrario los novatos hablan sin parar, agotan varios turnos e interrumpen, desconocen las reglas básicas del intercambio humano, con el tiempo aprendemos a dejarlos hablar para salir de ellos.

Invito a que ejercitemos este don, que midamos el tiempo que duramos hablando y lo reduzcamos a la mitad, que nos demos la oportunidad de escuchar a los demás y aprendamos a manejar nuestro silencio, no como una forma de castigo y rechazo, sino como una forma de afinidad y empatía. Seremos percibidos como coherentes y medidos. El silencio es la voz de sabios.

Ahora me voy a callar, pues la palabra escrita también interrumpe el silencio.

El silencio no es la ausencia de algo, es la presencia de todo.

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