Cuento - Desde Su Punto de Vista

Juan Fernández

La nalgada que le dio Don Manual al joven que estaba parado frente a él, se pudo escuchar en todo el autobús, el muchacho saltó y se viró con el puño derecho listo para pegarle.

- Viejo del diablo ¿y usted esta loco? Por menos que eso se puede matar...

- ¿Tu y cuantos más? Carajo. ¿Usted cree que la gente está interesada en el color de sus calzoncillos y verle "la alcancía"? - interrumpió Don Manuel. - ¿Usted no se da cuenta que parece un homosexual prostituto vendiendo la mercancía? Súbase los pantalones sin vergüenza.

El silencio se podía cortar con una navaja, yo hasta llevaba la respiración aguantada, pensé que en cualquier momento el joven le daría, por lo menos, una galleta al abuelo.

Había visto a estos dos personajes anteriormente en el autobús que va de Moca a La Vega por la vieja carretera Duarte; Don Manual era de Pueblo Viejo, tenía una casita al lado del puesto de los guardias de Las Ruinas de La Vega Vieja. El joven vivía cerca del Quinto Patio, en caserío en la entrada de La Vega. Hoy era el primer día que coincidían en la ruta.

- Mire viejo loco, yo me pongo mi pantalón donde me da la gana. - dijo el joven, mientras se viraba a mostrar las nalgas a Don Manual, y, con el reflejo de un boxeador profesional, el viejo le propinó otra tremenda nalgada, más fuerte que la última.

El joven agarró a Don Manuel por el cuello de la vieja chacabana y lo levantó de la silla.

- Chofé pare le guagua, pare le guague. - dijo un haitiano que iba sentado al lado de Don Manuel. - Juye eto du se va matá.

Todos los que tomábamos este autobús conocíamos al haitiano, era el vigilante de la ruinas, todo un caballero, un señor de mucho respeto, noble de corazón y medido en su comportamiento.

- Siéntense los dos, coño, que me van hacer chocar, - gruñó el chófer - Felipe, suelta a Don Manual ahora mismo, si no quieres que te saque, como un perro, de la guagua.

- Este viejo me tiene jarto...

- Mire, homosexual de muelle, - dijo Don Manuel con la calma de un santo. Los que presenciábamos el espectáculo pensamos que Felipe no se controlaría.

- ¿Usted me está llamando..ma..ri..cón? - dijo Felipe lentamente, acercándose más al viejo metiche. Sus rostros a pulgadas, uno del otro.

- Si, si usted camina por la calle mostrando su culo, entonces, sin lugar a dudas, usted es, o un homosexual, o un ignorante, - con estas palabras Don Manuel se acercó más al joven, se podían casi besar, Felipe era por lo menos seis pulgadas más alto y dos veces más fuerte, pero Don Manuel era un gallito kikiriki.

Felipe dio un paso atrás, sobó el puño, como si fuera una pistola, todo parecía de película, en cámara lenta. Yo, que me siento siempre atrás, en la cocina, no podía hacer nada, pero el noble haitiano, que tenía el reflejo de un gavilán, detuvo el golpe a dos pulgadas de la nariz de Don Manuel, que no se movió ni un centímetro.

- Mire, que aquí naide le da a naide, ute du sientete aura mimo. - el haitiano tenía los brazos como se fueran dos troncos, fuertes y fibrosos, Felipe lo pensó dos veces, y se sentó.

- Mira maldito haitiano, ese maldito viejo me dio dos veces y tu no hiciste na'. - se quejó Felipe como si fuera un niño cascarrabias.

- Le decía Don Homosexual... - reinició el ataque Don Manuel.

- ¡Anda la mieeeeeerda! - gritó Felipe, todos pensamos que tenía razón en hacerlo, ya Don Manuel estaba buscándosela.

- Como le decía, joven Felipe, en las cárceles de Estados Unidos, que son infiernos verdaderos, los jóvenes homosexuales se ponían sus pantalones a mitad de las nalgas, como usted, para indicarles a los demás que estaban ofreciendo sexo por paga...en otras palabras homosexuales prostitutos. - sólo se escucha la voz de Don Manuel en todo el autobús, el chófer hasta apagó la radio que siempre estaba fija en Radio Santa María. - Esta estúpida moda llega a las calles de las metrópolis estadounidenses...y, como si fuera algo que indica poder, nuestros jóvenes, ignorantes, como usted, lo adoptan para sentirse en moda.

Todos, con las bocas abiertas, nos enfocamos en el joven Felipe, o explotaba, o se desmontaba del autobús. Íbamos pasando por el kilómetro siete, casi llegando a las ruinas. Cuando Felipe levantó la cabeza, vio al viejo fijamente a los ojos, callado, mordiendo sus los labios, Don Manuel no le quitó la mirada, y sin moverse, ni mirar a otro lado, dijo;

- Chófer déjame frente a Doña María, la difunta de Don José, que voy a saludarla. Usted joven, si es inteligente, piénselo. - y se dispuso a salir.

Nos detuvimos despacio, aún en completo silencio. El viejo sacó un bulto que llevaba debajo del asiento, lleno de yuca, y se puso el sombrero. El joven Felipe lo veía desde su asiento, no decía nada, sus ojos llorosos de la vergüenza y la cabeza inclinada pensativo.

No habíamos corrido ni cien metros cuando oímos un golpe...¡Tunnnn!

- Para chófer, para, que un maldito motorista loco chocó a Don Manuel, - dijo Felipe mientras se tiraba por la ventana. Corrió como si fuera a robarse una base y se deslizó al lado del viejo que estaba tirado en la zanja de la vieja carretera.

Cuando nos detuvimos y salimos corriendo a socorrer al viejo, vimos a Felipe sentado con Don Manuel en el regazo, se podía ver que tenía una pierna y un brazo roto, Felipe lloraba como un niño, sus lágrimas corrían por su piel morena limpiándole el polvo las mejillas. nadie bajó a ayudar, no había necesidad, Felipe tenía al viejo entre su brazos como si fuera un recién nacido.

La ambulancia de Cutupú tardó para llegar, como siempre, pero llegaron, el joven Felipe y el noble haitiano ayudaron a sacar a Don Manuel de la zanja, le dijo algo al oído a Felipe, y le dio un abrazo. Yo pude ver una leve sonrisa en su rostro cuando Felipe se retiró cabizbajo subiéndose, hasta su cintura, los pantalones.

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