Pensamieto: Barquitos de Papel

Barquitos de Papel
Por Juan Fernández

Corren, y se escapan, de mi mente mis deseos de cambios reales en mi entorno, aquí en “La Gran Manzana”, en la ciudad que me vio nacer. Corren como carritos, sin ruedas, con los que juega un niño, en una calle solitaria de una tarde gris. Algunos de esos deseos firmes y estables, otros desechos por el torrente de un manantial de situaciones incorregibles de un sistema sin cauce que termina en el mar de inquietudes y penas de mi gente. Hace años que se cayó de mi rostro el velo que lo cubría.

Vuelan, y a veces se esconden de mi mente, sueños de transformaciones socio-políticas; de emponderar a mis jóvenes, de respetar y aprender de mis viejos, de educación y mentirías. Vuelan mis sueños, como aves coloridas en un mundo lleno de nubes y fantasías. Algunos, como aves de rapiña, volando en círculos de olvidos, otros, como pequeñas y alegres golondrinas, voladoras pasajeras, en busca de una razón de ser, un porque para existir. Mi gente se pierde en las calles de sus miserias, y reciben un puñado de dólares para el olvido, otorgados por un sistema diseñado para que no levanten la cabeza, ni se eduquen y hablen, ni protesten.

Nadan de mi mente aspiraciones y metas de ver mi pueblo cambiar, como peces que han tenido que nadar contra corriente sin descanso toda la vida, como salmones embriagados por el deseo de multiplicarse, sin saber que al hacerlo llegarán a una muerte segura, a su fin. Nadando de sol a sol, consumiendo hasta la sangre de sus venas por la ilusión de un día sin problemas, que nunca llega.

Soy esclavo de un río turbio, frio y caudaloso, donde el pensamiento no es libre, donde mi gente se baña con el agua fría y hedionda del racismo, donde un latino no puede cantar ni el himno nacional sin qué le dilden de inadecuado. O say can you see...si vimos, ¡Qué asco!

El dolor lo puede comprar mi gente en una esquina, como si fuera aspirina, una mezcla de nicotina, heroína y alcohol. Las aves que una vez volaron alto en otros cielos, aquí reposan en las bocas de hambrientos cocodrilos, una simbiosis perfecta de inconsciencia, avaricia y poder que sólo lo rompe la educación.

Cierro los ojos, y respiro, puedo escuchar el caer de las cascadas del afán de mi gente, las lágrimas de una niña que no ha comido, la queja del padre al salir de su segundo trabajo y la mirada perdida de una madre soltera en su tercer embarazo del tercer irresponsable en su vida, puedo escuchar, a veces, el agua cayendo sobre piedras, otras sobre nubes y sol. Yo me pierdo en las calles del río de mis tormentos mientras camino y flotan en mis aguas y mis sueños los barquitos de papel de mis palabras y mis ilusiones, en busca de la corriente que limpiará la cunetas de mi ciudad podrida.

¿Podré luchar para ser el cambio que quiero ver?