Cuento - Bajo los Faros de Broduey

Por Juan Fernández

Caía rápida y vertiginosa la noche del invierno del 76, mis manos, aún muy pequeñas, apenas salían de la manga del abrigo negro que me cubría casi el cuerpo completo. Caminábamos, mi abuela y yo, los domingos, sin importar el clima, hasta la calle 157 y Broadway, al colmado de la Matica a buscar el Listín Diario. Yo leía los paquitos ella cada una de las noticias. Y en cada manzana que pasábamos mi viejita me contaba una historia, mi historia, del origen de los dominicanos en Nueva York.

- Tu vez ahí, en el segundo piso, arriba del colmado, de ese local del PRD salió tu papá con Jaime Vargas y un grupo a fundar el PLD de Nueva York. Y hasta se robaron un cuadro de Juan Bo’ para no dejarle nada al PRD, no fueran a quemarlo. – Broadway hacia una cuchilla con Riverside Drive en la calle 157, en un parquecito, que en las primaveras y veranos estaba lleno de palomas y pajaritos. Allí descansábamos mientras nos tomarnos un refresco rojo Country Club, “ContriClu”, como decía ella, sin importar el frío.

- Cuando tu mamá y yo llegamos a Nueva York en la década de los 50s, sólo habíamos seis o siete familias dominicanas en “Wachinton Jai”. Y Trujillo había mandado a buscar a Galindez aquí para matarlo, se rumoraba que algún día Trujillo debía caer, pero teníamos miedo de hablar. ¿Tú sabías que llevé a tu mamá a ver a Ozzie cuando jugaba con los Gigantes? - Me dijo que se le salieron las lágrimas cuando lo vio del orgullo de ver un dominicano jugar en las grandes ligas.

- Mamá, ¿Usted siempre ha vivido en la calle 135? – El frío se me colaba por las botitas “Buster Brown” que calzaba, pero, allí sentado, con los pies colgando, pateando la nieve, en un banco de madera pintado de verde oscuro sobre una base de cemento, podía durar horas escuchando las historias de mi abuela.

- No, cuando llegamos vivíamos en la calle 85 y Columbus, con la comunidad puertorriqueña, fue en el 1961 que nos mudamos en la 135, el mismo día que Juan Bo’ le escribió a Trujillo que sus día estaban contados, febrero 27. ¡Ese viejito e’ guao y serio! Si algún día los dominicanos nacidos aquí pueden votar, usted vote por Juan Bo’ – Ella era fiel seguidora de la ideología política y la literatura del Profesor Juan Bosch, “Juan Bo”, como decía ella. Con ella leí mi primer libro “de gente grande”, “El Oro y la Paz”.

- Juan Bo’ le escribió una carta a Trujillo…dígame más. – En la mente fértil de un niño las historias se convierten en leyendas y estas en la base de una filosofía de vida y creencias. Somos producto de nuestras vivencias.

- Si, desde Cuba, mi hijo, los dominicanos tenemos muchos años viajando, y ese viejito ha estado por todas partes; Puerto Rico, Venezuela, Costa Rica y más…Cuando Juan Bo’ le escribió la carta fue como que una sentencia de muerte, a los tres meses estaba…bueno, muerto. – Levantó su cabeza con orgullo e hizo una mueca de disgusto con los labios, yo también, aunque, a mis ocho, no entendía lo que quería decir.

- En el 63 el profesor ganó las elecciones limpiamente, y se convirtió en presidente, hasta que los gringos…mejor le digo después. Aquí hicimos fiesta, los dos o tres que habíamos, nos llamamos y nos sentamos a celebrar la democracia. ¿Tú sabes lo que eso quiere decir? – Yo encogí los hombros para decirle que no y ella continuó diciendo – Es cuando el pueblo puede escoger sus líderes libremente…cuando tú seas grandes asegúrate que nadie pueda impedirte que tu escojas quien te dirija. Que nadie te lo imponga. ¿De acuerdo? – Le respondí con la cabeza positivamente y ella me besó la frente.

Los inviernos de “Broduey”, como decía ella, fueron muchos, las conversaciones más, los veranos eternos y calurosos, y los faros de la famosa avenida continuaban brillando. Las pocas familias de los 50s vieron la ciudad cambiar y crecer, despacio convertirse en una extensión de República Dominicana. St. Nicholas se convirtió en La Duarte y la calle 181 en Paris.

Las caminatas con mi abuela fueron cada vez menos frecuentes, sus piernas le dolían, y su paso era muy lento, pero sus historias, aún le quedaban muchísimas por contarme, vivían en su joven mente como si fueran cuentos de hadas. Ella me hablaba de los eventos políticos como si fuera una novela;

- Mi hijo, le robaron las elecciones a Juan Bo’. – fue el saludo con el que me recibió en el 1990, acaba yo de llegar de la universidad. En sus ojos, ya grises, le podía ver la tristeza y la rabia. – El ganó y le robaron las elecciones por una computadora. Habla con tu papá para que le expliques que pasó, tu eso fue lo que estudiaste, ¿Verdad?

- Si mamá, pero ¿cómo usted sabe que fue eso? – Aun a su avanzada edad seguía cada detalle de la vida de la patria y de su “Wachinton Jai”, ella decía que uno tenía que ser ciudadano del mundo, “saber de todo un chin”.

- Eso me dijo tu papá, unos tipos desde un hotel, el PLD nunca será gobierno mientras viva Balaguer mi hijo, mi sueño de ver a Juan Bo’ con la ñoña no se me va a dar, ¡Carajo! – Me arrodillé para abrazarla, ella no se podía imaginar lo mucho que extrañé sus historias en mis años de estudio.

- Mamá, pero usted tiene viviendo tantos años aquí, ¿cómo es que a usted le afecta quien sea presidente allá?

Su silencio fue la primera lección, despacio enderezó su espalda y su puso de pie, buscó con su mirada la mía, me señaló con un dedo que me pusiera de pie, tomó su tiempo para ponerse el sombrero…bajamos las escaleras despacio y el silencio podía cortarse.

Cuando llegamos a la calle 157 esquina “Broduey” aún no había dicho una palabra, mis 22 años se volvieron ocho otra vez y mis 6 pies retornaron a menos de 4…mis zapatos Florsheim se volvieron Buster Brown…las palomas levantaron vuelo cuando me senté y el silencio del 76 había sido reemplazado por un merengue en un carro con los cristales abiertos, “dos tímpanos explotados”, pensé. Las calles grises y frías de un Nueva York monótono habían sido revividas con miles de rostros sonrientes y el tricolor de una bandera que empezaba a verse en algunas ventanas.

- Ve al colmado de la Matica y cómprame un ContriClu y el Listín, y vuelve pronto. – Se sentó a unos metros de un pordiosero que dormía entre dos piezas de cartón, en sus pies llevaba puesto un par de tenis rotos con fundas plásticas como si fueran medias, para proteger sus pies.

- Mamá venga conmigo por favor. – Levantó un dedo para detenerme.

- Vete que tengo mucho que hablar contigo antes que sea tarde, ahora que ya eres un hombre. Ah y tráeme un flan o un coconete. – Me picó un ojo y me puso en la mano un dólar para pagar.

Mientras caminaba me volví para verla; sacaba de su bolso un pan y un pedazo de queso de hoja para dárselo al indigente, luego me dijo que ese joven se iba a morir ahí sin que nadie lo recordara y que después de todo era un dominicano igual que ella y que yo.

En el fondo, hacia el sur, podía ver el cementerio, que ironía, como si estuviera durmiendo lo más cerca de su destino y millones le pasamos por el lado sin hacer nada. Regresé con el encargo “antes de que se seque la saliva”. Me reí y ella me señaló que me sentara.

- Mire, donde yo este, ahí está mi patria. Yo Soy Dominicana, sin importar que dure un siglo viviendo lejos de mi país. Un día usted tendrá hijos, y quizás cree que serán menos dominicanos que usted. Se equivoca. – Me pasó, sin dejar de hablar, la botella del ContriClu rojo para que se lo destapara. Yo me robé un traguito antes de regresarselo – Escúchame bien, porque esta es nuestra última conversación del tema que tenemos, estoy seguro de cómo lo crie. Yo soy su abuela, de los Coste de La Vega, y su abuelo de los García de La Chiva en Licey, sus abuelos de parte de padre son de Los Fernández de Puñal, de los Fernández Domínguez y los Lora Fernández, y  el otro lado de los Polanco de Gaspar Hernández, su mamá Vegana y su papá Santiaguero. En mi tiempo a eso le llamaban su “Linaje”.

- Mi familia mamá…- traté de interrumpir.

- No, mi hijo, cállese, más que eso, su familia será de muchos países, quién sabe y que importa, pero le hablo de su herencia…su nacionalidad puede ser Estadounidense, usted eso no lo escogió y mire gringo-dominicano, y su ciudadanía, eso solo es de orden legal, la que usted quiera, pero su sangre, esa, aunque se la saque toda del cuerpo, le saldrá siempre dominicana, nunca lo olvide. Y donde usted pise, donde usted llegue, que todo el mundo sepa que llegó un hombre serio, honesto y de respeto…Este es el país que lo vio nacer, respételo, pero nunca deje de sentirse orgulloso de ser de la tierra de Dios. 100% Dominicano.

Podía sentir los bellos del cuello erizárseme y se me aguaron los ojos. La frente de mi abuela estaba en alto y la mía también, esta vez si entendía porque. Hablamos, como siempre, por horas. Con los años, sus enseñanzas han sido mis mandamientos. Ya hace décadas que se me fue, como es la ley de la vida, pero sus ideas han perdurado y su amor por su patria es mi herencia más preciada. Mi Patria.

Hoy corre rápido y caluroso el verano del 2013, vivo en el Bronx, como casi todos los dominicanos, como desplazamos una comunidad completa en los 70s y 80s, hoy los desplazados de “Wachinton Jai” somos nosotros, y nuestro Alto Manhattan es casi ya de los blancos, como lo fue 50 años atrás. Ese es el ciclo normal de las sociedades complejas. No es cosa de racismo, es de orden económico.

Cuando voy a las reuniones orgánicas del partido de Juan Bosch, el PLD en la calle 159,  por quien voté cuando pude votar, como le prometí a mi abuela, y hoy soy miembro por convicción, no sólo por respeto, tomó el tren local y me quedo en la calle 137 y camino despacio por las calles de mi viejo barrio, pateo con los pies, no neva como antes, pero alguna que otra lata vacía de cerveza, me sonrió con los jóvenes de las esquinas, y los saludo con respeto, para muchos un montón de criminales, para mí, aun con los pantalones por la mitad de las nalgas, son dominicanos, de los míos.

En mi cabeza escucho el retumbar de una tambora y una güira y me dejo llevar por el vaivén de un merengue o una bachata, cierro mis ojos y la calle sucias se me convierte en campos verdes, como los de La Vega, y las aguas de un río sucio, lleno de aceite se transforman en playas cristalinas, igualitas a las de allá, y los ruidos de un dembow en la más bella sinfonía.

Quizás para mucho es locura, y el amor que tengo por mi gente no tiene sentido. Quizás para muchos no vale la pena, y muchos quieren salir de nosotros, y que importa que allá no nos respetan y piensen que somos tan pobres que solo tenemos dólares. Muchos sueñan con regresar algún día, yo no, ya yo estoy donde nací, esta ciudad es mi campo, para mí no hay regreso, solo me queda trabajar con lo que tengo aquí.

Yo solo quiero caminar algún día con mis nietos dominicanos nacidos aquí, bajo las luces de las calles de mi vecindario, esté donde esté, algún día les contaré las historias de Leonel y Danilo, y como un día matamos un tirano bajo los faros brillantes de “Broduey”.

FIN

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