Cuento - Llegaste Tarde

Juan Fernández | Diciembre 10, 2016

Cuando Eduardo llegó al Nueve, las voladoras de “Moca por Dentro” ya estaban llenas. En la primera trataron de acomodarlo, pero fue imposible, en la segunda le ofreció pagarle el pasaje a una señora, si ella esperaba la próxima, y no pudo convencerla. Era un día especial para Eduardo, pero ni todos los dioses del Olimpo, ni todos los Ángeles del firmamento podían llevarlo a Pueblo Viejo a tiempo para poder cumplir con su compromiso.

Cuando estaban a punto de salir, como si Dios mismo hubiese escuchado sus oraciones, la señora lo llamó desde la ventanilla y le pidió $500 pesos para darle el asiento, con mucho dolor tomó un gran respiro y se los pagó, el viaje valía un millón. Diez minutos más tarde Eduardo iba sentado en el asiento del frente de la voladora que lo llevaría a la gloria.

A su lado iba una joven haitiana con una herida en la cabeza, parecía reciente y dolorosa, cuando pasaron por el Abanico del cruce de Constanza, ya le había contado la historia, eres la esposa del vigilante de la Ruinas, tenían años viviendo en Pueblo Viejo, Eduardo conocía al vigilante, un hombre de mucho respeto y un alma de Dios, ambos. 

El resto del viaje pasó sin pena ni gloria, algún chistoso decía algo, pero al final el chofer le explicó;

- Es el WIFI que lo tiene callados, mire para atrás y se dará cuenta que no son pasajeros, son “zombies” cibernéticos, esclavos de los celulares, en esta voladora, antes, se podían escuchar las mejores conversaciones, los mejores chistes, es más, he escuchado aquí poemas que pueden competir con Neruda y Mir. – dijo el chofer, mientras se acomodaba la gorra.

Eduardo contaba con eso, con la tranquilidad, hoy, 10 de diciembre iba a dar un paso enorme en su vida, y lo último que necesitaba era un chofer distraído o un tipo celoso peleando con una mujer, o algo que pudiera interrumpir su viaje.  Hoy tenía que llegar a tiempo y decir las cuatro palabras más importantes de su vida.

Cuando la voladora dobló a la derecha para entrar a la vieja carretera, el corazón se le detuvo, el tráfico estaba completamente detenido. El chofer sacó la cabeza para preguntarle a un policía que estaba pasando, y la respuesta dejo a Eduardo frío;

- Mire, lo voy a dejar pasar, pero quiero que me cierre las cortinas de la guagua, y los niños y personas delicadas deben bajar la cabeza, nadie puede ver para afuera…abra la puerta para yo entrar y cruzarlo hasta Pueblo Viejo, nadie puede abrir nada. – el policía medía más de 1.80 metros, y su uniforme parecía brillar. Cuando entró a la voladora, mandó a sentar al piche, se sentó en el suelo asustado. 

- Arranque y no me pase de 5 a 6 kilómetros de velocidad, los de adelante, cierren los ojos, coño. – La voz del policía parecía un trueno y el silencio sacó fuerza y se empoderó de todos.

Eduardo no pudo evitar ver, la carretera parecía un campo de batalla, con teipi blanco habían marcado lo que parecían cuerpos y extremidades humanas, así como en las películas, en las posiciones que habían muerto, el marco que más le impresiono fue el que estaba encima de la virgen, sin cabeza. El chofer iba temblando.

- Comando, ¿y qué fue lo que pasó aquí? – dijo el chofer sin mover la cabeza.

- Cállese y siga, y no me levanten la cabeza los de aquí atrás. – dijo el policía molesto.

Limpiar la sangre del accidente de unos días atrás, había sido un imposible, todos pedían un poco de lluvia, pero como había llovido tanto en las últimas semanas, en el Cibao, se habían secado las nubes. Eduardo, por fin, llegó a su destino, pero pasar los 7 kilómetros de carretera había tomado más de una hora, y la razón de largo viaje, se había ido, lamentablemente, Eduardo llegó tarde.

- No Eduardo, lamentamos decirte que Mercedes se fue ahora mismo para el aeropuerto, con lo del accidente en la carretera, el tráfico ha sido un desastre y no podíamos arriesgarnos que la dejara el avión. – le dijo la hermana.
- Gracias, ¿y la doña está?, le traje un dulce de los que a ella le gustan, y la canquiña que le prometí le traería. – Eduardo se sentía triste, pero su corazón se iluminó cuando vio a la madre.
- Mi hijo, se te fue la muchacha, ella esperó lo más que pudo, pero llegaste tarde. – le dijo mientras se secaba la mano con el delantal y le daba un abrazo, – esa muchacha está enamorada de usted. Mire que ella me dijo que no le dijera nada, pero usted es un joven serio, y de buena familia, los Costes han sido muy buenos con nosotros, desde los tiempo de Billín y después Serafín. Coja y lea esto que ella le dejó.

Eduardo extendió su mano y tomó la carta, la abrió delante de la señora, quien le dijo que se sentara. La hermanita se le sentó al lado, pero la mamá la levantó por una oreja y se la llevó. 

“Estimado amigo, 
Has sido una inspiración en estos últimos meses. Si estás leyendo esta cara, llegaste tarde, pero no llegaste tarde a mi vida, ahí llegaste justo a tiempo. Eres todo lo que buscaba; un caballero y tu delicadeza para manejar tus sentimientos ha sido ejemplar. Aun cuando te había dicho que nunca pasaría nada entre nosotros, que ni gastaras tu tiempo, permaneciste firme, sin presionar. Te has convertido en amigo, y ahora que te conozco, no puedo negarte que fue un error no salir contigo. 
Esta maestría sólo dura un año, y cuando regrese…¡Prepárate! 
Tu…bueno eso veremos. 
Mercedes”

Cerró la carta, se la colocó en el pecho, y cuando subió la cabeza se encontró con la mirada de la hermana, quien decía que si con la cabeza, dejándole saber que ellos sabían, todos, como Mercedes se sentía. Se despidió de todos, y se fue caminado solo por la vieja carretera, pensó en las largas e interminables horas que gastó frente al espejo lo que le iba a decir a su amor desde que la viera;

“¿Quieres ser mi novia?” - Simple y directo.

Llegó tarde para escuchar la respuesta, pero las almas hablan el lenguaje silente del amor, y allí, donde nacen los sentimientos, las palabras, muchas veces, sobran.

La luna lo acompañó el resto del camino y sus pasos dejaron el suelo, sus alas se desplegaron…y voló.