Juan Fernández (Padre de 2 Princesas)
Me gritan las voces de cientos de almas de las menores olvidadas en sus muertes, víctimas de inconscientes. Mis breves meditabundas caminatas diarias, cerca del sacramental de mi gente, se convierten en horas interminables de voces de nuestro pasado que se pierden, clamando que las recuerden, soportando el peso del olvido en sus hombros hechos polvo, Atlas de ultramundos, atrapadas detrás de cortinas de penitentes sufrimientos de familiares encerrado detrás de las puertas de sus decisiones inconscientes.
Es inaudito, quizás sorprendente, para mí, como el enfoque social puede volverse viral, infectando de ignorancia, como un virus real, a miles de incompetentes, clientes de lo casuales. Al morbo le crecen tentáculos que nos amarran frente a los dioses digitales, que hemos creado, y hoy nos pueden dominar. Nos olvidamos del padecimiento social, la enfermedad, y nos enfocamos en la temperatura que nos hace sudar, el síntoma. El problema no es la madre que ayuda a su hijo a soterrar un cadáver, la complicación fue celebrar la violación constante a una menor sin nadie hacer nada, todo empezó comprándole regalitos de navidad sin habérselo ganado. “Pide por tu boca príncipe de todo mal, que para eso trabajo”. Eduquemos nuestros hijos en la niñez, para que de adultos sean hombres y mujeres de bien.
Me arañan los tobillos los dedos de las centenas de niñas borradas de la historia de mi pueblo, las que estamos matado hoy por ignorancia, las que dejamos que corran con tijeras en las manos, si, con las tijeras de las hookahs, con el sexo permitido a destiempo, vendiéndolas al mejor postor, maquillándola a los diez, y luego simplemente las dejamos en el tintero de alguna sentencia ridícula de las leyes del olvido, o hacemos otro circo mediático con sus agresores, nos creemos jueces y queremos emitir reflexiones en las redes sociales, si, en eso yo también soy una mierda. Pronto le pagarán por los derechos de algún libro o alguna novela mal escrita y mal contada, alimentando la epidemia de imbéciles cretinos de una sociedad flotando en estiércol.
Hoy, después de la sentencia absurda de estos dos payasos del espectáculo del minuto, muchos van enfocando sus lentes a la siguiente atracción del momento; animales, malabaristas, quién volará por los aires o caerá al vacío por perder el trapecio. Millones de tuits y fotos creando un universo de elogios a los muertos. Somos consumidores de delitos y engordamos con el veneno ajeno. Mientras el cuerpo de una niña se pudre en una caja de madera, nosotros corremos la pantalla con nuestro dedo pulgar buscando el próximo escándalo que nos entretenga por unos minutos más, vamos a las carreras para ver los accidentes y luego decimos que la sangre no da asco y nos tapamos la cara de vergüenza.
Propongo que nos revisemos, que hagamos algo con esta sentencia, que la muerte de Emely no se vaya sin nosotros mejorar como pueblo. Que optimemos las leyes para proteger nuestras princesas en honor a su vida, no su muerte. Existen miles de Emelys hoy en cada uno de nuestros barrios a punto de perder la vida, otra más, y nosotros aquí, matándolas en las redes sociales por entretenimiento. Hagamos algo, no sigamos olvidando como se mueren los pueblos que no saben defender sus pilares. No olvidemos a esta niña de sonrisa tan alegre, hoy, borrada para siempre.
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