Saltan al vacío los minutos cubiertos de segundos, convirtiéndose en eternas horas que no duermen. En tus labios formas calabozos húmedos de mis ansias, los sentidos, otra vez, como a un niño, me engañan.
Parecemos bejucos verdes de ardores alocados y el sabor de tu cuerpo me bautiza cada día. Tus senos servidos como la mejor de las pitanzas.
El azúcar de tu cuello se cristaliza en mis papilas, la lengua no me alcanza para catarte las clavículas. Se te derriten, suavemente, las venas en mi boca y recojo una a una las gotas dulces que transpiras y se deslizan en cascadas vivas por el vientre.
Me ahogo en el calor paulatino de tus respiros, tus delicados brazos creando nidos en mi cuello, tus temblorosos dedos recorriéndome las ganas, el ardor de tus uñas, como garfios, en mi espalda. Tus nalgas servidas como postre de enmieles, vainilla, frutas secas y una pisca de sal.
En tu vientre de bailarina crecen verdes hortalizas, de tu ombligo vivaracho nacen los mejores vinos que se desparramas en tu pelvis, como si fueran ríos, donde puedo saciar, sin medidas, mi sed, embriagándome, como de parranda, en tu vagina.
El olor de tus entrañas, mordiéndome, me mesmeriza, en cascadas de sed de tu océano, que no termina. Tus piernas, apretando, cubriendo mis oídos, tus manos aplastando mi cabeza, hundiéndola en el olvido, nuestras miradas juguetean, como si fuéramos cocodrilos. Tus piernas en mi espalda desplegados el caviar, relleno de muchas nueces, almendras y otras semillas.
No me canso de desayunarte las caricias, tomo tus pantorrillas como jugos de frutas en un almuerzo de una cálida tarde de verano, se me escapan las ambiciones de comerte la boca en la cena, hambre de mis entrañas, bocadillos de mi avidez por tu aroma.
Yo no quiero despensas en otros almacenes, quiero verte cada día servida en mi mesa, al desnudo, como el suculento manjar de mis locos atrevimientos.
Soy tu polen mariposa…succióname, de gula, la vida.