Poema: Rieles del Olvido

Rieles del Olvido
Juan Fernández



Flotando, alegres, van los espectros
que guían a ciegas nuestros destinos,
parece que no saben compadecerse
de las lágrimas de los honestos míos,
saltando sin ruta alguna entre los pétalos
de una flor moribunda de la luna nueva,
como obesos obscenos querubines caídos
de un nirvana obscurecido de pesadillas,
que trenzan con sus infantas alas de algodón
emociones dinámicas de un paraíso lejano.

Minutos atléticos que corren sin destino,
segundos imperecederos antes de la alborada,
cúmulos perpetuos de inmortales desafíos;
techados manchados gravoso que no nos cobijan,
que, como burbujas de jabón, se desvanecen,
entre los dedos de dólares del nuevo interesado tío, 
alimentos decaídos saturados de lombrices,
tratando de convencernos que no existen,
la huella de platos aun sin lavar en el lavabo,
manjar exquisito de flacas moscas y hormigas,
en una cocina de cenizas esquelética que respira
sus últimos fríos, frágiles y asquerosos respiros.

Un sol que nunca calienta, pero sabe cómo castiga
con correctivos firmes de pretinas de condenas,
que brilla sobre los rieles de un tren que corre a ciegas,
alimentado de leña sacada de la piel de mis negros
y sudor amargo y seco, cansado, de mis coterráneos,
del cielo nos caen las estrellas que nos aplastan,
como asfalto plateado de carreteras y castillos,
somos reemplazados como si fuéramos piezas
de una antigua locomotora conducida por un niño.

Vivimos modificando contantemente un juego de gusanos,
cuando nacimos para cristalizar en monarcas mariposas.

Abre tus alas, aunque sepas que te las van a cortar. Respira.

Poema: Esperanza

Esperanza



¿De qué tonalidad es la esperanza aparente
que nos colorean, como a niños, cada día?
¿Será que el verde brillante despertar,
detrás de fingidas sonrisas, destalla en arcoíris?

¿De qué gama empañada es la ilusión etérea
que nos sombrean, con crayones, cada noche?
¿Será que caminan descalzos los pies cansados
de los soñadores de quimeras de luces perdidas?

Huyen los pensamientos de tormentas grises
de espejismos que no existen, ni se extinguen.
Sueños escritos en sangre en pasaportes visados
con promesas de otros idealistas de pacotilla.
Ilusiones y promesas vendidas con cientos de flagelos
en las costillas desnudas y enflaquecidas de los míos.

Pasaje de ida, retornos al paraíso traspasados en filas
de fantasmas perennes de omisiones sin destinos.

Una vida alimentando la maquinaria del capricho,
una esperanza que viaja en aviones del capitalismo.

Promesas nunca cumplidas. Esperanza siempre perdida.
Retornando a morir en su mismo lugar de origen.

Ciclos de sueños infinitos.

Poema: Areítos

Areítos
Juan Fernández



Se me duerme, lentamente, la olvidada paz de mi delicado linaje, 
muchas veces dormido, corriendo exterminando, como fuego voraz, 
por cientos de vacías venas rotas del olvido.
 
No podré, nunca, aunque sea que lo más quiera, gritar, como loco, 
libremente, cual guerrero, las pequeñas afanadas victorias del día a día, 
de mi gente luchadora y sus dolidas fantasías.

Se me caen, careciendo de sentido, cual rocío, las decenas de 
permanentes mutiladas lágrimas, secadas por los vientos nobles 
del valle perdido. Corren por mi vieja y sucia cara mis mares y ríos.

Sólo siembro en surcos, en la arena blanca huraña, mis cargadas 
delgadas raíces rancias y primitivas, sujetas a las historias perdidas 
de naborías olvidados de una isla de playas de espinas y látigos de castigos.

No se de barcos viejos, de velas con cruces rojas, ni cientos de nuevas 
calaveras podridas en penumbras, ni de aguas turbias de ríos sucios, 
lejanas de mi bohío, no conozco la faz dañina del hombre conquistador, 
ni sus ojos sedientos de muerte color putrefacto, ni de la lluvia espesa 
y roja de sangre de los míos, ni de dioses pintados en ladrillos que no escuchan. 
No conocía de las guerras trastornada de conquista, ni las muertes agobiantes 
provocada por trabucos.

Sólo conocía el olor a yerba mojada de mi cielo seco, de las diosas isleñas 
con sus cabelleras largas y finas, sus caderas, sus melenas trenzadas 
en elaborados babonucos amarrados con cabuya. Mis hermanas de piel suave, 
como plumas de tórtolas, dermis canela, quemada por el sol implacable del mar Caribe. 
Mis ancestrales bailes nocturnos preñados de paz en areítos,
la cuna de mis grandes amores y lamentos, paz y tormento, los apasionados 
momentos eternos y sagrados que no olvido.

Yo no quiero que mi pueblo de Taínos se olvide de donde vino, de donde 
y como se siembra la batata, los jobos y la yuca, ni donde se tumban 
los mejores cocos y el palmito, del casabe recién tostado de ajo con aguacate 
y la auyama, de ni de la paz que una vez tuvimos, codiciada hoy por todos los ausentes.

Yo conocía del trueque para crear amigos y la búsqueda del equilibrio, mezclando, 
cada día, todo con sonrisas, abrazos y un beso de despido. Conocía de mil noches oscuras
huracanadas de tormentas de injusticia, y la búsqueda constante de soluciones de armonía,
persiguiendo la felicidad con dosis elocuentes del olvido.

La paz no nos llegará, como regalo de Dios, en el descuido, ni por sorpresa, 
la tenemos que sembrar, alimentarla con orgullo, cosecharla en el momento que esté lista. 
Nosotros somos responsables de la Hayití que nos dimos.

En ti vive el futuro que hoy cultivas. 

Piensa.