Juan Fernández
Corría igual de frío aquel diciembre, como corren usualmente los diciembres en Constanza, en esos días mataron al Maco, un delincuente muy amado en El Cercado. Subí a hacerle compañía a la viuda, mi ex compañera de estudios. Como fui en motocicleta, acordé con unos amigos; Romualdo y Plutarca, dormir en su casa y retornar a mi campo de Pueblo Viejo, en el valle, a la mañana del día siguiente.
La policía estaba muy activa en toda la montaña, algunos decían que el asesino andaba escondido cerca del barrio de Los Peynado y anticipaban que llegara a ultimar a la viuda también. La única vez que vi tantos policías fue cuando Ramfis Trujillo se cortó la pierna y lo llevaron a mi campo a ser tratado por mi abuelo. Quien era el único doctor en la provincia. Fue a unos días del cierre del 1947. Aunque era un niño recuerdo todo el aparataje como si hubiese sido ayer.
- Altagracia, si deseas me puedo quedar contigo, - le propuse queriendo aparentar más valiente de lo que era.
- No mi hermano, no es necesario, vamos a amanecer contando historias, cuentos y comiendo chivo, si usted se va, se lo pierde.
- Me quedaré unas horas, pero solo porque me presionas.
Ambos reímos a carcajadas, la madre del Maco nos fulminó con la mirada, salimos, aun riendo, al patio, allí, bajo la oscuridad de los matorrales, pude ver una sombra, parecía la de un hombre, pero al moverse nos dimos cuenta que era un becerro que estaba comiendo de las verduras que habían en los canteros del patio. Entonces fue que nos reímos de verdad. Teníamos los nervios de puntas.
- Francisco, ¿recuerdas a Dominga, la joven voluptuosa que conocimos en el bachillerato?
- Claro hermana, recuerdo que todos queríamos estar con ella, era una dama cuando nosotros aún éramos muchachos mocosos.
- Creo que era amante del Maco, pero ella era esposa de un tipo del Bronx, por eso lo mataron.
- No pierdas tu sueño con esos pensamientos. Vamos a entrar, la gente se está alborotando. - dije mientras la ayudé a subir los peldaños para entrar a la cocina.
Desde la sala pude percatarme que en el frente de la casa se habían detenido unas motocicletas, cada una con dos pasajeros, los vecinos, amigos y socios del Maco salieron a ver lo que querían los nuevos visitantes. Todos armados, por unos minutos sentí que era una película del viejo oeste, uno de los viejos que estaba en una silla de Guano, bajo una mata de mango, se me pareció a John Wayne en la Película Río Grande. Jugaba con una colilla de cigarrillo mientras silbaba. En sus viejas botas pude ver hoyos del uso y el abuso al calzado. Su ropa no estaba sucia, pero maltratada, en su cadera llevaba un Colt 45. En su cabeza un sombrero pulcramente blanco. Mientras todos se alborotaban Don José mantuvo la calma. En sus canas podía ver su experiencia y en sus arrugas pude ver que no todas fueron buenas.
A las 3 am, solo quedaban en la casa algunos amigos cercanos. La madre del Maco estaba durmiendo en una mecedora, roncaba muy fuerte. Yo también. Algunos niños corrían hiperactivos, creo que por el exceso de refrescos.
El disparo de la pistola del asesino nos despertó instantáneamente, cuando terminé de ver si todos estaban bien, el trabucazo del revolver del John Wayne dominicano, retumbó toda la casucha, como si fuera un cañón. ¡Nunca había visto tanta sangre! El pistolero había entrado sigilosamente a la sala, en su intento fallido no se percató que los vecinos estaban esperándolo, fingían estar dormidos, uno de ellos más que los demás.
Vi cuando se llevaron a "John Wayne" en la patrulla policíaca, llevaba su frente en alto. Sabía que había salvado una vida. Encendí mi destartalada Honda y bajo el frío de ese diciembre me despedí de mi amiga y me fui al cuartel a declarar a favor del anciano héroe.
Me tomó horas bajar la montaña, cada curva parecía agarrarme diciéndome que no me fuera. Cuando llegué a mi campo ya había salido el sol, me quedé sentado en la cocina tomando café y riendo en la paz de mi campo silente.
¡Pobre Maco!
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