Areítos
Juan
Fernández
Se me duerme,
lentamente, la olvidada paz de mi delicado linaje,
muchas veces dormido, corriendo
exterminando, como fuego voraz,
por cientos de vacías venas rotas del olvido.
No
podré, nunca, aunque sea que lo más quiera, gritar, como loco,
libremente, cual
guerrero, las pequeñas afanadas victorias del día a día,
de mi gente luchadora
y sus dolidas fantasías.
Se me caen,
careciendo de sentido, cual rocío, las decenas de
permanentes mutiladas lágrimas, secadas por los vientos nobles
del valle perdido. Corren por mi vieja y sucia cara
mis mares y ríos.
Sólo siembro
en surcos, en la arena blanca huraña, mis cargadas
delgadas raíces rancias y
primitivas, sujetas a las historias perdidas
de naborías olvidados de una isla
de playas de espinas y látigos de castigos.
No se
de barcos viejos, de velas con cruces rojas, ni cientos de nuevas
calaveras
podridas en penumbras, ni de aguas turbias de ríos sucios,
lejanas de mi bohío,
no conozco la faz dañina del hombre conquistador,
ni sus ojos sedientos de
muerte color putrefacto, ni de la lluvia espesa
y roja de sangre de los míos,
ni de dioses pintados en ladrillos que no escuchan.
No conocía de las guerras
trastornada de conquista, ni las muertes agobiantes
provocada por trabucos.
Sólo
conocía el olor a yerba mojada de mi cielo seco, de las diosas isleñas
con sus cabelleras
largas y finas, sus caderas, sus melenas trenzadas
en elaborados babonucos
amarrados con cabuya. Mis hermanas de piel suave,
como plumas de tórtolas, dermis
canela, quemada por el sol implacable del mar Caribe.
Mis ancestrales bailes nocturnos
preñados de paz en areítos,
la cuna de mis grandes amores y lamentos, paz y tormento, los apasionados
la cuna de mis grandes amores y lamentos, paz y tormento, los apasionados
momentos
eternos y sagrados que no olvido.
Yo no
quiero que mi pueblo de Taínos se olvide de donde vino, de donde
y como se siembra
la batata, los jobos y la yuca, ni donde se tumban
los mejores cocos y el
palmito, del casabe recién tostado de ajo con aguacate
y la auyama, de ni de la
paz que una vez tuvimos, codiciada hoy por todos los ausentes.
Yo conocía
del trueque para crear amigos y la búsqueda del equilibrio, mezclando,
cada
día, todo con sonrisas, abrazos y un beso de despido. Conocía de mil noches
oscuras
huracanadas de tormentas de injusticia, y la búsqueda constante de
soluciones de armonía,
persiguiendo la felicidad con dosis elocuentes del
olvido.
La paz
no nos llegará, como regalo de Dios, en el descuido, ni por sorpresa,
la
tenemos que sembrar, alimentarla con orgullo, cosecharla en el momento que esté
lista.
Nosotros somos responsables de la Hayití que nos dimos.
En ti
vive el futuro que hoy cultivas.
Piensa.