La Niña


De todas las cosas que pude vivir en las cortas vacaciones que disfruté con mi familia en Pueblo Viejo, La Vega, una fue particularmente extraña, inolvidable, una de esas experiencias de la que uno quisiera hablar toda su vida, pero que los demás crearían que uno está loco. Los involucrados habíamos prometido no hablar de esto nunca y el silencio fue nuestro castigo por décadas. 

Aún hoy cuando veo a los primos, y eso que ya han pasado tantos años, casi 40, desde aquel eterno agosto, bajamos las cabezas y se nos salen las lágrimas. Pocos entienden el dolor que nos quedó para toda la vida, pocos se pueden imaginar lo que vimos, las marcas en nuestras almas, lo que vivimos, después del día que encontramos a la niña.

Ese verano conocí a Justina y a Vicente Oscar, los benjamines de Papá Chuchú y Nina Caridad, vivían al cruzar la calle de la capilla, en aquellos años la carretera tenía dos “policías acostados” frente al cuartel, los motoristas no se percataban de esto y nos pasábamos el verano con un botiquín en la mano. Desde la galería de la casa se podía ver el callejón de las ruinas y las tierras de Moncito Malares. Esa tarde de agosto del 1979 el calor era casi inhumano, si caminabas por la vieja carretera, el asfalto se te pegaba de los tenis. Fue cuando escuchamos el grito escalofriante de Jean Claude, el guardián de las ruinas.

Vicente y yo fuimos los primeros en llegar, vimos a Jean Claude sentado en el suelo con lo que parecía un cerdito lleno de lodo en sus brazos, el viejo haitiano se mecía de un lado a otro, y decía incoherencias en creole. Cuando llegó Justina se percató que no era un cerdito, el espanto nos dejó petrificado, Jean Claude tenía en sus manos el cuerpo inerte de una niña, cubierta de pies a cabeza de un lodo arcilloso, parecía muy pequeñita y frágil en los brazos del fuerte guardián.

Después de muchas súplicas Jean Claude dejó de gritar y se paró, fue cuando nos dimos cuenta que la niña estaba viva, movió un bracito y luego subió la cabecita, estiró su cuerpo y cuando abrió los ojos yo di un paso atrás, un ojo era verde, parecía brillar, el otro era marón claro, casi amarillo, color miel, con todo el lodo, los ojos eran lo único que podíamos ver con claridad, la parte blanca, la esclera, parecía de algodón.

Las lágrimas de los ojos del viejo guardián se podían recoger por cubos, no paraba de llorar, parecía una Magdalena, en una voz muy baja repitía sin parar, algo que no podíamos entender, pero sonaba como que le daba las gracias a Dios. La niña, aun en los brazos de su protector, dijo unas palabras que tampoco podíamos entender, no porque no lo escucháramos, sino, porque no era español. 

- “Ĝi ne estas tro malfrue”. - dijo la niña en una voz suave y delicada, mucho más grave de lo que debía ser para su edad.

Justina se la pidió al guardián, le tomó unos minutos al viejo entregarla, la niña, con toda la naturalidad del mundo, se acomodó en los brazos de su nueva protectora. Justina nos dijo que fuéramos a buscar a tío Fifín o a Simeón, el primo que le ayudaba, para que la revisarán, parecía que sangraba de algún lado. Cuando giré para despedirme de Jean Claude, este estaba de rodillas, en posición fetal, con sus manos tapaba su rostro, lloraba descontroladamente.

- “Dio estas kun vi bona homo”. - dijo la niña, entonces fue que el guardián lloró.

- ¿Qué dijo?, - pregunté, Justina y Vicente me respondieron con sus hombros, no tenían la menor idea.

Cuando llegamos al consultorio de tío Fifín, encontramos a Maritza, la hija, y a Nicolás su esposo, ambos doctores y fue como una bendición. Por el calor, el lodo se había secado sobre el cuerpo delicado de la niña, y parecía una estatua grotesca de los tiempos medievales, su pelo y su piel desnuda completamente cubiertas. Justina era sólo un poco más grande que la niña, ambas parecían sobrevivientes de algún apocalipsis.

Los tres doctores salieron a encontrar a la niña, y Maritza se la quitó a Justina delicadamente, sosteniéndola lejos de su cuerpo, la veía como un bicho raro, todos se quedaron mudos viendo la criatura, Maritza rompió el silencio, nos pidió que buscáramos una ponchera con agua y jabón, Justina buscó toallas y una camiseta para cubrirle en cuerpo a la niña.

Los adultos trataron de que nos fuéramos, pero nos rehusamos, nadie nos iba a mover del lado de la niña. En mi caso, no podía irme porque en mi cabeza no dejaba de escuchar su voz diciendo algo extraño, yo le veía fijamente, ella me miraba y sin mover los labios yo la podía escuchar;

"Via tempo venos", lo podía oír, casi como un susurro, repetido miles de veces en diferentes tonos, cada vez que me miraba lo escuchaba, ella se sonreía conmigo.

Cuando Maritza empezó a lavarle su delicado cuerpo empezó a llorar, según caía el lodo de su cuerpo se le podían ver cientos de cicatrices, como heridas de cuchillos. Su piel era de dos colores, negra rojiza, como la de los tainos, y un tono más tenue de un color, casi, olivo. Parecía vitíligo, pero no por falta de melanina. Maritza no paraba de llorar, alguien le había hecho daño a esta criatura, mucho daño, algunas de las heridas no se le habían curado.

Justina le explicó a Maritza como la encontramos y que la niña hablaba muy bien, pero no español. Jean Claude había llegado al consultorio, y la niña se había dormido en sus brazos.

- Ye le encontré en una hoyo de lodo en la paite atra de el torre de la ruina. - dijo el guardián mientras se mecía despacio para dormir a la niña. - Ella lloraba como ye le encontré, y todo su cuelpecito lleno lleno de lodo, mucho sucio, ella hable conmigo en esperanto, pero ye no hable esperanto.

Jean Claude explicó como la sacó del lodo y que la niña le había dicho algo que no entendía, pero en su cabeza, sin mover los labios.

- Me dijo "Preparu, nur kelkajn tagojn por veni", ye no sabo que ‘e, pero entendí “Preparu” y “por veni”. Cuando me hable ella sonó como con mucho dolor. – explicó Jean Claude.

- Jean Claude, ¿De donde salió esta niña, usted la había visto antes? – Le preguntó Maritza, y este le respondió negativamente con la cabeza.

Al llegar la noche los tres galenos estaban sentados en el patio de la casa de tío Fifín, Justina y yo estábamos sentados en el escalón de la salida de la casa, cerca de ellos, Nicolás había buscado un libro que explicaba lo que era el esperanto y había traducido lo que la niña le dijo a Jean Claude; “Prepárate, viene en unos días”. La noche fue larga, Maritza había acostado a la niña en una camita en el consultorio, fue en ese momento que se dio cuenta que las manchas del cuerpo de la niña formaban como un mapa, pero la dejó dormir, le tocó una vez más la frente, y estaba muy fría, igual que los pies, pero el torso, a la mitad del cuerpo, estaba caliente. Como doctora no podía explicar el fenómeno, pero tampoco podía explicar las heridas, la descoloración de la piel, la heterocromía, ni el pelo de tantos diferentes colores. Con todo y las cicatrices, la niña estaba en perfecto estado de saludo interna, pero la piel parecía un mapa lleno de imperfecciones.

- ¡La niñaaaaaaaaaaa! – fue el espantoso grito de Maritza que nos despertó en la mañana. La niña no estaba en la cama. Todos habíamos dormido en casa de tío Fifín, pues nadie quería despegarse de la niña.

A los pocos minutos la encontramos durmiendo debajo de una mata de zapote que tenía mamá Popo en el patio de la casa, al lado de la de tío Fifín, estaba otra vez desnuda, cubierta de hojas y como un millón de insectos sobre ella. Cuando nos acercamos los insectos estaban a su alrededor como si fueran guardianes, ella susurró una palabra; “Trankvila” y todos se fueron.

- ¿Porqué estas durmiendo aquí? – le preguntó Justina, mientras la sacaba de su lecho improvisado.

- “Jen mia vera domo” – le respondió en voz baja la niña. Nicolás, después de unos minutos tradujo, “Esta es mi verdadera casa”.

El cuerpecito de la niña estaba lleno de lodo, otra vez, y las hojas le cubrían como un vestido hasta las rodillas. Al llegar al consultorio, Maritza la bañó para curarle las heridas, pero ya todas estaban sanas, solo quedaban cicatrices. Esto era imposible, las heridas que ella curó ayer aun sangraban.

- Juan, ve a buscar al padre Polanco y al capitán del cuartel, - me instruyó Maritza, - Algo no está bien aquí y tenemos que asegurarnos que estamos haciendo lo correcto.

Salí corriendo, a los diez años no se camina, mucho menos en el campo, al cruzar el puente de Medranche el padre ya venía caminando, me dijo que una voz lo estaba llamando, como de una niña, que no sabía que estaba pasando, pero que tenía un sufrimiento en el alma.

Al llegar el padre Juan Polanco, la niña se puso de pie y lo saludó como si lo hubiese conocido de toda la vida, Juan nos dijo que conocía la voz desde sus años en Roma, cuando hizo el doctorado en geología, que escuchaba esa misma voz en sus sueños desde hacía décadas. Pero todos sabíamos que era imposible, la niña no podía tener más de tres añitos. Nos explicó que ayer, a eso de las cuatro de la tarde, exactamente la hora que Jean Claude la encontró en las ruinas, él había escuchado su voz que le decía que necesitaba su ayuda.

- “Multaj homoj mortos en la venontaj tagoj ĉi tie, ili ankoraŭ daŭras tempon”, - dijo la niña.

- ¿Por qué dices que van a morir muchas personas? – le respondió Juan Polanco. Nos explicó que aprendió esperanto en Roma para ir a evangelizar un pueblo remoto del sur de Turquía.

- “Mi povas senti ĝin en mia flanko” – respondió mientras se subía la blusa.

- ¿En tu costado? ¿Cómo? – le respondió el padre, mientras todos los acercábamos lentamente a verle el costado a la niña, debajo de las costillas tenía una llaga enorme. Maritza fue la primera en sorprenderse, la había revisado una hora antes y no tenía nada en el costado.

Con el pasar de los días la llaga le había crecido más y se movía lentamente desde el costado hacía el centro del abdomen. Una tarde, mientras Justina le ponía una crema en la llaga, notó que la niña tenía como un archipiélago en la barriga, muy similar a las islas del barlovento y sotavento, y en el centro del abdomen sus manchas parecían más grandes, similares a las islas de Puerto Rico, Cuba y la de Santo Domingo. La llaga le salió agosto 25, 1979 empezó a crecer cada día más, hasta ocuparle casi la barriguita completa.

- “Ili devas esti pretaj por via alveno, ĝi ne estos bona” – dijo la niña, mientras le sostenía la cara a Justina, en ese momento estábamos sólos con ella, un rato más tarde el padre nos tradujo la oración y sabíamos que algo malo iba a suceder, que algo o alguien iba a llegar y debíamos estar preparados.

Cada mañana teníamos que salir a buscar a la niña, sólo podía dormir en los matorrales, tratamos de encerrarla, pero nadie sabía como podía salirse. En una ocasión nos quedamos despiertos velándole el sueño y empezó a cantar, como si fuera el arrullo que hacen las palomas y en pocos minutos todos estábamos dormidos, la mañana siguiente amaneció durmiendo debajo de la mata de anacahuita en el patio de Nina Caridad, su cuerpo lleno de lodo y miles de insectos “bomberitos” le arropaban. Después de ese día simplemente la poníamos en la cama y orábamos que pudiéramos encontrarla al día siguiente.

El 27 de agosto, la llaga le ocupaba todo el costado y la mitad de la barriga, en la radio podíamos escuchar que una tormenta en el atlántico que había convertido en ciclón y se dirigía hacia las Antillas Menores. Ese día la niña se acostó en posición fetal y su cuerpecito parecía el mapa del planeta, las proporciones era distintas a las del mapa de papel, África, en la espalda, era enorme, y las islas, concentradas en su abdomen, estaban casi arropadas por la llaga. Maritza reconoció la isla de Dominica y cuando la llaga tocó la mancha la niña empezó a llorar, repetía sin parar;

- “Ne plu, David, bonvolu” – lo repitió 56 veces, cuando terminó de contar se desmayó.

Al día siguiente, mientras el huracán entraba a Puerto Rico, en Radio Santa María se escuchaba la desastrosa noticia de que habían muerto 56 personas en Dominica, y que la República debía prepararse para lo peor, el huracán David había entrado a categoría 5, y la llaga casi estaba sangrando, las alertas en toda la isla llegaron a su máxima, todo el país en alerta roja y la niña estaba a punto de morir. El 29 de agosto, a la 1:30 a.m. le grito de la niña fue desgarrador.

- “Fine, la plej malbona venis, multaj mortos” – dijo la niña en voz calmada. En la radio se podía escuchar al locutor anunciar que el ciclón David había tocado territorio dominicano.

- La niña dijo que habrá muchos muertos, - dijo el padre, con el rosario en las manos.

- Padre, ¿Qué es lo que estamos viviendo? ¿Esta niña es un ángel? – preguntó Justina mientras le pasaba una toalla por la frente a la niña para recogerle el sudor, aunque su cabeza estaba fría, sudaba mientras lloraba.

- No sé, no tengo explicación, ni de la ciencia, ni de la fe, - dijo el padre Polanco, sin subir la cabeza de la Biblia, - todo es posible para el Señor, mi Dios.

Cuando yo la vi, así envuelta en una bolita, llorando sin parar, su cabeza y sus pies siempre fríos, sabía que era…

La niña lanzó un grito infernal, los bombillos del consultorio explotaron, los frascos de las medicinas también, todos teníamos los oídos cubiertos con las manos, el padre Polanco estaba de rodillas orando, Maritza, Nicolás y tío Fifín trataban de acercarse a la niña, su espalda se estaba arqueando más allá de los normal, de sus ojos empezó a salir una luz cegadora, su cuerpecito frágil empezó a flotar y de la boca le salían mariposas, el grito se convirtió en un chillido tan agudo que todos los perros del campo empezaron a ladrar como si fueran lobos. Esto duró todo el día y parte de la noche…luego un silencio total.

- “Unu tagon ili ĉiuj pereos pro sia propra mallerteco, ni ne povos averti ilin ĉiam en tempo, miaj cikatroj resanigos sin, sed vi ne ĉiam havos la saman sorton. Mi estas parto de vi, vi estas parto de mi.”. – Fue lo últimos que dijo la niña antes de desmallar. Todos nos quedamos en total silencio esperando a que el padre Polanco tradujera.

- “Un día van a perecer todos por sus propias torpezas, no vamos a poder avisarles siempre a tiempo, mis cicatrices sanarán solas, pero ustedes no tendrán siempre la misma suerte. Yo soy partes de ustedes, ustedes son parte de mí”.

La mañana siguiente no pudimos encontrar a la niña, el ciclón había matado más de dos mil personas en toda la isla, ningunos en Pueblo Viejo, por instrucciones de Maritza, a través de lo que veía en la niña, todos habían protegido sus casas, sus ventanas y puertas, los de los campos aledaños se burlaban de ver mi familia protegerse de algo que no tenía sentido. A los dos días la isla parecía un campo de guerra.

Justina, Vicente y yo, duramos el resto del mes de septiembre buscando la niña, pero nunca más volvimos a verla, aun hoy, cuando voy a visitar mi familia, camino en las ruinas para ver si puedo verla, pero puedo escuchar sus gritos de dolor cada vez que escucho de algún desastre, alguna guerra, alguna matanza, alguna violación. ¡No entiendo el porque nos afanamos tanto por matar a la niña!

“...vi ne ĉiam havos la saman sorton ...”
"...ustedes no tendrán siempre la misma suerte..."

No Calles Más

¿Qué debe pasar para romper los invisibles inútiles códigos retrógradas del absurdo silencio de nuestros hombres?

¿Otra muerta innecesaria con dos tiros en la cabeza, o un cuchillo en la nuca, o ahorcada?

¿Tres niños huérfanos más con la madre enterrada y el padre detrás de las rejas?

¿Qué debe pasar para que los hombres acepten la responsabilidad de su negligencia y la estupidez del silencio?

¿Qué encontremos los brazos en una bolsa, las piernas en un matorral, el torso en un safacón y la cabeza nunca aparezca, de una joven que ayer estaba llena de sueños?

¿Qué te ata la lengua cuando sabes que un idiota está a punto de lapidar la madre de sus hijos?

¿Qué harías si fuera tu hija?

Te aseguro que el día que vayan a matar la tuya, tú no estarás para protegerla, protege esta, cobarde, para que un valiente un día proteja la tuya.

Estamos viviendo en el mejor tiempo de la historia del planeta y parece que los hombres hemos perdido el honor, dejamos que nuestras reinas sean maltratadas y simplemente cerramos los ojos, creo que es mejor que los pierdan.

Yo no quiero vivir con el cargo de conciencia de saber que mi vecina murió y yo no hice nada.

Hago un llamado a todo hombre a *no callar más*. Ellas no son asesinadas tras el primer maltrato.

*Por nuestro silencio están muriendo mujeres. ¡Basta!*

Me comprometo, con toda mujer, que haré algo para detener, de alguna forma, su maltrato.

-- Juan Fernández (Metas 2018)

Más Allá de Mis Pasos

Juan Fernández (c) 2018

Los pasos dados pesan, aunque apreciemos la grama verde entre los dedos, de la misma forma que cargan los discursos nuestros ánimos, dejan, los pasos, marcas en los pies que las huellas mismas desconocen.

Son como los péndulos que nunca rotan y el tiempo no se detiene, pesan los pasos en los pies despojados de esperanzas, que van dejando marcas en la arena de nuestros días más recónditos. Algunos arrastrados, otros que parecen dormidos, todos propios, leyendas de asuntos del olvido.

Las grietas en los talones no revelan la carga que llevamos cuesta arriba, ni las mejillas muestran las lágrimas salpicadas de castigos, el dolor deja vestigios en las nubes del cielo de nuestras vivencias, pero ya nadie sabe leer las almas, las grietas se han convertido en abecedario de lenguas perdidas.

Las oraciones conjugadas en nuestras caras, trazadas con frases escritas por cinceles calientes de miradas que califican y pretéritos que nadie olvida, casi pluscuamperfectos. Inútiles para las huellas en los senderos de nuestros recuerdos.

Las cicatrices en las espaldas relatan las historias del látigo que jamás perdona, pero, ¿cómo se miden los azotes emocionales dados por los puños de quienes empoderamos para ayudarnos a llevar la carga? Los espinazos espirituales de nuestra gente son mapas más complejos que los de Vespucio, con más carreteras, construidas en sangre, que las cimentadas por los romanos en piedra.

Podríamos escribir enciclopedias y no raspamos la superficie de lo vivido en estas tierras. Los estados son unidos en los lomos de las minorías. El látigo no descansa y al verdugo americano cada día le crecen músculos diseñados para el castigo. Su esteroide escondido en las urnas electorales, nosotros creyendo que tenemos voces en el teatro de los perdidos. No llegamos a pantomimas.

Los pies no dejan huellas en las rocas y las que dejan en la arena desaparecen con una ola, ¿qué sabe el mar de los pies que arrastraron el alma en sus costas? Los prejuicios dejan marcas profundas, y esas nunca se borran.

Somos mazamorra en los pies podridos de supuestos gigantes, como baterías perdidas en el hielo de algún témpano, dormidos, pero a punto de despertar. Me pregunto, ¿qué contaminación ambiental derretirá las capas que no nos dejan prosperar?

Soy esclavo de mi cultura, por desconocerla, soy víctima de mis castigos autoinducidos, por ser ignorante...pero eso no será por toda la vida; cada paso que doy, cada libro que flota sigilosamente de derecha a izquierda en mis manos, cada palabra que tengo que buscar en el mataburros, ¡mata más al burro!, cada historia que se construye en mi memoria, como piezas de un rompecabezas que nadie quiere que vea, hace que mis pasos sean más firmes, y un día, algún día, mi ameba abrirá los ojos y mis huellas, hoy ligeras, crearan cuencas en la llama de mi entorno y mis pies me llevarán más lejos.

Los pasos dados pesan, pero no importa, soporto, yo quiero...

Cuento de Año Nuevo: La Enramada

Juan Fernández (c) 2018


El reto para el 2017 fue terminar la enramada, antes de cerrar el año. El domingo 31 a las cinco de la mañana, los tres hermanos Fernández-García llegaron antes que todos al lugar de la construcción, prepararon un té de jengibre y pusieron en la mesa del desayuno galletas, pan de agua y quesos. Faltaba ponerle las canas a la enramada y en 19 horas empezaba el 2018, pero "no sin cumplir con la meta", este era el mantra de vida de los tres hermanos, herencia de su madre.

Unos minutos después de las seis de la mañana llegaron los demás. La decisión más difícil para el pueblo había sido si construían la enramada abierta, o si se hacía como quería el viejo alcalde, cerrada. Entre una cosa y la otra, la enramada había que terminarla, sin importar una forma o la otra. La meta era unir la familia, la enramada era el método.

Los vecinos de los otros campos del municipio de Cutupú habían colaborado con donaciones de canas, Pueblo Viejo planificó hacer la enramada típica más grande del Cibao, y posiblemente de todo el país. Uno de los Costes había investigado que los taínos del área, los Macorix, creaban grandes enramadas, para sus encuentros, en una de ellas, construida en Jaragua, Ovando mató la mayor parte de los taínos en 1503 y trató de quemar a Anacaona y Guarocuya. Ésta, habían jurado, sería diferente, una llena de vida. Más areítos, menos conflictos, decía Juan, uno de los tres hermanos.

Las enramadas eran parte de la cultura dominicana y se estaban perdiendo, pero Pueblo Viejo decidió que la cultura tenía que ser preservada a toda costa. Una generación bella de jóvenes necesitaban sus raíces y entre música y baile, algo se podía rescatar.

Alrededor de las dos de la tarde la mayor parte de la redonda construcción estaba cubierta. El primo Alberto estaba sentado en el caballete cuando se resbaló y casi se mata, una soga que se amarró a la cintura le salvó la vida. Terminar el año con una tragedia arruinaría los planes de terminar el año en celebración. 

Al acostarse el sol estaban sellando el cono del centro de la enramada, fue cuando cayeron las primera gotas de lluvia, a las diez ya era torrencial. Más de cien personas habían llegado, muchos decían que el aguacero era una bendición, otros una maldición, decían que la lluvia arruinaría la despecida del año, y que eso quería decir que enero sería un mes difícil, de frío y mucha agua.

Los tres hermanos, Paola, Fathima y Juan estaban sentados a un lado, debajo de un letrero que habían mandado a hacer en honor de su madre, esta era la primera Navidad y celebración de Año Nuevo sin ella, pero el espíritu de Annie Caro vivía en ellos y aunque recidían en el exterior, vinieron a honrar el deseo de su madre de tener un lugar de celebración para toda la familia.

A la once, la enramada estaba llena de poste a poste, vinieron visitantes desde Arenoso hasta Río Verde, primos viajaron de la Capital, Santiago y hasta dos tías, Francia y Sofía, de los García de la Chiva, en Licey, llegaron a ignagurar la enramada. Como traida con uno de los truenos escucharon la voz firme de la prima Jacqueline;

- Pero bueno, ¿y cuál es el velorio? - dijo con la energía que le caracterizaba, - Juan, levante el moco y venga a conectar el picó que esta noche bautizamos esto con un perico ripiao.

La falda se le había mojado casi completa a la prima Jacqueline Guilamo, y el mediofondo se le veía un poco enlodado, las guaimamas estaban sucias, al punto de que parecían casi botas, pero nada detendría el animo de esta guerrera. Los vecinos se despabilaron casi instantáneamente, alguien buscó una extensión eléctrica y el primo Felix ayudó a limpiar los mojados discos. McCoy, un cocolo que sie.pre cerraba el año con su amigo Juan, escogió el repertorio.

- Señor McCoy, excuse, ¿Que es ese plato plástico negro redondo que usted mira? - preguntó Pamela, una de las jóvenes más bellas de todo Cutupú. No, ¡la más bella!

- Mi hermosa damita, esto es un LP, son los CDs de nuestros tiempos, estan hechos de vinil, se rompen fácil, pero fueron una bendición para nosotros, - respondió el galán cocolo.

- ¿Y esa maletita negra que están conectando a la electricidad,  para que sirve? - preguntó la joven señalando al picó, nunca había visto algo similar. 

- Ese es el iPod de nuestros tiempo, - respondió McCoy con una leve sonrisa, - ya verás en unos minutos, trabaja muy bien.

Los dos se sentaron en silencio, McCoy movía una pierna, al ritmo merengues de Fernandito y Sergio Vargas, mientras Juan y Jacqueline arreglaban todo en una mesita improvisada para el picó y las primas limpiaban el piso para el baile.

A las 11:55pm se escuchó el arrastrado sonido de la aguja del picó rodando sobre un LP 33 de Johnny Ventura y una canción de navidad, los jóvenes estaban sorprendidos, no lo podían creer, la música salía de esta contracción análoga y el sonido, aunque anticuado, era suave y rítmico, la voz del Caballo llenó cada rincón de la enramada. La joven Pamela radiaba de hermosura y el viejo cocolo, aún sintiéndose lleno de vida, la invitó a bailar, ella, con la sonrisa más bella del mundo, le aceptó la invitación. Tres generaciones de amigos, familiares y vecinos llenaron la pista y entre risas, tambora y guira despidieron el 2017.

A las doce, sonó el trabucaso, aún parte de la tradición del pueblo, los tres hermanos se pararon en el centro de la enramada, la lluvia había parado y las estrellas llenaban la noche.

- Iniciamos el 2018, levanten lo que esten tomando y brindemos por la vida, -dijo Juan abrazando a sus hermanas, - el 2017 nos pateo las nalgas, vimos morir tantos seres amados; nuestra madre, nuestro amado Freddy Jorge, al querido Rafael Arias, a Darío Cruz, y hace unos días a la madre de nuestro amigo Gregorio Morrobel, Doña María, en la capital, por ellos pido un minuto de silencio y un  aplauso....

Todos meditaban en voz baja, en un minuto Juan continuó diciendo:

- ‎El 2018 será un año de pruebas, tendremos que unir este pueblo, a todos, sin importar la familia, las divisiones, a estas alturas, son absurdas, tenemos problemas más grandes que nosotros y debemos resolverlos, ¡ya! No lo haremos sólos, cada uno debe hacer su parte, pero debe hacerlo lo antes posible para asegurar resultados. Le deseamos a todos paz y amor, el resto estoy seguro que juntos lo conseguiremos. 

¡Feliz Año Nuevo!

McCoy y Jacqueline se dieron un fraternal abrazo, mientras los tres hermanos se despedían desde el centro de la enramada, el viaje de regreso a Nueva York era en unas horas y el trabajo era más grande en el exterior que en ningún otro sitio.

El 2018 será nuestro año. ¡Felicidades!