Amir entró despacio al funeral de su mejor amigo, Josh, el hijo único de dos granjeros del centro de los Estados Unidos, orgullosos republicanos; el padre, un veterano de la guerra del golfo, de unos 195 cm de estatura, y una mandíbula que podía usarse para trazar líneas; la madre, llena de pecas, con sus ojos tan azules que parecían de contacto. Sus 100 kilos estaban distribuidos a la perfección entre su enorme espalda, sus piernas, que parecían columnas, y unos brazos de luchadora olímpica.
Amir entró nervioso al amplio salón, sus pasos hacían eco en cada rincón, el silencio se podía cortar con una navaja. Notó que era la única persona de color entre más de 150 llorosos amigos y familiares. Entre los uniformados pudo ver al padre de Josh, estaba de pie, al lado izquierdo del ataúd de su hijo, la madre consolaba a las dos hermanas que lloraban sin parar.
Josh había muerto en un atentado terrorista en las calles de Nueva York, y en su último respiro le pidió que llamara a sus padres. Amir Al Hadin, había llegado del medio oriente a terminar su doctorado en bioquímica en la Universidad de Columbia, donde conoció a Josh.
Cuando pasó la primera fila de asientos, Amir redujo el paso, no sabía qué hacer, no sabía que decir, no quería estar allí, pero no tenía opción. Al verlo, el padre de Josh respiró profundo, se ajustó el arma y el cinturón, estaba tan erguido que Amir pensó que había crecido por lo menos 6 pulgadas. Cada pequeño paso que tomó hacia el ataúd fue correspondido por uno del padre, Amir vio hacia atrás y todos los militares estaban de pie, su sangre le corría fría en las venas, su turbante le calentaba la cabeza, pero no valía de nada, y su túnica blanca no servía de mucho.
Cuando se encontraron en el centro, a unos diez pies del féretro, Amir estaba frente al padre de Josh, pensó en la historia de David y Goliat, pero estaba seguro que la historia terminaría distinta. La madre tomó el primer paso, Amir sintió cuando el corazón se le detuvo...Gracias Alá por los días que me regalaste, pensó...cerró sus ojos y su alma se llenó de paz cuando sintió el cálido abrazo de ella, y la enorme mano del padre en su hombro le cubría media espalda. Las dos niñas lo abrazaban por la cintura y muchos de los familiares afirmaban mientras lloraban.
- Amir, gracias a ti Josh se fue de este mundo un hombre feliz. - dijo la madre. Fue cuando notó la bandera de arcoíris sobre su amado y entendió por qué Josh fue un hombre tan especial.