Conociendo Mi Sangre

Conociendo Mi Sangre
Juan Fernández © 2021
 
Puedo escuchar los tambores templados escondidos en caderas de una afrocaribeña que camina por las aceras del malecón, bañado por las aguas cálidas del Caribe, quemada, a gusto, por un dulce astro sol.
 
Respiro las güiras de las sonrisas de jóvenes que tratan de volar en los cielos de miradas de muchachas con ojos angelicales que están comiendo empanadas en el parque Colón.
 
Toma café negro sin azúcar, en el Conde, un acordeón de manos escurridizas que buscan tocar las redondas bellas nalgas de un saxofón que va recitando versos coloniales a una trompeta que le pide un beso a un joven poeta barrial.
 
Un merengue me recuerda que mis raíces son bachatas lentas y rápidos pericos ripiao, cuando me detengo en la Duarte con Paris a comprar un radio viejo para oír música de mi país.
 
Notas blancas y negras solfean en mi sangre y bailan en mi corazón subiendo La Católica sin importar las horas que tarde en un tapón. Dos banderas se ríen, yo me muerdo los labios, pienso en los miles de sueños de mis padres que hoy, por fin, entiendo viven felices en mi corazón.
 
Por eso estoy aquí, respirando el polen de mi gente, buscando lo que se me ha perdido...Yo.

¡Yo soy de aquí!

Otra Navidad Sin Los Míos

Juan Fernández

Cada Navidad los dominicanos hacemos, cada vez, un acto de brujería; sacamos el alma del cuerpo, cerramos los ojos y volamos. Nos llenamos de la alegría que nos pintan en el corazón nuestros seres queridos, mientras nos llaman con merengues nuevos y bachatas, preñados de algarabía, lloramos en el silencio del frío. Bailamos con el cuerpo vacío y nos reímos cuando queremos llorar. 

En nuestros trabajos somos sonámbulos en un mundo de muertos, sabemos que allá, en nuestro pedacito de cielo, somos reinas y reyes, mientras que en el mundo de los piñones y las cadenas somos naborias pisoteados en polvo del jardín de nuestros sueños. Una lágrima por un dólar, un azote en la espalda en cada envío. Nos empacamos en las cajas repletas de ropas y comida. Mañana, otra vez, repetimos.

Echan alas las esperanzas de dos millones de almas perdidas, que cada Navidad conjuran la magia de sus ancestros taínos, bailando en apartamentos, armando fiestas y areitos, mientras se desarman sus vidas. No se escucha el arrastrar de cadenas en la nieve de otros climas. Se nos esconden los dolores detrás de las sonrisas. Fingimos.

Otra Navidad en este frío y mi alma busca el calor que no ofrecen los abrigos, los encantos ya no me trabajan, la siguiente me voy desde que empiece el invierno y retornaré cuando me llame la primavera y las cotorras se me mezclen con las águilas y mi corazón vuelva a volar y mis pies me exijan un perico ripiao y un puerquito. Como los quiero ahora tan lejos de los míos.

El Llanto de los Libros

Juan Fernández

Al entrar al cuarto, José podía escuchar los gemidos de cientos de libros en la biblioteca privada del vecino del primer piso del edificio donde vivía, era “un sabio” que, por auto adulación, inconciencia o pretensión, se deleitaba de su colección majestuosa de epítomes. Algunos de ellos, los más románticos, creados para ser consumidos por almas sentimentales, soñaban de pasar de mano en mano entre jóvenes enamorados, entres sus hojas alguna rosa, o una servilleta marcada por un bello. Sus lágrimas de estos parecían golondrinas. Sus sueños corrían asustados a esconderse. José apreciaba cada detalle como si fuera un cuento.

Otros, los más curiosos de los tomos, llenos de vidas, con hojas satinadas y pergamino empastados, no paraban de toser. José podía ver como el polvo los mordía, como una manada de pirañas. Los curiosos ni se movían, morían lentamente carcomidos en silencio. El sonido de los afilados dientes del tiempo parecía como rayones de tiza en las pizarras verdes. ¡Y pensar que al autor le profetizó que servirían para algo, que despertarían la gnosis de sus lectores!

Los “mataburros” se sentían ofendidos, como podían cumplir con su cometido de ayudar a liberar alguna mente cuadrúpeda y asistir en convertirla en bípeda, si tenían años postrados en el estante de este asno inconsciente, asesino, quien una vez pretendió ser amigo. “Ven niño, acércate”, le decían, parecían hablar como coro de iglesia, llenos de murmullos. José Miguel no se atrevía, la mirada del sabio lo contenía. 

Los más rebeldes,  con sus portadas negras y doradas, con sus cintos rojos en la frente de sus hojas sin usar, gritaban a unisón que preferían ser quemados. José, a sus doce años, no entendía, su cabecita daba vueltas, decían que por lo menos así inspirarían una chispa de rebelión en algún hombre, o aunque fuera pena en futuras generaciones. Por lo menos así de algo servían.

Los clásicos sólo guardaban silencio y lloraban. En la portada del Quijote se podía ver a Sancho sentado en una piedra junto al rio, cabizbajo; “¿Y cómo vamos luchar contra este? ¿Le podemos tirar letras?”, preguntaba. El espíritu de Cervantes sólo tiene vida mientras las hojas de su libro pasaban lentamente de derecha a izquierda. José levantó la mano para tomarlo…Quijote rápidamente se subió al caballo; Rocinante, con el pecho erguido levantó un pata y los molinos pararon de sollozar, pero el dedo esquelético del tirano se lo impide.

Los pasquines, con su alto creer sensacionalistas, murmuraban a su amo, dictador, decían en voz baja.

Sus amigos en la imprenta les habían dicho que estarían postrados, o en alguna pared pública, o podían llegar a ser portada de algún periódico efectista. Ellos también preferían ser quemados. O mejor, usados en alguna letrina de un campamento militar en medio de una guerrilla. José se alejó de ellos por instito.

Al llegar a tramo del centro José se detuvo, notó un sigilo abrumador, Don Vacío parecía, allí sentado en su sillón de piel, con un cigarro cubano en la boca, que podía dilapidar sus propios excrementos. José, con sus manitas en la cabeza, viendo los libros como si fueran un muro decorativo, pensó, hoy me llevo uno. Miró a su izquierda, al fondo, el opresor,  miró a la derecha, la ventana entreabierta, y pensó que era solo un piso, aunque se podía romper una pierna. Juntó sus manitas, gorditas, como copos de algodón, y las apretó en señal decisiva.

Todos en silencio regresaron a sus portadas; Dante y Virgilio al otro infierno de la comedia; Ali Baba y Aladino, quien arrastraba la lámpara, oraban en silencio, a un dios lejano, rezaba para que después de tantos años, este valiente jovencito extraño liberara a uno de ellos, ya empezaba a entender mejor el encierro del genio. A ninguno le importaba cual, pero que se llevara uno. José seguía caminando entre los libros con sus dedos.

- No, ese no,  aun no estás listo para Márquez y sus años de soledad. – Dijo Don Vacío sin levantar la cabeza.

Jose desplazó lentamente el libro de regreso a su lugar y respiró profundamente. Deslizó sus deditos por el lomo del libro, como diciéndole “lo siento”, y pudo escuchar casi todo el pueblo de Macondo respirar con él.

- Don Vacío, por favor pare, que ya me duelen los oídos. – Don Vacío se puso de pies, José era autista y aunque podía hablar, nunca lo hacía. Aunque no entendía lo del dolor de los oídos no importaba. ¡José habló!

- ¿Amigo José, qué…quiere…hacer? – Dijo como si estuviera hablando con un extraterrestre, ambos pensaban que lo era.

- Leer, pero usted no tiene libros. – José, mientras evitaba los ojos de Don Vacío le frotaba lentamente la mejilla izquierda y le movía la cabeza hacia los libros para que mirara. – Estos son de mentiras.

El silencio en la biblioteca se podía cortar con un cuchillo, las flores en el jarrón de la esquina se marchitaron y una nube gris opacó el rayo de sol que entraba por la ventana. En Troya se podía escuchar el sonido de las espadas al caer al suelo y se podía ver una lágrima en los ojos de Moby-Dick mientras flotaba a estribor del Pequod, Daggoo soltó el arpón y lloró junto a su amigo.

Borges, Cervantes y Neruda se agarraron de las manos, mientras en el otro lado del cuarto Dickens, Orwell y Proust llamaban a Kafka y Hemingway a orar con ellos. Todos esperaban la respuesta de Don Vacío.

- José, perdóname, no lo entendí así, - lentamente se llevó una mano a la boca, por vergüenza - como lector he creado un mundo donde me siento tranquilo, un poco de soledad, un buen libro y mis cigarros, cada uno de estos libros una vez fue el mejor de mis amigos, y me aterroriza lo que pueda hacerle algún joven o que usen uno de mis tomos para apoyar alguna vitrina o como pata de algún sofá torcido.

- Pero podrían, quizás, si usted quiere, ser leídos…aquí no. – Fueron las últimas palabras que escuchó Don Vacío decir al niño, salió de la biblioteca y nunca más habló.

A partir de aquel día, cada tres días exactamente, a las 4:20pm cuando José regresa de la escuela, Don Vacío lo espera en la puerta de su amada biblioteca con un libro en un sobre marcado “Para Leer”. Sin dejar de gemir, ni sacudir sus manos, José le regresa un libro como si le devolviera la vida. Algunas raras veces Don Vacío puede ver la mirada inquisitiva del niño y en las pupilas puede ver el nacimiento de un universo.

La Noche Que Mataron al Maco

Juan Fernández 

Corría igual de frío aquel diciembre, como corren usualmente los diciembres en Constanza, en esos días mataron al Maco, un delincuente muy amado en El Cercado. Subí a hacerle compañía a la viuda, mi ex compañera de estudios. Como fui en motocicleta, acordé con unos amigos; Romualdo y Plutarca, dormir en su casa y retornar a mi campo de Pueblo Viejo, en el valle, a la mañana del día siguiente.

La policía estaba muy activa en toda la montaña, algunos decían que el asesino andaba escondido cerca del barrio de Los Peynado y anticipaban que llegara a ultimar a la viuda también. La única vez que vi tantos policías fue cuando Ramfis Trujillo se cortó la pierna y lo llevaron a mi campo a ser tratado por mi abuelo. Quien era el único doctor en la provincia. Fue a unos días del cierre del 1947. Aunque era un niño recuerdo todo el aparataje como si hubiese sido ayer.

- Altagracia, si deseas me puedo quedar contigo, - le propuse queriendo aparentar más valiente de lo que era.

- No mi hermano, no es necesario, vamos a amanecer contando historias, cuentos y comiendo chivo, si usted se va, se lo pierde.

- Me quedaré unas horas, pero solo porque me presionas.

Ambos reímos a carcajadas, la madre del Maco nos fulminó con la mirada, salimos, aun riendo, al patio, allí, bajo la oscuridad de los matorrales, pude ver una sombra, parecía la de un hombre, pero al moverse nos dimos cuenta que era un becerro que estaba comiendo de las verduras que habían en los canteros del patio. Entonces fue que nos reímos de verdad. Teníamos los nervios de puntas.

- Francisco, ¿recuerdas a Dominga, la joven voluptuosa que conocimos en el bachillerato?

- Claro hermana, recuerdo que todos queríamos estar con ella, era una dama cuando nosotros aún éramos muchachos mocosos.

- Creo que era amante del Maco, pero ella era esposa de un tipo del Bronx, por eso lo mataron.

- No pierdas tu sueño con esos pensamientos. Vamos a entrar, la gente se está alborotando. - dije mientras la ayudé a subir los peldaños para entrar a la cocina.

Desde la sala pude percatarme que en el frente de la casa se habían detenido unas motocicletas, cada una con dos pasajeros, los vecinos, amigos y socios del Maco salieron a ver lo que querían los nuevos visitantes. Todos armados, por unos minutos sentí que era una película del viejo oeste, uno de los viejos que estaba en una silla de Guano, bajo una mata de mango, se me pareció a John Wayne en la Película Río Grande. Jugaba con una colilla de cigarrillo mientras silbaba. En sus viejas botas pude ver hoyos del uso y el abuso al calzado. Su ropa no estaba sucia, pero maltratada, en su cadera llevaba un Colt 45. En su cabeza un sombrero pulcramente blanco. Mientras todos se alborotaban Don José mantuvo la calma. En sus canas podía ver su experiencia y en sus arrugas pude ver que no todas fueron buenas.

A las 3 am, solo quedaban en la casa algunos amigos cercanos. La madre del Maco estaba durmiendo en una mecedora, roncaba muy fuerte. Yo también. Algunos niños corrían hiperactivos, creo que por el exceso de refrescos.

El disparo de la pistola del asesino nos despertó instantáneamente, cuando terminé de ver si todos estaban bien, el trabucazo del revolver del John Wayne dominicano, retumbó toda la casucha, como si fuera un cañón. ¡Nunca había visto tanta sangre! El pistolero había entrado sigilosamente a la sala, en su intento fallido no se percató que los vecinos estaban esperándolo, fingían estar dormidos, uno de ellos más que los demás.

Vi cuando se llevaron a "John Wayne" en la patrulla policíaca, llevaba su frente en alto. Sabía que había salvado una vida. Encendí mi destartalada Honda y bajo el frío de ese diciembre me despedí de mi amiga y me fui al cuartel a declarar a favor del anciano héroe.

Me tomó horas bajar la montaña, cada curva parecía agarrarme diciéndome que no me fuera. Cuando llegué a mi campo ya había salido el sol, me quedé sentado en la cocina tomando café y riendo en la paz de mi campo silente.

¡Pobre Maco!

Las Historias Que No Te Contaron: Caonabo








Las nuevas tierras de Ayití, traían nuevas esperanzas para el grupo de Kalinagos del joven Caonabo, el área de Maguana, parecía desolada y fértil para la caza. Su grupo fue recorriendo las islas, brincando de una en una, hasta llegar a la inmensa isla de Ayití.

En las mañanas, después de entrenar a los jóvenes en el uso de la macana, se iban corriendo hasta el gran lago para un rico baño en sus aguas salitres, bajo el asecho de los caimanes, fue por esta razón que una joven taína los sorprendió como si fueran novatos guerreros.

Nunca sus ojos habían visto tanta belleza, ni tanta nobleza, ni unos ojos tan curiosos e inmensos.

- Soy Anacaona, princesa de estas tierras del Jaragua. - dijo la diosa taína.

Todos la vieron sin entender una palabra.

- No entienden tu lengua, soy Caonabo, cacique de los Kalinagos, hemos venido de lejos varias lunas atrás.

Ella continuó acercándose, a Caonabo le temblaban las manos, quería acercarse a ella, pero no conocía las costumbres de las mujeres taínas, y esta niña la quería para él por largo tiempo.

Mientras conversaban, el joven guerrero pudo divisar varios hombres acercándose a ellos, uno era obviamente un cacique, el otro, más joven, quizás su hijo, era un guerrero, con un cuerpo forjado en la lucha, fuerte.

Hablaron por largo rato y Caonabo le pidió llevarse a la joven Anacaona, para su sorpresa, si era una princesa, la hermana del cacique, pero ella aceptó irse con ellos. Caonabo sintió un gran alivio de escuchar la respuesta de la joven princesa taína, para los kalinagos las mujeres no tenían ese tipo de libertad, era obvio que tenía mucho que aprender para compartir su vida con ella. 

La noche que nació su hija Higuemota, el cacique Hatuey les contó de rumores de seres extraños en las islas del norte, sus espías en el cacicazgo de Marien decían que eran nuevos dioses que llegaban por el mar, con cuerpos de metal y bestias de otro mundo, que hablan en lenguas extrañas y que pueden plasmar los sonidos en lienzos. Caonabo quería verlos con sus propios ojos, creía en los dioses, los suyos y respetaba todos los dioses de los demás, pero ningún ser que respire y sangre puede auto proclamarse un dios, y para Caonabo, si sangra, muere y si muere, no es un dios.

Cuando llegaron los invasores, su Anacaona fue la primera en identificar que eran hombres, poco civilizados, tenían costumbres salvages, comían como bestias y su hábitos higiénicos tenían mucho que desear, se bañaban poco y los taínos solían bañarse dos o tres veces al día.

Matarlos en el fuerte que llamaban Navidad fue la primera vez que Caonabo disfrutó matar otro hombre, había matado a muchos, pero nunca por gusto, verlos morir fue muy cruel, pero necesario.

Cuando llegó a Jaragua su esposa se bañaba con las niñas en el arroyo, cantaban, producían música golpeando el agua y sus manos, algunas lloraban, Anacaona reía, pero él podía ver las lágrimas en sus ojos.

Del otro lado del arroyo, Magiocatex hacia lo mismo, lloraba, trataba de reír, pero en su cara de dolor solo se podía ver la pena. Anacaona lloraba, pero cantaba por las víctimas. 

Cuando Don Cristóbal regresó con muchos soldados y animales salvajes, perros, cerdos, y otras plagas, Caonabo recordó su promesa, pero el malvado de Guacanagarix no había terminado su trabajo y antes de que Caonado y Magiocatex llegaran al nuevo puesto que ocuparon, ya los invasores estaban esperándolo.

- No podéis matarlo, es un cacique, tenemos que juzgarlo en España, este salvaje mató 39 ciudadanos del reino, - dijo Colón a los que atraparon a Caonabo.

- Debemos matarlo lo antes posible, esta creando revueltas con los dóciles, con solo verlo se asustan, - respondió el soldado.

- Mételo en el barco, ¿Qué dice el salvaje? - Preguntó el Botikaku, Colón 

Caonabo oraba a sus dioses, y los dioses de su esposa, entre dientes de podía distinguir una palabra que repetía como una maldición, "Jurakan, Jurakan, Jurakan". De sus ojos salía fuego, en vez de lágrimas, pensaba en su Anacaona e Higüemota, sabía que si lo llevaban al infierno de donde se originaban estos salvajes era hombre muerto.

- Jurakan, abraza mis deseos y llévame contigo, no me dejes llegar a donde me quieren llevar, soy tu hijo, no de ellos, - pidió Caonabo, mientras lo esposaban al fondo del barco donde lo llevarían al viejo mundo.

Allí, con sus manos atadas a grilletes, Caonabo empezó a llorar, sus oraciones  estaban siendo escuchadas, el dios Jurakan soplaba sus fuertes vientos. Los españoles que acompañaban al cacique podían escuchar sus plegarias y sus fuertes gritos, como los de un animal feroz.

- Baja a soltar al salvaje de los grilletes, - instruyó el capitán a unos de los soldados, - vamos a morir en esta tempestad.

- Lo siento, pero creo que hay algo más en el fondo de este barco, - respondió asustado el soldado.

Entre los gritos y los fuertes vientos el barco fue destrozado, muchos decían que Caonabo murió de tristeza, que lloraba sin parar y que en sus rezos evocaban a sus dioses.

- Gracias Jurakan por darme la muerte en tus brazos. - dijo Caonabo mientras se ahogaba atrapado en el vientre de la bestia de madera. 

Vio la sonrisa de su amada Anacaona, sonrió y murió.

Las Historias Que No Te Contaron: Anacaona





Basado en la leyenda de la heroína de Haití y República Dominicana


Todos los días, al caer la tarde, Magiocatex tenía que buscar a su tía en las costas del lago Jaragua, aunque ya tenía catorce años y era una pequeña guerrera, Bohechio temía que fuera raptada por los guerreros Kalinagos que se habían asentado en Maguana.

En Jaragua se oían rumores de un joven guerrero de los Kalinagos, decían que era el más valiente de los de esa tribu. Anacaona quería conocerlos, pensaba que podían traer nuevo conocimiento y que juntos, los Taínos y los Kalinagos podían crecer y aprender.

Esa tarde el lago parecía un manto de ceda, al otro lado se podían ver personas, bañándose y riendo, Anacona se fue acercando lentamente, el ruido y las carcajadas les parecían de personas jóvenes y la energía la hipnotizaba. 

Cuando estaba a unos 50 pasos de ellos, uno la divisó, levantó una lanza y Anacaona sacó dos cuchillos que llevaba en su espalda. Agachada como una fiera estaba lista para atacar.

Del agua salió un joven alto, esbelto, musculoso, los demás hicieron silencio, su cuerpo desnudo parecía hecho de piedra, Anacaona se puso de pie, y se acercó, tomó una flor silvestre y continuó caminando despacio. Cuando estaba a poco pies dijo;

- Soy Anacaona, princesa de estas tierras del Jaragua. - dijo como si estuviera anuncíandose en una corte.

Todos la vieron acercándose más a ella, de repente habló el joven de piedra.

- No entienden tu lengua, soy Caonabo, cacique de los Kalinagos, hemos venido de lejos varias lunas atrás. De otras islas, tomando y dejando.

Intercambiaron preguntas, en un momento hasta intercambiaron sonrisas, fue cuando llegaron su hermano y sobrino, Bohechio y Magiocatex, lanzas y macanas en mano. Magiocatex no era tan alto como Caonabo, pero si más fuerte y Bohechio era el cacique de Jaragua y su presencia demandaba respeto.

Caonabo le indicó a los Kalinagos que bajaran las armas y se acercó a Bohechio. Sus músculos se tensaban con cada paso, en sus fuertes manos llevaba una macana dos veces más grande que la común entre los taínos.

- Cacique, mis respetos, mi pueblo y yo, estamos aquí en son de paz. Le pedimos nos deje llevar a Anacaona con nosotros. - dijo Caonabo con su frente en alto.

- Joven Kalinago, su gente es bienvenida a nuestra tierra, somos gente de paz. Lamentablemente, para usted, nosotros no hablamos por nuestras mujeres. Anacaona es mi hermana, no mi hija. - Bohechio movió sus ojos hacia la joven, sin mover la cabeza.

- Hermano, me iré con Caonabo, aprenderé sus costumbres, les enseñaré las nuestras. Regresaré a Jaragua para coordinar los areitos en las fiestas. - dijo Anacaona.

Fue caminando lentamente hasta el lado derecho del joven guerrero, y ambos cacique toparon sus frentes en señal de respeto y hermandad. Los miembros de las dos tribus vociferaban en júbilo. Esa noche armaron un areito con música, bebidas, cánticos y poesias.

Por cuatro años Anacaona viajó de Maguana a Jaragua a ver su familia, todos esperaban que naciera su criatura, ella sabía que era niña, lo sentía en su corazón, pero Bohechio oraba a los dioses para que naciera niño, su sucesor. Para los taínos el linaje real llegaba por las hembras de la familia, luego por los hermanos hombres y por último los hijos propios del cacique.

Caonabo, Bohechio y Magiocatex eran como tres hermanos, Anacaona había unificado los dos cacicazgos con sus cantos y amor, Caonabo los protegía de los demás caciques, Magiocatex se había convertido en su general más valiente. Los encuentros en el lago, cada año, eran legendarios.

El frío normal del Bahoruco se sentía deslizarse por la cordillera, andaba sobre las aguas sin frenos, a lo lejos uno de los Kalinagos sonó un fotuto, dos largos, dos cortos, Caonabo se puso de pie y con él todos los de su tribu.

- Alguien se acerca, viene rápido - dijo Anacaona.  Bohechio dio una señal y cientos de Tainos y Kalinagos penetraron los montes, fechas, arcos y macanas en mano.

A los pocos minutos los Taínos se acercaban riendo con un enorme guerrero, Caonabo se quedó de pie junto a Bohechio para esperarlo, era el cacique Hatuey, el único Taíno al que Caonabo respetaba como guerrero. Se sentaron cerca del fuego y Hatuey empezó a hablar;

- Algo no está bien en las islas del norte, escucho rumores de seres extraños. Guacanagarix dice que en sus sueños ve nuevos dioses llegar por el mar.

- ¿Nuevos dioses? - dijo Caonabo, tratando de entender.

- Esperemos que los sueños de Guacanagarix sean, como siempre, solo supersticiones. - dijo Bohechio.

Todos se sentaron más cerca del fuego, fue cuando escucharon el primer grito de Anacaona, varias mujeres de los Taínos se fueron con ella y una horas más tarde el grito saludable de una bella niña llenó la noche. Anacaona y Caonabo la llamaron Higüemota.

La paz reinó en Maguana y Jaragua por poco tiempo. Los rumores de Hatuey se hicieron realidad y los sueños de Guacanagarix se convirtieron en pesadillas para los Taínos y Kalinagos de la tierras de Ayití.

Llegado el invierno, los colonizadores también llegaron, con ellos, enfermedades, muerte, abusos, violaciones y lo peor, crueldad, como los habitantes de estas islas ni se podían imaginar.

Anacaona, a su corta edad, nunca pudo imaginarse tanto dolor, al llegar los colonizadores, pensó que ellos traerían nuevas tecnologías a su pueblo, pero ellos no conocían la paz, ni respetaban la naturaleza, ni la inocencia.

Una tarde, cuando el Señor Cristóbal, Botikaku, como lo llamaban en Marien, se había retornado al infierno de donde llegó, Anacaona se acercó al bohío que habían ellos construido, La Navidad. Detrás de la gran muralla escuchó gritos de niñas, pensó en su Higuemota, al ver lo que pasaba dentro del lugar, cerró sus ojos y retornó corriendo a Jaragua.

- Bohechio, necesito que mandes a buscar a Magiocatex y Caonabo, ¡esto acaba hoy! - se le podía ver el fuego en los ojos a la joven taína. No paraba de caminar, el bohío se le hacía pequeño, no dejaba de pensar en las caritas de las niñas dentro de La Navidad, los ojos llenos de maldad de los colonizadores.

- Son 39 monstruos, no dejes uno vivo. - Anacaona no había terminado de hablar cuando Caonabo salió por la ventana, el fuego de los ojos de su reina ahora era suyo.

Cuando Caonabo paró de correr solo Magiocatex estaba a su lado, los demás estaban a muchos metros detrás;

- Los esperaremos frente al fuerte, - dijo Magiocatex.

- No dejaremos uno vivo, nunca he visto a Anacaona tan furiosa, están matando nuestros jóvenes y violando nuestras niñas. - respondió Caonabo.

Una lágrima le salió de sus ojos, que ahora estaba rojos de una rabia animal. Agarró las manos de su hermano, y cerró los ojos, Magiocatex entendió perfectamente, ¡hoy era una buen día para morir!

Caonabo confirmó que eran 39 soldados. Lo que Anacaona había descrito era menos de lo que los dos guerreros pudieron observar. Caonabo no quiso esperar más. Vio fijamente a su amigo y saltó del árbol al patio de La Navidad. Magiocatex nunca había visto nada similar, Caonabo parecía  convertirse un animsl feroz, el primer colonizador en conocer la macana no pudo ni moverse, Caonabo le pegó tan fuerte que la cabeza pareció enterrarse en su cuello, cuando cayó al suelo su ojos eran dos coágulos de sangre.

Magiocatex tomó la espada de aquel colonizador y cortó las piernas del siguiente, Caonabo terminó el trabajo con su macana, los dientes quedaron clavados en los troncos de las paredes de La Navidad. Los dos guerreros parecían uno, el caos dominó el ambiente, gritaban, lloraban, la orden de Caonabo a sus guerreros fue sacar a las niñas, Anacaona los esperaba en las afueras del fuerte.

Cuando terminó la matanza, Caonabo se sentó a llorar, el silencio solo era interrumpido por el llanto de las niñas. Caonabo quemó el fuerte y los cadáveres de los 39 malditos colonizadores, le juró a su amada reina, Anacaona que si regresaban más, igual les mataría.

Anacaona caminó lentamente entre Marien y Jaragua, sus lágrimas apagaban el fuego de su ira y calmaba su alma. El maldito colonizador regresó con más hombres, con perros feroces, con más armas. Su Caonabo juró que si retornaban los mataría, pero fue engañado por Guacanagarix y atrapado.

Don Cristóbal lo envió a España y en camino murió tragado por el dios Juracan...pero esa es otra historia que no te contaron.

El Crecer de los Framboyanes

jbfernandez.com

Se le van cayendo las hojas del árbol que sembramos cuando éramos soñadores, lo hicimos tantos abriles atrás que casi lo olvidamos. Las ramas secas van dejando su membrana vieja en la grama verde de la nueva prole de arbustos que nacen en el jardín. El olor a raíces va impregnando mi ciudad, arrastrándose lentamente entre los adoquines y se agrietan los edificios bajo la sombra enorme del framboyán.

Se nos marchitan las flores rojas bajo el cielo gris y las nubes negras, se nos vuelve monocromática la vida, perdemos el sabor por la existencia, arrastramos los pies, casi dormidos y las nubes, parecen hechas de algodón cenizo, como si limpiaron con ellas la hoguera que nos quema. ¿Será que en el cielo no se escuchan los gritos de los hijos de mi tierra? ¿Será que la angustia tiene límites en el firmamento y ya alcanzamos el techo? Mientras muchos nos quieren encerrar con cercas, otros no resisten el vernos compartir con ellos. Por un lado, nos cierran las puertas, por el otro, nos construyen jaulas para no dejarnos calar.

Dejamos un canasto de paja de nuestros ancestros para caer en una jaula de metal y aquí nos cortaron más que las alas, nos escindieron la voluntad. Yo no nací para apartar mi cuerpo de mi alma, quiero sentirme siempre uno, sin que me roten en un torno y quieran cavar mis costillas. Quiero dejar mi huella aquí, donde nací, donde mis padres, en sus sueños, sembraron sus framboyanes.

Frutos del Edén

JB Fernandez

Me escondo en las siluetas dulces de tus pasos de luz, tu piel arrastrando claveles sobre la arena tibia del mar de mis anhelos. Durmiendo sobre las olas. Tus labios quemando pétalos en los jardines donde sembramos nuestros deseos, conjurando órganos en la playa, mezclando agua, fuego, sal y tierra.

Se te pierden los gemidos en mi hoguera, tus uñas cavando surcos en canteros, tu semilla germinando en el Edén que hemos creado en nuestro lecho. Me invitas, allí, a comer del fruto prohibido y remuevo el arbusto para que caigan los duraznos del árbol de tu vida. Me convierto en el abono de tus deseos escondidos.

Se me olvidan los dioses en tu ombligo, y excomulgo los pecados de mis ancestros. Se me olvidan las promesas de vida eterna, no quiero una vida más de la que tengo, para siempre me haría un insecto del respeto al tiempo. Se me olvida que el planeta y la luna rotan, y no me importa, que se detengan. Se me olvida todo delante del polen de tu cuerpo. Yo solo quiero dormir en una rama de la cima de tus respiros.

En tus brazos lo recordaré todo y viviré para dibujar tu pecho. Creceremos en hortaliza de nuestra historia, mojados en la lluvia de nuestras decisiones, sin apresurarnos, despacio, gota a gota, solo con el amor que nos toca.

No me quedan palabras para decirte que te amo. Mírame, lee mi alma por mis ojos, te escribiré poemas con mis latidos, en el alfabeto de mis sentimientos, crearé palabras que no existen, que quizás se perdieron en el tiempo, y aquí, de rodillas, debajo del árbol de tu fruto prohibido, te escribiré en el vientre cuanto te amo, con la tinta eterna de la vida.

Llegaron Los Ingleses, ¡Otra Vez!

Juan Fernández
jbfernandez.com

Nadie pensó que la invasión a Estados Unidos llegaría de la forma que estaba pasando, el presidente había hecho lo imposible para elevar un muro y los extranjeros entraron por la frontera de una forma muy fácil, en paz y sin visas.

Con unos cuantos dólares los ingleses le pagaban a los guardias, ¡malditos traidores!, estos los dejaban pasar sin necesidad de  permisos, y se quedaban.

Cuando los primeros miles llegaron a Nueva York nadie les prestó atención, empezaron vendiendo frutas en las esquinas, y los americanos les compraban pastelitos, caramelos y palitos de coco, llenos de sonrisas.

Las inglesas pedían ayuda con sus hijos en las calles del Bronx y Queens, los gringos empezaron a quejarse de que los hospitales no antendian a los ciudadanos por atender las necesidades de los ingleses. Los presupuestos de la ciudad no podían soportar el crecimiento de esta comunidad.

Los americanos explicaban al mundo que eran demasiados para una sola ciudad. Los ingleses habían llegado a más de dos millones, antes de cerrar el 2018. El temor entre los ciudadanos americanos era que la invasión fuera organizada y que los colonizadores querían retornar la isla de Manhattan a como era antes de la independencia.

Se oían rumores de una invasión por el útero, cada inglesa llegaba embarazada o quedaba a los pocos meses de llegar.

Un profesor trataba de explicarle al mundo la historia bélica entre los dos pueblos, exponía que no era un asunto de país de origen, sino una historia de guerras, luchas y hasta masacres, los ingleses una vez degollaron cientos de americanos en un pueblo del norte.

Los americanos no podían olvidar el pasado y los rumores eran que los ingleses pensaban que la isla era de ellos. Decían que los ingleses educaban a sus hijos para odiar a los americanos, lo opuesto no era igual, los americanos resentian a los ingleses, pero no los odiaban, todo era por la horrible historia entre ellos, no simplemente por ser ingleses.

Según corría el 2019 el problema no disminuía, los americanos les pedían al presidente y a los candidatos de las próximas elecciones que buscaran una soluciones diplomática, algo organizado, soluciones permanentes.

Para empezar, no era necesario un muro, sino un plan migratorio funcional, mejor entrenamiento para el personal de frontera, mejor capacitado y más patriótico, quizás mejores salarios, para que no puedan ser sobornados.

Los Estados Unidos y el Reino Unido fueron países en conflictos, por años, en una ocasión uno fue la joya, la inspiración para la libertad de muchos en el mundo, pero los castigos impuestos por Francia por años destruyó la economía de la joven nación.

La solución está en educarnos; americanos, ingleses, dominicanos, haitianos, todos. Necesitamos un mundo mejor, uno donde podamos crear oportunidades para todas las naciones.

¡Vamos a dialogar!

¡Hoy!

Hoy Necesitamos a Duarte

Juan Fernández ~ jbfernandez.com


Lograste con una pluma, lo que pocos logran con una espada y un cañón, inspiraste, en versos, el nacimiento de una nación, de un pueblo subyugado, tras décadas de invasión. Tu vida invertida en un grupo de gente que aún no han cumplido el sueño que nos dejaste como misión.

No somos libres aún, ¡oh Duarte Libertador!, luchamos contra los mismos invasores, haitianos, venezolanos, colombianos y demás por las fronteras, que no respetan, culpa de muchos ineptos nuestros que nos venden como si fuéramos su propiedad personal, ¡traidores! Otros nos invaden de mucho más lejos, por los recursos naturales de tu nación. Todos buscando nuestra eminente destrucción.

Nos roban nuestra cultura, ¡oh Duarte Poeta y Escritor!, nos roban nuestra  música y el alma de la nación, nos importan el veneno por imágenes de televisor. Nos reemplazan el merengue con un maldito reggaetón y les parece inocente el robo por apropiación. Nos borran poco a poco, generación tras generación.

Hoy necesitamos un Duarte Inspirador, con la necesidad en el alma de hacer de nuestra nación, otra vez, un pueblo con metas y valor, con sentido de pertenencia y fuego en el corazón. Que cada dominicano entienda que somos herederos de un Duarte guía y mentor.

Hoy necesitamos un Duarte Inspirador, que desde la tumba nos recuerde el valor de ser parte de un sueño propio y que no nos perdamos persiguiendo el sueño de otra nación. Necesitamos enseñar como se canta el himno y como doblar la bandera, la vida de Duarte, Sanchez y Mella, antes de terminar la escuela, en la patria y el exterior. Necesitamos metas propias, no las importadas por fotos y videos que nos venden por internet.

Hoy necesitamos, otra vez, un Duarte Libertador, que nos ayude a despertar el pensamiento crítico, la tolerancia y el respeto por la vida del prójimo. Un Duarte que nos ayude a ver el norte y nos enfoque en un plan de nación. Un Duarte que nos recuerde el porqué murieron nuestros padres fundadores de la patria, su sangre derramada por nuestra liberación.

Hoy todos somos Duarte, sí, pero necesitamos ser Duarte mañana y todos los días.

¿Y tú, trinitario, por qué nación quieres luchar?