Juan Fernández (c) 2018
En el Mes de la Dominicanidad
En las noches frias, como la de hoy, una más de un invierno maldito, lejos del polvo bendito, mientras otros se lamentan de dolores inciertos que llevan en sus bolsillos, visito mi tumba, una vez más, escucho la música de mis costillas, sentado en la banca de cemento, al lado de la virgen de piedra, con su mirada repleta de tormentos. Sus ojos me llenan de pena.
Morí hace mucho tiempo, después de mucho sifrir, desgarros del corazón de minutos y horas, agarrados, desesperados, del pasar de pensamientos e ideologias empalmadas en cerebros de dementes. Víctimas de las doctrinas de caciques sugeridos, impuestos, malparidos, víctimas, ellos también, de la desnudez de sus ineptitudes. Sentados en tronos de cuchillos y lanzas, apoyados en las espaldas desnudas de la ignorancia de los míos.
Duermen mis sueños entre tarimas, actuando sin lamentos, por horas, las tantas obras que me demandaba la vida. Entre subir y bajar de cortinas. Mascarillas blancas de polvo y miel, jugando a crear pantomimas, para dormir las rosas con canciones de placer.
En la lápida de mi lugar de descanso rezan palabras escondidas, perdida entre recuerdos, en un cementerio frío de otros suelos, fechas que no coordinan, mi nombre no me define, ni perfila los cientos de sueños que nunca han de nacer y moriran conmigo. La mortaja, blanca, confundida con los huesos del esqueleto de mis mejores días, hoy convertida en tiras, trapos de otras épocas, completamente podridas.
Millones de lombrices procesan mi despedida, algunas visten sonrisas, como si fueran trofeos, sus vientres repletos de excrementos, que piensan le llenan sus vidas de placeres y son lamentos. Víctimas de avaricia, consumidores de espiritus y las almas de los míos.
Abro mis ojos, asustado, en un espanto, la pesadilla aún tan viva, escucho la voz de algún buen hombre cantando el himno de mi patria, como una despedida, sus voz arrastrada entre las tumbas plásticas que decoran nuestro escenario, pienso que aún estoy vivo, en la lápida frente a mi veo el nombre de personaje; "Juan Pablo Duarte", no puedo contener las lágrimas, suben una vez más el telón y caigo de rodillas, las manos de mis compañeros me invitan a recibir los aplausos histéricos de los míos. Piensan que vieron una obra, yo viviendo una muerte.
Bajo las escaleras y con mis pisadas dejo el teatro y me adentro al mundo perdido de los míos, mañana actuaremos en la misma obra y visitaré una vez más mi tumba en otra de estas malditas noches tan frías.
No actúo, vivo.
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