Aún No Es Tiempo

Juan Fernández (c) 27 de febrero 2018

Si exiten azules moretones en las costillas y ojos de un niño maltratado y sus hermanitas se esconden de un abusador desalmado, aún no tenemos la protección divina de Dios.

Si creemos que el blanco es mejor que el negro y no hemos aprendido a disfrutar de la rica gama de melanina que cientos de culturas depositaron en nuestro suelo, aún no sabemos ser Patria.

Si el rojo de la sangre aún corre en las mejillas de las reinas y diosas de mi país y sus cuerpos son razón de irrespeto y velorios, y al día siguiente la olvidamos, aún no tenemos Libertad.

Si las blancas sonrisas inocentes de miles de adolescentes; bellas, capaces e inteligentes, aún son empañadas por viles proxenetas, que las venden abiertamente  y consumimos sus cuerpos como si fueran manjares, aún estamos subyugados a una esclavitud perpetúa.

Si los ojos despiertan rojos y cansados de cientos de niñas, que, sin ser aún adolescentes, cargan un niño en sus vientres, antes de empezar la intermedia, aún somos prisioneros en nuestras malas prácticas y sucias débiles mentes.

Si azules son las firmas en los documentos ilegales que expedimos a migrantes irregulares y por pocos pesos vendemos nuestras fronteras y nacionalidades, entonces no merecemos llamarnos, aún, hijos de Duarte, Sánchez y Mella.

Yo, este 27 de Febrero, conmemoraré el día, por el sacrificio que hicieron por mí, pero aún no puedo celebrar con fiestas y algarabía, porque yo sólo celebro la vida y las metas cumplidas.

Con gran pesar sólo comemoro las fechas de los duelos de cada mujer enterrada a destiempo; las perdidas, en manos de idiotas, que roban inocencias; y las fechas que causan tristeza a miles de personas indefensas que ponen en nuestras manos sus futuros y bienestar, y aún no les cumplimos.

Celebraré el día que bajo el cielo de mi Dios, mi Patria pueda gritar a toda voz que gozamos de la Libertad que soñaron los padres de mi nación y rescató Luperón.

El reto está aún por cumplirse, evaluaremos el próximo 27 de febrero.

Continuará...

Estrellas Olvidadas

Juan Fernández (c) Febrero 2018

Éramos estrellas brillantes, cuando caminábamos solos entre los grises nubarrones, danzando dormidos entres las gotas frías del rocío. Soñando con ser libre patria, mucho antes de tener ombligo. Súbditos de un cruel imperio de estiércol, urea y rufianes.

Seres humildes de luz, tejidos entre cruces blancas de las muertes prematuras de titanes, cubiertos de recuadros de colores dignos de respeto y probidad, siendo pueblo antes de ser nación, aldea nacida de la sangre de un puñado de moceríos, sangrando por libertad. Muchos injustamente olvidados entre las tristes penumbras de nuestras inapetencias.

Subyugados por las armas de un colindante sin alma, convencido que éramos peones, en un mundo de reinas y plebeyos, en el cual se creían invencibles, perinolas de un puñado de ratas.

Por ignorancia se les olvidó que de las cenizas nacen ideas, y de un pueblo pisoteado nacieron tricolores ruiseñores, que nos mostraron la luz, las barras de sus calabozos se convirtieron en poemas y de las rancias mazamorras, canciones de autonomía. Cada nota una inspiración que despertaron una aldea que siempre supo ser una nación.

Siete generaciones después, nuestro terruño hoy alberga once millones de Duartes y casi tres de L’Ouvertures, nos vemos en los mismos sucesos de un siglo y tres cuartos atrás. Ser victimas ignorantes una vez es un error indocto del destino, serlo, neciamente, una segunda vez, es simplemente una estupidez.

No podemos abandonar el destino que no depara la historia, pero no podemos, nunca, aceptar humillaciones en nuestro suelo, ¡jamás!, no podemos cerrar los ojos, cuando la patria demanda lealtad.

La nación no engendra lo que no sirve, somos estrellas caminado entre las nubes, de nuestras cenizas nacerán los héroes que defenderán nuestra independencia, una vez más. Es casi tarde, dominicano, se nos hunde la isla.

Defiende nuestros símbolos, tú dominicano, como defiendes el pudor de tu madre. ¡Tú eres República Dominicana!

El Amor


El amor no germina en el corazón, es imposible, el corazón es un músculo, transcendental, si, pero sólo un músculo, incapaz de engendrar emociones, ni sentimientos. Este concepto es vetusto, de los tiempos donde no entendíamos bien nuestros cuerpos. Hoy sabemos que el reconcomio profundo del amor nace en el cerebro; en la ínsula y en el cuerpo estriado (striatum). Dos áreas del cerebro dedicados a convertirnos en pura deyección.

En mis cortos añitos, he podido experimentar el amor de muchas formas; el insuperable amor a los hijos, el de amigos, el que te hace enérgico, el que te confunde, el que te nubla, el que te deja tonto, loco y ciego…y desde luego, el más malvado, el que te vuelve una mierda. Todos productos de un cerebro que parece entender que, arrastrándonos por el piso, nos hace más fuertes.

Entre la ciencia y los poetas, la humanidad a dedicado más tinta y papel a este tópico que a todos los demás, irónicamente, quizás el segundo tópico es la guerra, lo cual nos hace, también, ser unos mierdas. Parecería que estamos destinados a eso, a sobrenadar en nuestros propios excrementos.

Cuando aceptamos nuestra realidad, que no importa lo que hagamos el amor va hacer de nosotros lo que quiera, cuando entendemos que sin importar de donde nazca, el amor nos dirige, nos da metas, nos saca los ojos para que podamos ver, entonces, en ese momento, nunca antes, se nos caen los límites y nos nacen alas, crecemos espiritualmente y nos convertimos en seres universales, aprendemos a sentir sin términos, a ver sin fondo y en ese momento, sin planificarlo, nos nace la vida.

Tú, quien lees este escrito, lo recibiste porque eres parte de algo especial, algo más grande que el producto de la oxitocina, algo más grande que nosotros dos, si has dejado que el amor guie tus pasos, entonces encuéntrame en el lugar donde sólo viven los dioses, en las nubes sentimentales que protegen el planeta y formula la paz.

Eres un ser de amor, eres más que células entrelazadas y miles de millones de bacterias, naciste de un ser de amor, del vientre de una diosa, heredaste un universo que flota en la materia negra y bella del amor. Eres la creación perfecta de Dios, o mutaste de las amebas, sin no crees en eso, pero estas aquí porque eres alguien, porque te necesitamos, porque cumples con un rol en este mundo ínfimo de emociones. 

¡Tú eres amor!

Gotas Sobre Las Amapolas

Juan Fernández (c) 2018

Por el Mes de la Herencia Dominicana

Caen sobre mi espalda, serenas, sin consideración, las gotas que rompen mis rocas, miles de sentimientos comprimidos en cada grano de arena, extracto de olvidos cubiertos de pequeños actos inconscientes, algunos productos de la ignorancia, todos castigos, coronas de espinas, ideas crucificadas en las mentes fértiles de los hijos de mi patria.

Nuestros mejores representantes deberían nacer cada día de los vientres de nuestras reinas, no de extrajeras, príncipes, futuros reyes, de un imperio forjado sobre los cadáveres olvidados de miles de sueños. Miremos al pasado y respetemos, por experiencia, pero no podemos continuar degradandonos al punto de que seamos menos que lo fuimos antes.

El reto es siempre mejorar. Once millones de almas pensando que las memorias de los tres fundadores es lo mejor que podemos dar, me rehuso a aceptarlo. Ancestros vestidos en sangre de banderas dominicanas, mientras criollos enarbolando la haitiana, ¡No!, ¡Que se hunda la isla! ¡Carajo!

Estamos, despacio, recreando nuestra historia, convirtiendonos, otra vez, en colonia. 174 años perdidos, sangre derramada en las amapolas de nuestras almas, gotas frías que rompen la piedra. Estamos forzando la patria a parir, otra vez, otro Luperón, que se tire nuestra soberania en su espalda. Muchos quisieran anexos. ¡A la mierda! Quiero que mis hijos hereden lo mejor de nosotros, mucho más que el suelo, quiero que hereden mi orgullo.

Nosotros somos la patria, donde estemos. Donde pongo mis pies se paran Duarte, Sanchez y Mella, conmigo, detrás de mí. Mis raices, mis herencias, mis costumbres, mi música y yo, forjando la patria que heredarán los míos. Gota a gota.

Quiero la visita de contribuciones positivas extranjeras, las negativas déjela en su tierra, no venga a dañar la nuestra, conmigo la historia no se repite, no conozco el miedo.

Y tú, dominicano, ¿qué vas a hacer hoy por tu patria?

Actor de Mi Muerte

Juan Fernández (c) 2018

En el Mes de la Dominicanidad

En las noches frias, como la de hoy, una más de un invierno maldito, lejos del polvo bendito, mientras otros se lamentan de dolores inciertos que llevan en sus bolsillos, visito mi tumba, una vez más, escucho la  música de mis costillas, sentado en la banca de cemento, al lado de la virgen de piedra, con su mirada repleta de tormentos. Sus ojos me llenan de pena.

Morí hace mucho tiempo, después de mucho sifrir, desgarros del corazón  de minutos y horas, agarrados, desesperados, del pasar de pensamientos e ideologias empalmadas en cerebros de dementes. Víctimas de las doctrinas de caciques sugeridos, impuestos, malparidos, víctimas,  ellos también, de la desnudez de sus ineptitudes. Sentados en tronos de cuchillos y lanzas, apoyados en las espaldas desnudas de la ignorancia de los míos.

Duermen mis sueños entre tarimas, actuando sin lamentos, por horas, las tantas obras que me demandaba la vida. Entre subir y bajar de cortinas. Mascarillas blancas de polvo y miel, jugando a crear pantomimas, para dormir las rosas con canciones de placer.

En la lápida de mi lugar de descanso rezan palabras escondidas, perdida entre recuerdos, en un cementerio frío de otros suelos, fechas que no coordinan, mi nombre no me define, ni perfila los cientos de sueños que nunca han de nacer y moriran conmigo. La mortaja, blanca, confundida con los huesos del esqueleto de mis mejores días, hoy convertida en tiras, trapos de otras épocas, completamente podridas.

Millones de lombrices procesan mi despedida, algunas visten sonrisas, como si fueran trofeos, sus vientres repletos de  excrementos, que piensan le llenan sus vidas de placeres y son lamentos. Víctimas de avaricia, consumidores de espiritus y las almas de los míos.

Abro mis ojos, asustado, en un espanto, la pesadilla aún tan viva, escucho la voz de algún buen hombre cantando el himno de mi patria, como una despedida, sus voz arrastrada entre las tumbas plásticas que decoran nuestro escenario, pienso que aún estoy vivo, en la lápida frente a mi veo el nombre de personaje; "Juan Pablo Duarte", no puedo contener las lágrimas, suben una vez más el telón y caigo de rodillas, las manos de mis compañeros me invitan a recibir los aplausos histéricos de los míos. Piensan que vieron una obra, yo viviendo una muerte.

Bajo las escaleras y con mis pisadas dejo el teatro y me adentro al mundo perdido de los míos, mañana actuaremos en la misma obra y visitaré una vez más mi tumba en otra de estas malditas noches tan frías.

No actúo, vivo.