En el fragmento más bajo del viaducto del bar nocturno de tu vida, entre las sombras más tétricas, donde las aguas salinas se mezclan con la miel dulce y cristalina, donde los peces no tienen sentidos y nadan en peceras de Moët y vino tinto, sin escamas, las sirenas cantando aleluyas acompañadas de arpas y violines, las ranas nacen en barriles de whiskey con los intestinos repletos de lombrices. Ahí, tus ojos pueden verlo todo.
A unas pulgadas de las columnas de soporte del puente de ilusiones que te regalan, construido por delfines y ballenas asesinas, donde por hablar se te pudren los dientes y tus sueños son tejidos en hilos de parásitos, donde tus huellas y tu futuro se desvanecen entre juegos de azar, barajas, bailes y nicotina, donde las sonrisas son pagadas con la nómina de tu sangre extraídas por agujas repletas de heroína, donde te venden el amor, los besos y hasta los hijos, al por mayor o detalle. Ahí, tus oídos pueden oírlo todo.
Donde te dijeron que nacían los sueños de todos en el universo, burbujeando en una copa de champagne, donde los arcoíris paren palomitas de maíz y semillas revestidas de chocolate y azúcar, donde las fantasías se dibujan en discotecas de cristal, empañadas por el polvo de alguna planta mística y recóndita, directamente importada del sur, debajo del árbol de las peras de plata, donde duermen las gallinas de los huevos de oro. Ahí, tu nariz puede olerlo todo.
Donde palpita tu cerebro, consumiendo células grises por millar, y tu corazón discurre planes y proyectos, donde logras arar el cielo, y de las nubes te crecen hortalizas, que comes con tu familia, que no existe. Miras hacia abajo, buscando en la tierra un Dios que no entiendes, cortado de revistas de modelos de otros mundos, y te pierdes en las lluvias que te caen de las piedras y el asfalto de un camino vecinal. Ahí, tu piel puede sentirlo todo.
Esta noche, donde estés durmiendo, donde este mundo te permita posar la cabeza, rentándote los barrotes del vagón de un tren descarrilado, después que te azoten la espalda y perfores la tarjeta de salida, por la que vendes tus suspiros, cuando la piel sangrienta se pegue de la tela de la blusa de tu espanto, cuando tus sentidos puedan absorberlo todo y la razón tome conciencia, cuando despiertes y notes que no eres más que un engranaje poco engrasado de un aparato infernal que te vendieron como el paraíso terrenal.
Entonces, levanta tu cabeza y sonríe, viste tu mejor disfraz, arlequín, píntate la sonrisa que desean todos ver y baila en círculos interminables en las cajas de músicas de los amos de tus expresiones, eleva la frente al cielo y desnuda tu saber, busca en los dólares, que imaginas podrás recoger en las calzadas, alegría, pan y vino, ponte la soga al cuello, y párate en la silla de la destrucción de tu cultura y tus sueños de niña. Tómate una “selfie” más con el celular de tus pesadillas e invade las redes con la magia de tu risa perfectamente tatuada. Ahí, al fin, eres una diva.
Cumple con el rol que te escribieron en el guion de tu vida, como cualquier bufón de la corte del rey de tus opresiones, se feliz y sueña con los angelitos del infierno de tus últimos días.
¡Felicidades eres una Estrella Social!
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