Somos las memorias
que perdemos, caminando entre hojas secas de un otoño, copos de un invierno en
medio de tormentas tropicales. Vamos muriendo poco a poco en cascadas de crónicas
que dejamos entre renglones. Iniciamos caminos que se desvanecen en la nada,
dejando migajas que se malgastan y nos perdemos recorriendo en círculos de
historias que contamos. Somos honrados por leyendas del pasado.
En los millares
de calzadas que la vida me ha trazado, como líneas de mapas de una metrópolis de
carreteras entreveradas, nace siempre, en cada una, la esperanza de encontrar
una vía de claveles de cristales, pavimentada en laureles, con un destino deliberadamente
despejado, y se nos prenden las luces que una vez apagamos, y se nos marcan las
sendas con un millón de señales, tomamos un paso, nos olvidamos del pasado.
Cada paso
que damos nos afirma el sendero, y vamos trenzando sueños, con los hilos de
nuestros gusanos de seda. Caminamos con nuestro fardel de esperanzas al costado,
con calzados construido de anhelos y abrazos. Nos increpamos por cada paso que
no damos, y perdemos el ritmo que nos lleva a nuestro destino, y miramos atrás,
culpando los pasos que no dimos en nuestros caminos del pasado.
Diseña
nuevas rutas, que nadie haya andado, no te pierdas en las calles que marchaste
y has olvidado, dibuja nuevos mapas en las hojas blancas del diario secreto de
la academia de tu vida. Se maestro y señor de tu propio destino y camina por
las calles empedradas que construyes con los adoquines desnudos de las
experiencias de tu pretérito, repletos de heridas curadas del pasado.
No te
detengas caminante, calza zapatos nuevos, que tu viaje no ha empezado.