Juan Fernandez | jbfdez@gmail.com
La vida,
sin muchos filtros, me descuartizó, lentamente, mientras armaba el rompecabezas
de mi existencia, cortada en moldes raros, fragmentos blancos ausentes de bocetos,
respiros sin guías, carentes de oxígeno y perseguidores de moléculas de
hidrogeno escondidas.
Se tomó
unos días, la vida, veintinueve exactamente, para retorcerme varias veces y exprimió
de mí el néctar que había emanado por casi dieciocho mil días. Gotas de dolor
escurridas en vetas señeras y pasajes de noches que no olvido. Alientos que
fueron entrelazando en tejido fuertes mi familia, entre las paredes que
resguardaban la galera.
Tomó el bagazo,
la vida, que quedó de mi alma, botó la pulpa, creo que la consideró inútil, y,
sin meditarlo mucho, puso las partes restantes en una horma nueva, me dijo; “Reinicia”,
y me dejó allí, sentado, frente a su tumba. Su espíritu bailando canciones de
planos que no escucho. Sonrisas en el aire que corre entre las fosas de mis
ancestros.
Vivimos
para reconstruirnos cada día, me dijo, la vida, varias veces, a través de los labios
de mi madre, a veces por razones aisladas, otras para no dejarnos arrastrar por
el olvido y los millones de fantasías de un mundo que no entiende. Almas que se
pierden en la nada, momentos que enclaustramos en las cárcavas de un mundo frío,
pero que nunca concebimos.
En su
muerte, rápida y sin nada recóndito, he encontrado la vida, y en su corto
despido, la fuerza de una guerrera, ella vive conmigo en esta pecera de almas
que escudriñan el momento y se olvidan del destino.
Yo soy
Juan Fernández, de los Coste de Pueblo Viejo, hijo de la Guerrera Annie Caro,
en mi sangre vive su espíritu, y en mi aliento el corazón de mis ancestros. La
vida me exprimirá varias veces más, estoy listo. ¡Ven, vida, aquí te espero!
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