Juan Fernandez | jbfdez@gmail.com
revivir en las lágrimas reposadas
de cada una de tus bellas memorias.
Quizás puedo ser una célula ciega,
que corre día y noche sin destino,
en el santiamén de un sosiego,
perderme, en la triste eternidad
de un “para siempre” fulminante,
en los latidos secos de un sollozo,
entrelazados en las entrañas
de un apagado y drástico lamento.
Caminaste conmigo, eso me basta,
Caminaste conmigo, eso me basta,
en los momentos más ciertos,
tu voz, el soplo callado del silencio.
Me sostuviste en tu cálido vientre
cuando mis palpitaciones no existían,
solo ardía en mí el sentimiento,
supe perderme en los respiros
de tu tórrido abdomen, literalmente,
cuando sólo tu alma me cubría.
Compartimos armadura en las guerras,
protegiéndome antes de tener vida.
Ahora que tu guarnición perdió la batalla,
aunque sólo perdió tu armadura, no tu vida,
no me siento sólo, sino que otra vez,
como aquellos cálidos primeros días,
no me siento sólo, sino que otra vez,
como aquellos cálidos primeros días,
tu alma y la manta de tu espíritu me cobija.
Ahora, que te concibo viva
en cada instante tranquilo,
y en mis noches más frías
te siento en cada pensamiento,
me acompañas en mis lamentos
y te ríe en mis triunfos.
Tu no mueres madre, mi guerrera,
porque cada paso que yo doy es tuyo,
cada victoria, cada hazaña, tuya,
cada proeza, cada lirio, cada clavel, tuyo,
cada lágrima, cada pensamiento, tuyo.
Yo no soy sin ti, a ti te debo la vida,
vivirás por siempre en alma, mi ser,
tú, forjadora de mis memorias.
vivirás por siempre en alma, mi ser,
tú, forjadora de mis memorias.
Te amo mamí.