(Observación del martes 5 de septiembre, 2017 – Cualquier parecido con la vida real es pura coincidencia)
Anoche, mientras admiraba el llorar de la luna llena, caminando debajo de los rieles de un tren frío, sus chillidos satánicos, como palabras directas del infierno, portador de interminables vidas ciegas, que mueren en cada estación, sin saberlo, vi cómo se le caían las alas a un ángel que trataba, inútilmente, de volar. En la espalda podía ver sus huesos rotos germinar, detrás de los zapatos negros pulidos que pisaban sin misericordia, con crueldad, hasta sus extremidades trozar.
Su piel morena brillaba, como un azabache, en su ojo izquierdo, lleno de divinidad, ensangrentado, se podía ver la lucha entre dos mundos, separados por cortinas azules de clases en desigualdad, disfrazadas de un entendimiento que no existe, ira sostenida por leyes escritas en papel, en un mundo de muchas lluvias de ironías. La vida le corría por los poros mientras le amarraban con grilletes, igual que cuando sus ancestros se bajan de las naves del viejo continente. Cuatrocientos años de luchas, ni un día de libertad.
Su rostro celestial parecía de arcilla, caliza, así, color cobrizo, oprimido en el cemento, como si estuvieran los verdugos creando moldes en la acera, para marcar el sendero del próximo ángel que enterraremos en el mismo trayecto del que hoy sepultamos, cientos de años sin progreso. Sus pómulos esculpidos, como si fueran de un gladiador romano, dios de un coliseo de golpes, atado con esposas e insultos físicos tan tangibles como las huellas de los palos en su espinazo.
Creo que se nos olvida que somos responsables de los ángeles que matamos, arrancando sus alas, y los demonios que creamos con un bastón en las manos. Ciclo eterno de esclavitud en cadenas perpetuas.
Pasé de allí al hospital, esposado de la camilla un joven, un ángel, luchaba por entender sus pecados, oraba, a toda voz, en palabras obscenas, en el único padre nuestro que conocía, sus lágrimas parecían de cristal, caminé un poco más, al pasar la puerta vi dos niños recién nacidos, una enfermera, que marchaba lentamente, los dividía, en un lado los ángeles, tiernos, puros, del otro lado los demonios de mi sociedad…Pasamos auditorías de culpas a las vidas sin pensar. ¡Por favor, no más!
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