Esculpimos con nuestras uñas, al desnudo, héroes y heroínas de leyendas inventadas en novelas, pobremente construidas, peor que fábulas de niños, que compramos, detrás de un millar de sucias vitrinas. Las extenuamos, y oramos ante ellas, como estatuas del descuido.
Somos el producto ciego y monocromático de miles de oxidadas doctrinas, estropeadas por nuestras desidias, que se vencen apresuradamente con el tiempo y llevamos, como esclavos, colgando, innecesariamente, en el pecho, nuestras vidas. Cruces que no merecemos, y hace tiempo que se convirtieron en ritos que no entendemos. Oramos a un dios que inventamos hace tiempo, el dinero.
Despertar de tantos sueños, nuestra única iniciativa, en un mundo de tinieblas, no hacer nada es dejarnos arrastrar por demonios, que inventamos también, al abismo. Tomamos libertades, como si fuéramos golondrinas, nos creemos libres, y los dioses nos dejan volar, y nos perdemos en el viento, entonces entendemos que dejamos de vivir entre los siete colores del arcoíris, y nos arropan las nubes, y las prisiones esperan. Castigados por nacer en el lado equivocado de alguna frontera.
Se nos va el tiempo, así, en mazamorras creadas por nosotros en nuestros sentidos, recubiertas de tarjetas de prestigio, ¡mentiras!, precipitándose al despeñadero de nuestras luchas y nuestras riñas inútiles, escondidos detrás de escudos de pixeles. Hace siglos que dejamos las espadas, perdidas entre lobregueces, cuando nos creíamos invencibles. Hoy pagamos el precio de nuestros descuidos en nuestros hijos.
Entonces descubrimos nuestra luz, al punto de nuestra muerte, al otro lado de nuestra mente, encerrada en un jarrón de cristal, atrapado en hoyo que nos hicieron en el pecho, al lado del corazón, el que vendimos por una visa, perdido entre las costillas de una vida a punto de ser olvidada en un féretro de cartón, encerrado en una bolsa negra, que se pierde a unos seis metros debajo de la lápida de nuestras patéticas existencias.
Caminamos como si fuéramos gente…hace tiempo que sólo somos parte de una maquinaria de algún magnate que domina nuestras mentes, saltamos si eso quiere, reímos si se ríe, caminamos junto a él o ella como si fuéramos iguales, dejamos de besarle los pies, sólo, quizás, para ajustarnos los lentes. Nos miran por encima del hombro para que retornemos a mimar sus juanetes.
¿Ahora qué? ¿Volvemos al mismo trajín antes que nos saquen los ojos y nos pateen en los dientes?
Ayer oí hablar de educación en alguna institución, la real cárcel de la mente, nos dominan por ignorancia y nos escarmientan por ser valientes. Necesitamos cinceles que no ayuden a eliminar las paredes donde nos encierran. Ven camina conmigo, moriremos, estoy cien por ciento seguro, en el intento…pero no hacer nada nos convierte en polvo, ahora mismo, que se pierde en el tiempo.
Y así, como si no fuéramos nada…nos perdemos.
¡Adiós!